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Madrid
Antonio Herrero creía necesario defender a diario a España, a voz en grito, porque de ella dependían y dependen nuestras libertades. Se cumplen 25 años de su muerte
Toda mi vida en la radio está ligada a Antonio Herrero. En vida, porque, sin conocernos, se empeñó en ficharme como su comentarista político diario en un programa que iba a empezar, como entonces se decía, “de madrugada”. Se llamaba El primero de la mañana, empezaba a las seis, cuando solían hacerlo todos a las nueve, y el éxito de Luis del Olmo y Protagonistas era disuasorio para nuevos formatos. Martín Ferrand se lo dio, seguro de que se iba a estrellar pero de que lo dejaría en paz. Y Antonio no dejaba en paz a nadie. Ni siquiera a sus amigos, que, al morir, hace 25 años, tuvimos que hacernos cargo de la inmensa y estruendosa herencia periodística que dejaba.
Podríamos decir que Antonio inventó la “radio de autor”, siguiendo el modelo que García había creado en el periodismo deportivo. La información política era muy lisa y demasiado oficialista, aunque con Antena 3 de Radio hubo muchísima más libertad que ahora y, en buena parte, era mérito de Antonio, que subió mucho el listón de las valoraciones políticas, morales y personales. La diferencia era que García hablaba de la Federación Española de Fútbol y Antonio tronaba contra Felipe González, el imperio Prisa y las prácticas gangsteriles que trajeron al mundo de la comunicación.
Los jóvenes deberían recordar de Antonio dos cosas: cuando logró hacer el programa más oído de la mañana, compraron Antena 3 y la cerraron. Al morir, estaba a dos meses de que lo echaran de la Cope. No es lo mismo morir de éxito que ser asesinado por tenerlo. Eso hicieron Felipe y Polanco en Antena 3 y eso pensaba hacer Aznar el 2 de mayo de 1998 en la Cope; y en ambos casos, con Juan Carlos I y los obispos nacionalistas enredando. Cinco años después, cuando heredé La mañana de la Cope, sufrí el mismo cerco, de los mismos personajes, y todavía con mayor inquina. Lo cuento en El linchamiento. Y todo lo de Antonio en De la noche a la mañana.
Todo parece muy lejano, pero el problema nacional, la persecución del español, la politización de los jueces, la apropiación de las instituciones por los partidos, la corrupción y la desigualdad ante la Ley son problemas que empezaron con el felipismo y que yo comentaba a diario para Antonio. No han cambiado, se han agravado, en especial tras el golpe de 2017 y el golpismo de hecho de Sánchez y sus socios etarras, comunistas y golpistas.
Alguna vez, los que recuerdan aquella voz suya de par de mañana me dicen: ¿qué diría hoy Antonio si estuviera en su lugar? La respuesta es sencilla: lo mismo que yo decía en su programa. Pensábamos lo mismo sobre los casos graves y los asuntos esenciales -por eso era su comentarista político diario- y tanto el comunismo como el problema de España, pese a la imagen superficial que ha quedado de él, le importaban muchísimo. De ahí su apoyo a las víctimas del terrorismo -su famoso programa en el zulo de Ortega Lara- y su defensa de los derechos de los castellanohablantes en Cataluña y el resto de España, que, dentro de la ideología liberal que ambos compartíamos, era una de las razones por las que se empeñó en ficharme, tras haber leído Lo que queda de España allá por 1979. Y ahí está.
Antonio le daba a las ideas más importancia de lo que parecía. Había viajado como fotógrafo a la URSS, seguía a los disidentes rusos y era un gran lector de los libros sobre la Guerra Civil y el terror rojo. Lo último que me regaló fue un libro sobre Tina Modotti. Aunque le gustaba contar con los comunistas del PCE de la Transición amigos de su padre -como Marcelino Camacho, y hasta llevó a Carrillo a su tertulia en Antena 3 TV, La tarántula-, como Reagan, creía que el comunismo había que vencerlo contando con los ex comunistas y socialdemócratas que eran, éramos, los que, sin complejos, conocíamos mejor al enemigo. La radio de autor de Antonio era exacta y radicalmente lo contrario a lo que hoy representan Montero y Sánchez.
Antonio creía necesario defender a diario a España, a voz en grito, porque de ella dependían y dependen nuestras libertades. Nunca cambió de orientación política, la derecha liberal, ni de enemigo, el PSOE, porque, en nuestra Historia, y con raras excepciones como Besteiro, siempre cae del lado del mal. El felipismo, al que tanto combatió, confirmó esa tradición. Sin embargo, Antonio era muy periodista y muy de la Transición; de ahí que le gustara frecuentar a la izquierda decente -Castellano, Justo Fernández- y hasta a la indecente, cosa que me espantaba. No por él, que estaba hecho a prueba de bombas, o eso creía él y creíamos con él, sino porque esa parte de su personalidad, como la de la chamarilería, la compra de antigüedades y cosas así, se me escapaba. Pero lo quise siempre incondicionalmente, porque a Antonio no se le podía querer de otra manera. U odiarlo, claro.
¿Y por qué lo echaron de una radio en pleno triunfo y lo iban a echar de otra cuando murió? Porque Antonio era él, demasiado él, insoportable e insobornablemente él, y no podía ni quería ser de otra manera. Creía que nuestra misión era la que luego alguno quiso tergiversar: “Subir el listón de la crítica al Poder”. Por algo que no siempre se entiende y que era la clave última de Antonio, para lo que me llamó y por lo que trabajé, en vida suya y sin él: desde que amanece, tenemos la obligación de levantar la voz, bien alto, por todos los que no pueden o saben levantarla. Por nuestra nación.