Estimado Moncho:
Si uno reduce al absurdo la vida diaria, y es al absurdo a lo que hay que reducir la vida diaria porque la vida es completamente absurda, la única clase social productiva es aquella que se inclina sobre la tierra para sacar de ella nuestro alimento, nuestro vestido y el combustible de nuestra lámpara y la posibilidad de descansar para siempre del absurdo de la vida en el seno de nuestra verdadera Madre, esa que absurdamente da vueltas alrededor del sol, o eso dicen. Me refiero, ya nadie lo dudaría a estas alturas, al campesino y al enterrador, que a veces son la misma persona sin sofisticar, autentica, pura, sabia catadora de cielo y tierra. Todos los demás, en puridad, somos unas sanguijuelas indeseables. Ahora bien, dentro de las sanguijuelas las hay de diversos tamaños y capacidades succionadoras. Y dentro de las de gran tamaño y capacidad de mamar aun se pueden hacer otras absurdas subdivisiones atendiendo al frenesí, a la fachenda y a la complacencia que se tenga con estos émbolos de la marcha atrás permanente. Yo, a veces y cada vez con más frecuencia, me acuerdo de la madre de algunos, madre que no tiene la culpa de haber criado unas sanguijuelas de tal tamaño. Hoy en día está de moda criticar al presidente de la Confederación de Empresarios de España porque, al mismo tiempo que se opone con furor canino a la subida hasta los mil ochenta euros del salario mínimo de una persona que trabaja ocho horas diarias cinco días a la semana, él ha visto aumentados sus emolumentos hasta la irrisoria cifra de cuatrocientos mil euros anuales, lo que vienen a ser aproximadamente la redondilla cifra de 33.333 euros mensuales, tres euros arriba o tres abajo. Criticar es fácil, echarse las manos a la cabeza los catetos indocumentados que sanguijueleamos por ahí es de una veleidad caprichosa que nada tiene que ver con la realidad, con lo que de verdad es el meollo del chollo, con la real y cotidiana absurda vida que nos ha tocado sobrellevar a algunos y no sobrellevar a otros. Visto fría pero subjetivamente, esas cifras y esa actitud de las que hablamos pueden parecer escandalosas, pueden ser objeto de crítica, pueden inducir a alguien a desear practicar el insano deporte de colgar a alguien por sus atributos viriles. Dios nos libre de un mal pensamiento. Pero hay que reflexionar con sensatez, no se puede dejar llevar uno por los arrebatos de ira infecunda y se deben tomar en consideración otras circunstancias para darnos cuenta de que no es lo mismo trabajar ocho horas diarias como cajero de un supermercado, cobrando 1080 euros al mes, que ser presidente de la CEOE cobrando 400.000, tres euros arriba, tres euros abajo. No exige la misma dedicación, responsabilidad, preparación intelectual y atención corporal permanecer ocho horas diarias en una caja de supermercado, que andar de parranda entrevistándose con sindicatos de foulard palestino y diseño yongueras, con ministras de la rama, con probos dirigentes de partido político único, y eso el día que el presidente de la ceoe tiene ganas de hacer algo, se levanta de la cama y decide acudir a la sede de la Confederación a tomarse un café y leer el periódico y la nómina de pe a pa. Todas estas funciones son, dónde va a parar, muchísimo más succionadoras que las que realiza una cajera de supermercado que también ayuda a colocar mercancía en los estantes y a veces pierde el tiempo cuando va a mear. La subjetividad es una facultad esencial de la absurda vida que nos ha tocado vivir desde tiempos inmemoriales a los humanos que poblamos la Tierra. Si todos somos unas sanguijuelas, premisa que está plenamente demostrada, la sanguijuela que mejor extrae el líquido nutricio es la sanguijuela más preparada y debe sanguijuelear en proporción a su trabajo. Si alguien cree que la Confederación de empresarios de España se equivoca al nombrar a sus presidentes es que no conoce la impoluta trayectoria y la límpida honradez de los presidentes de la ceoe de España. Y si alguien tiene alguna duda subjetiva y absurda al respecto, sería bueno que cuando pague la próxima vez en la caja de un supermercado, con una sonrisa en los labios se acuerde de un tal Garamendi, dechado de coherencia, o de un tal Díaz Ferrán, que pasó por los juzgados de la corrupción a ver cuanto cobraban los secretarios judiciales y así calcular de primera mano cuanta sangre se puede extraer a una sociedad sin que se desmaye por anemia y pueda volver al tajo al día siguiente. Reduciendo de nuevo al absurdo todas estas relaciones de parásitos y huéspedes hay que pensar en cuáles son los perjuicios para la sociedad el que desaparezcan los presidentes de la ceoe y la ceoe misma y los perjuicios de que desaparezcan las cajeras de un supermercado que cobran el salario mínimo y a veces pierden el tiempo yendo a mear en horas de trabajo.
Atentamente,
Lázaro Isadán