Estimado Moncho
Mi padre, cuando quería dejar claro que yo no tenía ni idea de algo en las pocas discusiones que se permitía conmigo, me decía que yo hablaba ” de memoria”, y además añadía: “como os merlos novos”. Los merlos son unos pájaros parlanchines que cuando son jóvenes no hacen más que repetir lo que oyen, para burlarse de sus mayores. Hablar “de memoria”, para mi padre, era no tener en mi poder ni un mínimo de conocimientos sobre el asunto que estábamos tratando. Con el tiempo he aprendido que casi todo el mundo habla de memoria, incluido mi padre, y que, excepto los físicos, los matemáticos y los constructores de puentes que no se derrumban, el resto de la gente que habita este mundo oblongo, habla de memoria, no tiene ni idea de lo que dice, mete la pata con una facilidad pasmante. La única solución para no hablar de memoria es estar callado pero también esta virtud se ha hecho tan escasa que hasta los que no tienen nada que decir hablan por los codos. La prueba de que nuestra ignorancia es enorme, universal y completa es que dependiendo en dónde pongas tus hermosos ojos, tus dulces oídos, sobre la misma cuestión escuchas, lees, tactoneas opiniones no sólo distintas sino contrarias. Y eso, como diría mi padre, es hablar de memoria de ese asunto concreto, no te quepa duda, no hay discusión posible.
Dado que por desgracia hace mucho tiempo que no puedo discutir con mi padre de ningún asunto de actualidad fugaz, aunque a veces se me aparece en sueños para recordarme que hablo de memoria porque soy un ignorante, que a ver a dónde se fueron los cuartos que gastó en mi educación, y otra serie de reconvenciones paternales de las que me chivo a mi sicoanalista de cabecera por aquello de Edipo rey, príncipe y mendigo, yo doy mis opiniones al aire, con la autoridad que me confiere mi falta de conocimientos, pero me abstengo de dirigirme cara a cara a ningún interlocutor vivo tan escaso de ideas como yo, tan tarugo en general y en particular, tan obtuso que a mis argumentos me podría contestar con otros de los que indefectiblemente se podría deducir que estaba hablando de memoria también él, mi queridísimo hipotético ignorante contrincante dialéctico.
Así que voy a dar mi opinión sobre un asunto del que no tengo la más remota idea pero sobre el que, dependiendo de la poca vergüenza de los tirios y de la poca vergüenza de los troyanos, de los cristianos viejos y de los marranos, cuando se escucha a unos se oye una cosa y cuando se escucha a otros se oye la contraria: Se trata de la renovación de esas jerarquías judiciales tan limpias, tan honradas, tan ecuánimes. Y mi opinión es que en este asunto no se trata de quién tenga la culpa de un bloqueo o de dos, de a quién se coloca en el carguito o porqué no se coloca a ese que ya lleva un colocón; de dónde venimos, quiénes somos y a dónde vamos. No, de lo que se trataría a estas alturas es de la cuantía de la multa, los meses de cárcel o la pena de latigazos en plaza pública que habría que aplicar a aquellos cabrones que no cumplen la ley. Hágase usted objetor fiscal, mi querido robot, y ya verá la que le cae encima. Pásese usted dos días con el plazo de pago de la cuota de la seguridad social y probará sobre sus carnes y las de su familia todo el peso de la ley. Circule usted por la izquierda en una carretera, haciendo mofa de la Guardia Civil de Tráfico y conocerá usted la lobreguez de las mazmorras gratuitas; no pague el IBI a su ayuntamiento y le confiscarán la cuenta corriente. Pero estos sinvergüenzas de un lado y del otro cogen las leyes, las doblan por la mitad y se las pasan por la bisectriz, allí donde se juntan los ríos que van a dar en la Marimorena. ¿Quién vigila al vigilante?, ¿quien juzga al juez?, ¿quien multa al ministro?, ¿Quién manda a la puñetera calle al diputado adulador, inepto, peso muerto de un sistema de cemento armado para la jeta de sus señoría?: NADIE. Y que conste que hablo “de memoria”: excepto los insultos a esos grandísimos hijos de patria todo lo demás que he opinado puede considerarse perfectamente prescindible; y rebatible, con otra opinión sin fundamento.
Atentamente,
Lázaro Isadán