Baltar tocaba el trombón de varas en las fiestas de los amigos y conocidos y decía de sí mismo que era de los de la Boina frente a los de Birrete. La vara y la boina eran dos aditamentos esenciales en la figura del tratante de ganado que recorría las ferias de nuestro País Gallego en busca de los mejores animales a un precio ajustado. Bueno, bonito y barato es la aspiración del gran tratante gallego. Si a la boina y la vara le añades un chaleco negro de tergal, los pantalones algo caídos sobre los zapatos polvorientos, y un palillo sobado en la boca, entonces te has convertido ya para siempre en el arquetipo del tratante gallego, el mito erótico por antonomasia, el que sabe más de vitelas y de vacas viejas, de novillas y de toros jaraneros. El Tratante gallego siempre tenía una casa grande en algún sitio lejano en la que una mujer de luto gobernaba con mano de hierro la actividad frenética que allí se desarrollaba, como una Mamá Grande de García Márquez, mientras el marido, de villa en villa recogía los productos de su tratantía. Baltar poseía en grado sumo una característica esencial del tratante gallego clásico: además de vara y boina tenía la paciencia suficiente para que el campesino ganadero que llevaba su becerro a la feria se fuese derrotando a sí mismo a medida que el trato se complicaba porque, el paisano, lo que no quería era volver con el animal a la cuadra y tener que explicarle a su mujer que no había sido capaz de deshacerse de aquella hermosura. Así que Baltar dejaba que el trato se pudriera un poco y al final bajaba el precio lo suficiente para no molestar a nadie y que nadie se sintiese ofendido. Se puede decir que José Luis tocaba el trombón de varas y, detrás, hipnotizados, llevaba a los Meniños Labregos de la provincia de Orense, que estaban encantados de darle la mano para cerrar el trato, poder ir a comer el pulpo y tomar unos chatos con la billetera abultando un poco más de lo normal en el peto.
Muchas veces los que le vendían barata la vaca a Baltar iban después a pedirle un favor, algo sencillo, insignificante: un chollo en un súper para la nena, un asfaltado generoso en un patio particular, una farola que iluminase las largas noches invernales frente a la casa familiar y poder ver nevar desde la cama. Minucias. El trato volvía a cerrarse con un apretón de manos y, para celebrarlo, el Tratante quedaba invitado a la boda de la nena, a la jura de bandera del neno o al entierro de la suegra, en dónde Baltar recibía el pésame como uno más de la Familia, que es lo que era y es: el gran padre político de la familia de todos los que somos de Orense.
RETRATOS EN LA ORLA 5
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