Estimado Moncho:
De Menem, presidente peronista argentino allá por los años 90 del siglo pasado, se contaba cierta maldad que bien podía ser aplicada, como si fuese cataplasma de mostaza, a cualquier presidente de cualquier otro país del mundo, con las excepciones de rigor. Se decía que interrogado por sus preferencias literarias, dijo que andaba a vueltas con la última novela de Jorge Luis Borges y que su libro de cabecera eran la Obras Completas de Sócrates. Me ha venido a la cabeza este chiste de chistera cuando he leído que Feijóo compara al presidente del gobierno y al propio gobierno de Pedro Sánchez con “El otoño del patriarca” de García Márquez. Indudablemente ni Feijóo ni el asesor que le sugirió la comparación han leído la novela de marras. Si la hubiesen leído jamás se le podía pasar por la imaginación tamaño dislate si no es única y exclusivamente por aprovechar una de las palabras del título, “Otoño”. Porque del “Patriarca” Sánchez tiene poco. Quizá ese desinhibido político lector creyó que el titulo encierra a la novela y que es suficiente con título y contraportada para hacerse, en dos telediarios, con el contenido, sin saber que a diferencia de otras novelas que se siguen como la trayectoria de una flecha, el “Otoño” cuenta otras cosas. No cabe duda de que cualquier novela que trata de un Dictador, de un Otoño, de una Crónica de una muerte anunciada, de un Naufragio, de unos Funerales de la Mamá Grande… se puede aplicar con mayor o menor éxito a cualquier gobierno de cualquier signo de cualquier país del mundo, en algún momento determinado. La crónica de la muerte anunciada es utilizada hasta la saciedad por todo quisque, incluso por los gritones del fútbol. Yo, que sí me he leído muchas obras de García Márquez, a la hora de catalogar al gobierno y a la oposición de este país, así como a sus políticas respectivas, dejaría de lado esos enjundiosos títulos y me aprovecharía por ejemplo de “La Hojarasca” ( ya que García Márquez no tuvo tiempo de escribir “La Farfolla”) o de un “Cuento Peregrino”, y no en el sentido de narración corta sino de trapallada; y no en el sentido de hombre que anda por tierras extrañas, claro, sino en el de insensato o disparatado.
En fin que los políticos no tienen la obligación de leer, más allá de la ley del timbre y del Código de Comercio, aunque deberían hacerlo. De lo que tienen la obligación es de saber de qué hablan cuando hablan de sexo. Tampoco tienen la obligación de saberse los títulos de las obras de aquellos autores a los que día sí y día también homenajean en rimbombantes actos fúnebres y festivos. A veces “Uno, Grande y Libre”, que fue el presidente Feijóo en otros tiempos más muelles, no tiene tiempo de estudiar y le falla la memoria del bachiller en los maristas y dice que su obra preferida de Rosalía de Castro se titula “Poemas Gallegos, ¿puede ser?”. Suponiendo que se refería a “Cantares Gallegos” este título también le serviría hoy, si estuviese en la oposición, para referirse a esos gobiernos de la Xunta de Galicia que nos amenizan la vida con canciones que muchos oímos como quien oye cantar un carro. Gallego, el carro, y tirado por dos vacas del país, eso sí. Los libros de cabecera que no se leen lo que suelen producir es jaqueca y dolor en la pierna por las meteduras de pata.
Atentamente,
Lázaro Isadán