No se por qué acepté presentar esta novela conociendo el habito de escribir de Jaime. A pesar de mi oficio, a medida que leía desaparecían las referencias habituales con las que cualquier lector se asoma a una novela. Y es que esto no es una novela, es otra cosa con pocos precedentes literarios, por lo que a falta de algo mejor y provisionalmente, lo llamaremos OLNI, es decir, objeto literario no identificado.
Hay que agradecerle a Darío Villanueva, lector brillante y minucioso, el excelente prólogo que precede a este texto quesadiano. Hay guías para entender el Ulises de Joyce. Dario Villanueva ha escrito un prólogo-guía que nos permite reconocer en medio de esta selva narrativa que contiene casi todo, tres catástrofes que forman la trama principal del texto: el descrédito de la imaginación utópica, la crisis de la creación y el apocalípsis de la realidad mediante la contaminación salvaje. Temas de altura como se ve que Jaime tratará a su manera. Por ejemplo: Clorofila para todos, exige Jaime en su denuncia de la catástrofe ecológica, en un grito que para sí quisieran los publicitarios de las organizaciones conservacionistas.
La esencia de este texto es como en los anteriores el juego y el ingenio. Ingenio escribió J.A. Marina, es el proyecto que elabora la inteligencia para seguir jugando. Su meta es conseguir una libertad desligada, a salvo de la veneración y de la norma. Su método, la devaluación generalizada de la realidad.
En este OLNI se satisfacen estas premisas del ingenio y el juego, y la realidad política, ecológica o artística se transforman en el texto de Jaime en algo onírico, mítico, surreal, pero al mismo tiempo serio. La lucha contra los incendios forestales, por ejemplo, se vuelve guerra santa contra los sátrapas incendiarios, contra los sapos invidentes que operan de noche, contra las hienas de la mecha, guerra además dirigida por un metalúrgico que copula con yeguas para parir centauros y blasfema contra las momias infames sin glande. La dueña de las empresas energéticas, aparece como la Marquesa de Sada y el eco a la Condesa de Fenosa y al Marqués de Sade, se unen bajo una rúbrica que no necesita más explicaciones.
El primer capítulo podría ser el monólogo de un Zaratustra enxebre. El tono es ampuloso casi shakespeariano: El que ahora os habla es también sin duda el mismo que un día ascendió esperanzado del abismo y despertó horrorizado de la catalepsia de la sensatez…a ellos me dirijo, a esos insaciables… Así habla este Zaratustra, pero cuando estamos inmersos en ese lenguaje profético, el ampuloso Zaratustra dice: me sobran los mas castos motivos para que esté hasta los mismísimos cojones de tanta estrategia responsable, colegas… ¿Se entiende como se desarrollan las cosas en este texto?
Así, más o menos, discurre la narración a lo largo de casi 500 páginas. De sobresalto en sobresalto. Adjetivos antepuestos, post-puestos, colaterales subterráneos. En Jaime los adjetivos son el equivalente de las pinceladas y los tonos cromáticos de su pintura y cumplen el mismo papel. Imaginemos que los personajes de un cuadro grande de Jaime empezaran a hablar entre si…, eso es la novela. Ningún nombre sin adjetivar; ninguna figura o forma sin matizar. Hay que poner el lenguaje a hervir para conseguir algo como esto y puede asegurarse que la ebullición está aquí en todo su esplendor. Este OLNI es un desfile de ocurrencias ingeniosas, de hallazgos lingüísticos luminosos: melancólico como un pulpo en tierra; caballos salvajes que lo despiden con relinchos dodecafónicos, falsificador de lubinas y experto teñidor de centollas. Minotauro llama al Estado Centralista; la civilización es un miope pavo real insaciable… Son fácilmente imaginables los problemas que un director de cine tendría si se decidiera a mostrar en una película estas descripciones textuales. Me gustaría ver la escena en la que los caballos emiten relinchos dodecafónicos…
Hace años en alguno de sus “Diarios Mínimos” Umberto Eco ironizaba sobre la Nouvelle Cuisine con sus pomposos títulos y sus triviales formas:
Llegó el camarero que me trajo tres hojas de ensalada y dijo: Esto es una macedonia de lechuga longobarda salpicada de berros de pozo de Holanda picados finos enriquecida con sal marina macerada en nuestro vinagre balsámico y humedecida con extracto de olivos vírgenes de Jaén…
No conocía Umberto Eco los menús de Quesada pero seguro que no convocaría su capacidad para la ironía: cecina con trufas, tortilla de huevos de alondra con salsa alucinógena de semillas de amapola; hidromiel con menta y arándanos, marrón glassé casero cuajado de piñones hermafroditas, pudding de membrillos machos de la tundra, moras y madroños bisiestos. Valen más algunas de estas fórmulas telegráficas que docenas de páginas de muchas novelas muy recompensadas. Los textos de Quesada siguen el camino inverso a la escritura china. Si los chinos a través de sus ideogramas convirtieron las palabras en pintura, Jaime convierte las imágenes, la pintura, en palabras. Pero no es una transposición lineal, es una conversión quessadiana gobernada por leyes propias a las que no siempre es posible seguir el rumbo ni el origen.
A Jaime los aspectos formales que debe cumplir una novela le traen bastante sin cuidado así que quien se acerque a este OLNI con la expectativa de que se va a encontrar con una novela tradicional con su trama, sus personajes y sus ambientes, no acabará de comprender lo que tiene delante. Hay que abandonar cualquier pretensión en este sentido y dejarse sacudir por el vendaval de palabras que operan según la formula querida a Quessada del Conde de Lautremont: el arte es el encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección. Este OLNI es un ejemplo excepcional de este tipo de encuentros, en ocasiones de encontronazos, ya no de objetos sino de palabras y sospecho que la fórmula escondida del texto, la que lo unifica, es la aplicación de la frase de Lautremont al lenguaje. Es la multiplicación de los encuentros afortunados de adjetivos y nombres sobre una mesa de disección en la que la realidad, la imaginación y el ingenio se entregan al bisturí de un taxidermista hiperactivo. Porque aquí como en el Jaime oral, no hay descanso. El lector se siente abrumado por estos relámpagos de nuevos significados a los que convendría un poco mas de reposo para asimilarlos. Jaime solo está callado cuando pinta. Fuera de esas ocasiones, la presión de su flujo verbal es incontenible y ese fluir sin pausa aparece en sus OLNIs sin la contención de presa alguna que frene el torrente asociativo. Sospecho que estos textos no han sido corregidos o lo han sido poco. Esto no es action painting es “action verbal”
Para concluir: este texto no debe ser leído como una novela, ni como un ensayo, ni como un manifiesto político, ni siquiera como un ejercicio de retórica demagógica postmo