Estimado Moncho:
Acudo al servicio de Registro General y Censo del ayuntamiento de Lababia y me encuentro con el mismo personaje de la otra vez: un señor bajito y fusiforme con maneras de empanadilla que me toma a su cargo como si yo fuese un perfecto imbécil. Lo soy, lo soy, pienso para mis adentros escasamente iluminados. Él, indudablemente, acaba de recibir el “Cursillo intensivo de la realidad del funcionario frente a frente con su enemigo”, impartido y pagado a cargo de los fondos europeos, abisales fondos europeos diría yo, fosa atlántica donde se han depositado tantos y tantos barriles de material radiactivo en forma de deuda pública que hay que pagar, y que yacen ahí, enfrente de casa, golpeados por la suave marea de la Costa da Morte, algún día esas latas de sardinas morderán el anzuelo, nadie debería olvidarlo y ya no tendremos ni tiempo para cambiarnos de calzoncillos. El curso lo ha predicado el ayudante del señor Obispo, Monseñor Tomás y Comed, y su premisa y conclusión son la misma: “templanza, queridos hermanos y amigos, templanza, los ciudadanos no es que sean vuestros enemigos, es que son unos colegas poco inteligentes, no conocen el mecanismo intrínseco de la administración, se mueven por estos pasillos como un topo en la topera, no conocen a Dios por propia iniciativa y debe hacérseles compañía espiritual para que no se pierdan por los vericuetos de la teología municipal. Ahora vamos a hacer unos ejercicios de respiración diafragmática pensando en un folio en blanco repleto de cruces, es decir un crucigrama. Repetid conmigo…”. Los trámites son en principio de fácil comprensión pero me ocurre que no me explico bien, así que, fracasado en el primer intento, vuelvo otra vez, hago otra cola anticovid, que más que cola parece rabo, y deposito de nuevo, sobre la escasa superficie que me han dejado frente a la ventanilla, mi humilde y decorosa solicitud, como contribuyente esencial, contribuyente cuyo destino en esta vida es contribuir de la mayor forma posible a la pitanza de mil funcionarios, doscientos mil asesores y un millón de cargos políticos del ayuntamiento de Lababia, un destino honorable para un contribuyente más parecido a una mosca cojonera que a otra cosa, no como esa gente que se escaquea de pagar impuestos pero no pasa nunca por las oficinas municipales y mandan a sus gerentes que vienen con toda la lección aprendida y no hay que respirar hondo porque se perfuman mucho y ya han hecho el curso de yoga administrativa intensiva y no tienen un mínimo fallo y siempre invitan al café y las tostadas en la cafetería de la esquina en donde tantas horas hemos pasado repasando, para el examen, las normas de comportamiento cívico contra los ciudadanos y otros inmigrantes que lo llenan todo de kilos de cuerpecillo mal alimentado con carne de gran explotación, macro explotación que le dicen, y que sale a la superficie a través de las placas tectónicas de las lorzas y otras protuberancias. ¿Quién es quién en este bis a bis carcelario en el que el que está adentro parece ser el que está afuera? No me entiendo en este idioma así que voy al departamento de adscripción de chuchos y otras mascotas imprescindibles, en el segundo piso, al fondo a la derecha, w.c. para caballos, siguiendo la línea de puntos.
Detrás de nuestro funcionario albóndiga y el resto de maravillosos trabajadores que están tan sentados mientras los demás estamos tan de pie, hay un enorme espacio en el que flotan, como podrían flotar en el océano Pacífico, una enorme fotocopiadora cetácica que se niega a funcionar y se sostiene en pie con cinta americana, no hay dinero para inmovilizado, y un inmenso vacío que llenar con los suspiros globo que se escapan detrás de las ventanillas. Suspiros de hambre y hastío, suspiros de tedium vitae, de horror vacui y de AMGD,… cuánto le debemos a ese navarro errante. Dado que estamos en esta democracia plena de fuerza e ímpetu igualitario, de lo que se trata es de que todos seamos igual de imbéciles que aquellos que nos gobiernan en lugar de intentar que los que nos gobiernan sean igual de imbéciles que nosotros. Como decía el ayudante del obispo en el cursillo-ejercicio-espiritual que tan mercantilmente impuso con sus blancas manos, “el que tenga blancas manos con sus manos blancas y el que tenga manos negras con sus negras manos, kumbayá, vosotros sois la gran correa de trasmisión desde las altas esferas del poder a las más bajas chabolas de la mugre”. Correa de trasmisión sí pero también hay que cambiarla porque se gasta, los engranajes fallan y gripa el motor estatal, podía decir yo, que de mecánica de motores de explosión directa tengo una idea más bien superficial, una idea que queda agotada una vez que subo la tapa del capó al tractor.
Mientras espero codo con codo con un venezolano altísimo y flaco de adoración nocturna, que también espera los resultados de sus anhelos con una atención extravagante, con los ojos muy abiertos como de no creerse que no haya que dar una mordida al agraciado funcionario que habita detrás del metacrilato transparente, exploro visualmente la parte que me corresponde, un escaso pasillo por el que hay que circular de perfil poniendo solamente una oreja, y me encuentro, hasta donde alcanza mi vista, con una decoración primorosa de cuadros con motivos muy bien traídos y llevados de la ciudad de Lababia; novísimos chistes gráficos del humorista y genio loco local, ideas graciosas que desentonan un poco ante tanta seriedad; y superficies marfileñas recién pintadas, asépticas y lisas como el cerebro de una lombriz. Hay mucho trabajo en estas oficinas, pueda ser que el alcalde haya decidido que todo el trabajo sucio se traslade a las oficinas aledañas y peldañas que están ahí a mano sin necesidad de desahuciar a ningún ingeniero de puentes termales, pontífice termostático y cubre tendales, lo que sería muy difícil de conseguir porque alguna gente de las altas rocas se aferra a ellas como las lapas, comida muy corriente en la isla de Madeira. El edificio histórico artístico, que en época sueva cobijaba a todo un Ayuntamiento campechano, ahora es insuficiente para poner a recaudo a toda la población funcionarial cuyo crecimiento demográfico ha sido tan explosivo que hasta el señor Malthus se dio un garbeo por aquí para comprobar los perniciosos efectos que el ocio produce sobre el incremento de la familia nuclear verde. Los proletarios, cuando se aburren, fornican; los burgueses ociosos esquían; la élite burocrática ociosa se multiplica por partenogénesis, más aséptico y slup. Lo desviaron, al buen sabio, hacia el palacio de la Diputación al grito de “¡aquí se trabaja, señor mío, no tenemos tiempo para monsergas!
Atentamente,
Lázaro Isadán