El Presidente de Gobierno, Mariano Rajoy, pidió ayer perdón, en el Senado, a todos los españoles por los casos de corrupción obligado por el clamor ciudadano que amenaza con desestabilizar el sistema político actual que beneficia a unos pocos y perjudica a todos los demás.
Creo que se puede juzgar esta iniciativa desde dos perspectivas.
La primera supone considerar insinceras sus palabras ya que es difícil creer que, súbitamente, los políticos que nos mandan, sientan algún tipo de remordimiento por lo que está ocurriendo. Eso sí, seguro que están preocupados por las consecuencias electorales que las sorprendentes, para ellos, noticias periodísticas diarias parece que van a tener próximamente. Temen muy en serio que se acabe su regalado modo de vida. Una cosa es sentirlo por consideración a la ciudadanía y otra, muy distinta, sentirlo por la amenaza de la pérdida de poder. Me inclino por la segunda.
La segunda seria que realmente los políticos se flagelen porque, tal como dice nuestro Presidente, se hayan nombrado para cargos públicos de gran responsabilidad a personas que no lo merezcan es decir, ladrones. En este caso habría que considerar a Rajoy un auténtico caradura. En esta posibilidad me voy a parar un momento.
Lo dicho por Rajoy implica que los jefes de los partidos políticos tienen la intención real de elegir para los cargos de responsabilidad como ministros, consejeros, parlamentarios, y otros, a personas capacitadas, experimentadas, comprometidas con el servicio público y con un máximo sentido ético en sus actuaciones. Nada más lejos de la realidad. Los políticos eligen, en realidad, a amigos hechos en el entorno de su partido político que suelen ser personas poco o nada capacitadas para el trabajo que tienen que desempeñar, con escasa o inexistente experiencia en el campo sobre el que tienen que tomar decisiones y con una ética personal muy por debajo de la media. No es cierta la afirmación, tantas veces dicha en medios de comunicación, de que los políticos son una muestra representativa del resto de la sociedad. Los políticos, con algunas excepciones, son lo peor de nuestra sociedad cuando deberían ser lo mejor. Los pocos que entran en los partidos con la sana intención de servir a la sociedad prestando su capacidad, formación y experiencia son rápidamente purgados y apartados por los trepas, aduladores e inmorales que son mayoría. La explicación de porqué en los partidos, casi siempre, encontramos a este tipo de gente es sencilla: el proceso de selección.
Para ser un profesional cualificado tanto en el ámbito público como en el privado se exige una cualificación determinada y, en muchos casos, se tiene que pasar por procesos de selección que buscan encontrar a los mejores. Por ello, en nuestro país, es necesario esforzarse mucho y ser muy capaz para poder ser juez, notario, médico especialista, abogado del estado o ingeniero. Como consecuencia, los profesionales están bien formados y desempeñan su trabajo a un alto nivel. Los servicios públicos y las empresas funcionan mucho mejor de lo esperado dada la incompetencia de los que organizan los primeros y establecen el marco de actuación de las segundas.
En cambio, y aunque parezca mentira, la forma de selección para elegir a las personas que deben dirigir el país es justo el contrario del que se utiliza para el resto. La gran mayoría de los políticos que nos mandan se forman en el seno de los partidos sin ninguna exigencia previa para su entrada. Suele ocurrir que los que se deciden a trabajar o a colaborar dentro de un partido político lo hagan buscando algo siempre diferente del servicio a la sociedad que se supone. Buscan poder político, dinero, contratos públicos para sus empresas, trabajo. Dentro de ellos, van ascendiendo unos más y otros menos dependiendo de una serie de cualidades. Y van aprendiendo las mañas del oficio: adulación a sus jefes, nunca criticar al propio y siempre al ajeno, calumniar, pisar, aprovecharse del trabajo de otros, engañar a los ciudadanos, y otras que nunca deberían adornar la personalidad de un buen dirigente. Como no podría esperarse de otra forma, tenemos los líderes cocinados en este perverso mecanismo. Los pocos buenos son eliminados y, de entre lo que queda, hay que escoger. En el mejor de los casos trabajarán para mantenerse en el poder como sea sin la menor vocación de servicio público, con un comportamiento ético dudoso y sin robarnos. En el peor de los casos nos encontraremos con lo que estamos viendo últimamente.
El mayor error de Rajoy, y del resto de los que mandan, es creer que se equivocaron en la elección de este o aquel porque, al cabo del tiempo, comprobaron que les salió rana y robó sin medida. No tienen otra cosa donde elegir. Son todos iguales, o parecidos, aunque parezca un tópico. Es como si un entrenador de equipo de futbol se encuentra con que todos sus titulares son cojos y se pregunta porque los eligió y, para resolver el desaguisado, recurre al banquillo o a la cantera y se encuentra con que también lo son. El banquillo y la cantera de los partidos políticos están llenos de jugadores cojos que están deseando entrar para jugar exactamente igual que los anteriores.
Y Rajoy, Esperanza, Soraya y todos los demás se sorprenden pero no cambian nada. ¡Qué poca capacidad crítica!
Mientras tanto los ciudadanos que trabajan de verdad en este país se van frustrando por no poder contar con líderes que demuestren interés por los ciudadanos y algo de amor al prójimo.