ALTA COCINA
Estimado Moncho:
Ya llevo años harto de muchas cosas. Con cada año nuevo que viene, (“el año nuevo se viene, el año nuevo se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más”, viejo villancico realista con letra cambiada), la cantidad de cosas de las que estoy harto aumenta de una manera expansiva. Estoy tan harto que creo que tengo el estómago en la cabeza y la cabeza en los pies. A veces me da la impresión de que se me escapa un eructo por una oreja. Tengo pesadez después de leer el periódico, gases después de ver la televisión de la Primera a la Última, retortijones al oír la Radiogallo, reflujo después de escuchar los discursos parlamentarios, vómitos con las campañas electorales. Este año, pasada la pandemia de los ricos, el atracón que se me ha atascado en el esófago neuronal ha sido por culpa de la manipulación del poder judicial. Los de un lado echan la culpa a los del otro lado del marasmo de los órganos justicieros mientras los señores de las tribus de más allá del Limes se frotan las manos, afilan los cuchillos y brindan con leche xenófoba fermentada de yak.
El primer plato de este cocido con exceso de grasa de cerdo que me crea lorzas en el cerebelo son los argumentos que utilizan unos y otros para defenderse de las mutuas acusaciones: el bloqueo se ha producido por culpa de los demás. Jamás ponen sobre la mesa, al lado del servilletero, la pura, limpia, clara, concisa sal de frutas: la independencia judicial, la separación de poderes. Bueno, me digo, es la Política, que estos gorrones creen que pueda ser otra cosa que servir a los ciudadanos sin servirse en exceso de ellos. Y ahí empieza mi empacho, con las explicaciones, con los argumentos, con las imposibles verdades, con las mentiras fehacientes. Diarrea mental, pido una manzanilla con mucho limón. He leído en El País, periódico hecho girones, las justificaciones para el asalto del Tribunal Constitucional por parte del gobierno de turno decimonónico, explayadas por un catedrático de Ciencia Política de la Universidad Carlos III, un señor de Cuenca, primo hermano de Sánchez, y me he quedado de piedra en el riñón. Pobres alumnos, los de este prefundo magister, saldrán directamente a afiliarse a alguna secta que otros llaman Partido Político. Ahí se folla más que en el Sindicato, que ya es decir. El análisis para justificar que el Gobierno meta sus sucias manos en la Justicia es tan mezquino que a mitad de artículo he tenido que suicidarme. Si un catedrático puede creer que la manera de solucionar un problema es añadiendo más mierda a la mierda entonces es que yo ya estoy muerto por úlcera de bulbo raquídeo. Hasta ahora creía que la Política no era una ciencia y desde este momento no me cabe la menor duda. Este científico, al que tengo la suerte de no conocer, utiliza los ingredientes de la alquimia medieval: le ha salido un plato de callos con garbanzos y metedura de pata de ternera. Dice que no le ha quedado más remedio al Gobierno que obligar al poder judicial a renovarse y, si no, palo y tentetieso. Es como ahorcar al padre si su hijo, que es un ladrón, no deja de robar. Ciencia pura: padres, hijos, ladrones y verdugos vienen siendo todos lo mismo, llamémosle equis, despejemos la incógnita. El orden de factores no altera el producto. Es la formula matemática de la paella. Empirismo, racionalidad, sistemática, comprobación, rigor. En este menú ya no sé que habrá de postre, mañana empiezo a hacer dieta. De momento me voy al váter a buscar la verdad.
Atentamente
Lázaro Isadán