Estimado Moncho:
Me pregunta usted qué me ha parecido esa entrevista que le ha hecho la Sexta Televisión a don Mario Conde, abogado del estado, sobre su relación con el viejo rey de España. No sé que contestarle a bote pronto. Mi primera pedrada ha sido la de analizar al personaje, mientras escuchaba lo que decía: le brillaban extrañamente los ojos, unos ribetes encarnados bajo ellos ponían un toque de tenebrismo en los párpados, que se repetía en las comisuras de los labios. Me recordó, dios me perdone, al Drácula de Coppola con el batín rojo. ¿Porqué le brillan tanto los ojos a don Mario Conde, abogado del estado, si al entrevistador Gonzo, achicado tras su apretada sonrisa, los ojillos parecían estársele apagando. ¿Es, acaso, el fulgor que despide la inteligencia, o será el brillo dorado de la riqueza excesiva?. Por lo demás, repetía la caricatura de sí mismo ensimismado que tantas veces hemos visto, aunque eché de menos el foulard tapando los pliegues gallináceos de su pescuezo; eché de menos el jersey color pastel descuidadamente anudado por las mangas sobre el velludo pectoral de la camisa semiabierta. Una figura, el figura. La segunda impresión física fue mucho más amable : con la mano bajo la chaqueta cruzada me recordó a aquellos napoleones de caricatura, unos locos megalómanos que se creían mariscales de La France dentro del manicomio.
La primera presentación de la entrevista fue la de “La Mesa”, la hermosa mesa que hemos de suponer enorme, inconmensurable, porque solamente pudimos ver un trozo de su superficie bruñida, barnizada, abrillantada por los suaves trapos del servicio doméstico. Hete aquí que era la mesa del antiguo consejo de administración de Banesto, sobre la que se habían tomado las más arduas decisiones, los acuerdos más difíciles, las discusiones más enconadas, quién sabe si no se habría producido en su regazo algún fugaz episodio sexual. ¿Cuántas patas tiene esa mesa, cuántos kilómetros cuadrados, es desmontable o hubo que meterla en el pabellón de caza derribando un muro?. No se sabe. La historia que cuenta su propietario, o usufructuario, sobre la recuperación de esa mesa, su desembocadura en aquel salón comedor, es delirante. Al parecer los usurpadores de Banesto, para que no hubiese testigos de sus futuras fechorías ilegítimas, regalaron todo el mobiliario condal a unas monjitas. Yo creo que para poder hacerse, así sea regalada, con esa mesa-estadio, no se puede ser monjitas sino monjazas. Ya se sabe lo que dicen las monjas, santa Rita Rita lo que se da no se quita. Y claro, aunque el monasterio en cuya sala capitular había acabado la meseta, sea un edificio casi tan grande como el Escorial, las monjitas no estaban a gusto porque no se escuchaban unas a otras cuando rezaban por el Papa y por el Presidente del PP. Así que se la vendieron a unos constructores malvados que querían hacer astillas para encender el fuego de la revolución. Gracias a las oraciones de las sórores, don Mario Conde pudo recuperar por fin lo que le pertenecía en conciencia.
Don Mario Conde, conferenciante doctor honoris causa, cree que la gente que lo escucha tiene que tragarse sus vehemencias. Cuando la mentira que está soltando le parece que puede ser tomada como tal la repite dos o tres veces con profusión de visos dramáticos y así se la acaba por creer él mismo. Cuando dice haberle prestado 250 millones de pesetas al viejo rey para que compre acciones de no sé que Asturiana, -espero que no fuera la fábrica de leche y nata, vacas-, dice tan tranquilo que el rey puede comprar lo que le da la gana con su préstamo. Claro, pensaba yo cuando lo escuchaba, podrá comprar lo que le da la gana con un préstamo de esta cuantía cuantiosa si antes deja de ser el Rey. Otra cuestión que se me vino a la cabeza es el tipo de garantías que el banco Banesto le pidió al rey, su majestad. ¿Le exigieron fiadores, y si se los exigieron, quiénes serían?, ¿le hipotecaron algún chalet, un yate, bribonzuelo, unas joyitas de doña Victoria Eugenia de Battemberg heredadas, o fue suficiente con la palabra de honor de que devolvería el montante principal y los intereses en cuanto pudiera, y no lo volvería a hacer?. A lo mejor las comisiones cobradas de un lado saudita han servido para tapar agujeros de otro, alemán. Solo Dios, Alá y los libros negros de contabilidad del banco saben la respuesta.
Por otra parte Mario Conde, marinero en tierra, no quiere soltar todas las amarras con el buque varado de la monarquía y habla del rey viejo con un respeto impostado, más propio de un lenguaje de los Siglos de Oro que del momento actual, siglos de calabaza. Tan sólo le faltó decir que estaba al servicio de Su Majestad, Nuestro Señor, a Quién beso la mano. Qué gran valido hubiese hecho don Mario Conde, gestor de antibióticos, a la altura del duque de Lerma, o mucho mejor, del conde-duque de Olivares, llevando sobre su grupa todo el peso del Imperio. Tendría que pintarlo, subido sobre su caballo, el pintor de la Corte madrileña, el excelso Antonio López. Sólo que ya no hay imperio y los reinados no proceden de dios sino de una constitución democrática. Creo que esta entrevista la hubiese hecho mucho mejor Bertín Osborne, que se bandea con más soltura con todos estos personajes mitad opereta mitad lumpen. El mamarrachismo como locomotora que tira del tren de las nuevas pantallas de cristal líquido: feria de monstruosidades cenando, museo de cera de los horrores de los personajes más antisociales, más patológicamente anti humanistas: la televisión de Gutiérrez Solana galopando la astracanada. Cantantes sin voz, badulaques de salón con jarrones de Sevres, aristócratas con carcoma y zapatitos de charol, gallos de Barcelos fabricados en Macao, políticos zombis fantasmas que no quieren retirarse a bambalinas, funambulistas de la entrepierna…a la espera de una Universidad Papanatas que tenga a bien nombrarlos Doctores Honoris causa por méritos propios; y, hala, a cobrar por entrevista, ser tertuliano, a largar sermones, a darnos lecciones de uso de meñique, a tomar… el té de las cinco.
Ah, me ha gustado mucho la entrevista a Don Mario Conde, gallego de pro.
Atentamente,
Lázaro Isadán