Oriol J. salió de la cárcel más gordo que cuando entró, fue el primer preso en la historia penitenciaria de Egipto que no adelgazó en la celda. Cuando Oriol J. salió de las mazmorras del faraón lo primero que hizo fue subir a pie al monte Montserrat, valga la redundancia, a visitar a Dios. Dicen que el que mira a Dios cara a cara se queda ciego, y Oriol J., hombre prudente, se tapó los ojos frente a la zarza ardiente, que estaba quemando gas natural argelino de la Caixa, Repsol Butano. Aun así no logró la oscuridad total y tuvo que permanecer unos días a base de colirio para recuperar la vista, por eso en la foto de la orla Oriol J. aparece con gafas de sol. El prior del Sinaí tradujo a dios al catalán y le vino a decir a Oriol que a pesar de todos sus esfuerzos el Pueblo Elegido aun vagaría por el desierto carpetovetónico durante otros cuarenta años y que de ninguna manera él entraría en la Tierra Prometida, que lo haría el lugarteniente de su lugarteniente, un hombre de Mataró llamado Josué Capdevila Martínez, con bisabuela de Murcia.
Oriol bajó del monte con muchos regalos de los sacerdotes de Yahvé pero con la preocupación y la frustración de no poder ver a todas la Tribus Catalanas reunidas, bailando una sardana sideral tras los muros de Jericó, en un amor y confraternidad universales después de expulsar a todos los paganos sin algún apellido judío o provenzal.
Oriol J. es un hombre sabio, un hombre paciente, pero es un hombre que cuando se enfada no hay fuerza terrenal que pueda pararle los pies: embiste y quiere bailar. Estaba harto, encontró a su Pueblo dando vivas a otros clérigos que no son él y adorando ídolos paganos y eso lo enfurece como a toro de lidia con botines. Intenta derribar los altares levantados por la alta burguesía, por los revolucionarios de pacotilla, por los carlistas antifelipistas, por la quinta columna en Barcelona y por los sionistas de la cup-glup, pero no consigue nada, se le resisten, y le entra el infarto. A veces piensa que con ese Camino de Perfección no se llega a ninguna parte y desea volver a la celda en donde podía rezar a su único Dios sin intermediarios indeseables, hacer poemas y comer lentejas cultivadas en las orillas del Ebro, que le gustan mucho con morcilla.