Diario del falso aristócrata
20.00€
El autor
El autor, en los años fastuosos de su juventud, con gran dispendio cognitivo, estudió Lógica Matemática, Teoría de Conjuntos, Teoría de Modelos y Álgebra Universal, hasta un nivel medianamente avanzado. Y adquirió y asimiló niveles universitarios de Filosofía e Idiomas. Fueron tiempos en que era honroso y bien visto ser un estudiante brillante y capaz.
Por desgracia, unas décadas después, se dedicó a cultivar el campo pitañoso, embarrado y “borderline” de la Literatura, a cuyos dos o tres lectores fieles les comunica, “més content que un gínjol”, que abandona ya la empresa de un modo definitivo, terminante y completo.
El autor desprecia tener que ponerse a estudiar marketing digital, convertirse en publicista, o hacer el payaso como cualquier mamarracho influencer. Si los relojes multiplican de modo exponencial las horas muertas y analfabetas, si en su noche no se contempla la presencia del alba, si la honda niebla en el puente de hierro precipita el tren nocturno al vacío, el autor se retira a las cámaras de su pazo orensano y desiste de la literatura y pretende solo leer y estudiar con paz e impasibilidad de espíritu. El autor es capaz de expresar lo que tiene atrapado en la mente, el público es incapaz de desentrañarlo. Al 99% de la humanidad, tipejos como alhajuelas vendidas por gitana, solo les gusta un “reality show”, el deporte o los onerosos ritos y fantasías del sentimentalismo kitsch. Lincurio, belemnita o turmalina, todo sea orina petrificada.
El autor se avecina con el poeta francés François Augiéras, de personalidad rebelde, lúcida y clarividente. Un radiante “outsider” (desplazado”) El mundo no estaba hecho a su medida y consideraba a la actual civilización irremediable basura. Extraterritorial, vivió siempre en los márgenes. Murió Augiéres en diciembre de 1971, precisamente el mes y año en que nació el autor.
El autor huye a Montañas, Bosques y Palacios de Nieve, con sus nubes rosáceas y doradas, con su biblioteca de clásicos y olor a caoba. Ser leal a una belleza sencilla, ya que una piedra preciosa luce mejor engastada con sencillez. Ahí el vivir es infinitamente deleitoso y grato. El ecosistema literario formado por escritores y lectores mandriles es un aula de párvulos con déficit neural. Fillolas y Big Macs. Mejor muy lejos.
Hasta siempre.
Sinopsis
Christian Sanz Gómez, de raíces judías, nació en Barcelona, aunque mantuvo durante décadas un lazo emocional con Manresa, hoy ciudad de una bajura inenarrable.
No cree en una asamblea deliberante de hombres puros, sino en un hospital de antropoides pecadores y violentos, desde el Rey hasta el taxista que lo transporta. Al igual que Casiano en el siglo V, recomienda huir de la tristeza como de la peste, pues más peligrosa es la tristeza para el alma que la epidemia para el cuerpo.
Le espió el C.N.I. Excepto esta extravagancia, su vida transcurrió sin “trasbals”, sin mayores perturbaciones. Vida apacible y estudiosa llena (en general) de ataraxia, lujoso amor mercenario, y Platón, Quevedo, Gauss, Gödel, Bach o sus pares.
Il faut redevenir mystiques. Hemos de volver a ser místicos.
Christian Sanz nota la navaja de la muerte cada vez más cerca del cuello. A veces prefiere pensar con Juvenal: “El extremo final de la vida es uno de los regalos de la naturaleza“. Al igual que César Augusto con sus palabras hacia Livia, Christian desea morir con un elogio en los labios, algo como: “Decidle a todos que gracias, mil gracias, y que mi vida fue maravillosa“.