Estimado Moncho:
El otoño, además de deseo en horas bajas, de dolor de huesos y de la melancolía del tiempo fugitivo, nos ha traído una moción de censura entre mascarillas y gaseosa y un fin de octubre apoteósico. Nunca había seguido hasta ahora con tan poco interés, pero con tanto tiempo libre, los ladrillazos que se endilgan y nos endilgan sus señorías en esta ocasión festiva. Cuando subían al estrado los portavoces, el -¿ me atreveré a decirlo?- “Candidato”; cuando subía el “Censurado”; cuando subía al estrado su primo de Cuenca; las mujeres de coros y danzas, los jefes de éstas y los ningunis…, se quitaban, se despojaban, como en una peli porno de serie C, de las mascarillas, para poder hablar con más soltura, tal vez para poder relamer de forma disimulada las que ellos consideran sabrosas migajas de su discurso. Y era como si inmediatamente después se hubiesen colocado la pobre y sufrida mascarilla en el cerebro, porque de allí no salía nada, eran mascarillas de cemento armado como el que se coloca para aislar las centrales nucleares y que no se sufra la radiación. Pudiera ser que dentro de la hoya mental no hirviese nada, no hubiese contacto entre átomos y neuronas, ese contubernio judeomasónico.
Voy a resumir. El – ¿me atreveré decirlo?-, “Candidato”, repasó los guasap de sus amigos y los comentarios de las redes sociales de sus amigas de la Sección Femenina y creyó que con eso era suficiente para ser un candidato deportivo. “El Censurado”, sobrasado chulapón, se sentía tan encantado que hizo repaso de su propio discurso de moción de censura contra Rajoy, discurso que se estudiará pronto en todas las facultades de ciencias políticas desde Kabul a Quito, pasando por Moscú. El uno, con cuatro telediarios, como el Zapatero Prodigioso, ya estaba despachado; y el otro, con el subrayado de larga nariz sobre papel de calco, como Pinocho, se complacía en los aplausos de sus mesnadas-nadas y se iba tan contento…
El jefe de la Oposición a cesante se despeñó con un discurso que más bien parecía la queja y la ira de una doncella ofendida y despechada, forzada y estuprada tal vez con el pensamiento, huyendo del Dragón para ir caer en las fauces de un San Jorge zafio y rijoso. Pobre muchacha, qué futuro tan negro le espera, llena de hijos, malviviendo con un sueldo del mindundi que la dejará a merced de los elementos .
Tan sobrado iba el Censurado que, en un gesto de munificencia imperial, le ofreció al supradicho jefe de la oposición la propiedad intelectual de la mitad de los independientes jueces del Poder Judicial, como si después del discurso aguerrido del muchachote él se hubiese caído del burro camino de Damasco y descubriese que allí donde antes dije Digo ahora hay un Diego estadista sin Estado, lo que será una flor para mi ojal. Lo que se le olvidó decir al jefe del gobierno era que el rapapolvos de Europa había tenido mucho que ver con el tropiezo del burro. Un detalle sin importancia para un generoso contumaz.
El fin de fiesta otoñal al que me refería al principio me vino dado, no por la proximidad del día de Difuntos, que a este paso puede ser cualquier día del año, ni por la declaración de ese manoseado estado de alarma, sino por la visita que Don Pedro II rindió al jefe de Estado del Vaticano, un hombre vestido con maxifalda, como escocés recatado, que con una arrogancia causada por su conexión directa con Dios, reconvenía a nuestro Presi sobre cómo hay que dirigir un país como el nuestro. Hablaba, claro está, la Voz de la Experiencia, ya que ser el Jefe del Estado Vaticano imprime tales conocimientos sobre igualdad, libertad, democracia, humildad, pobreza, castidad, amor al prójimo, austeridad, administración comedida, sinceridad, paciencia y decoro, que nuestro Jefe de Gobierno escuchaba embelesado y silencioso, como un enorme monaguillo que espera una propina detraída del peto de las ánimas del Purgatorio.
Mientras tanto, observando el espectáculo, el soldado sij, vice presi de nuestro maldito país, se estaba pensando en coger un avión para acudir a Qom, ciudad sagrada como Roma, y entrevistarse a pie firme con el Jefe Supremo. Pero no había nadie al otro lado del teléfono. Si uno va a ver al papa blanco el otro puede ir a ver al papa negro, barbudo intransigente que ha convertido la religión en la razón de Estado: lo mas avanzado del pensamiento humano en perpetua evolución, con un consejo siempre a flor de labios sobre libertad de expresión: Decapitar profesores de instituto no es censurable según y cuándo.
En fin, que este otoño me deja más triste que nunca rodeado de brumas mentales, alarmas silenciosas, confinamientos expansivos, estados de excepción y regla general, que son como hojas de afeitar que se van cayendo del gran árbol de la frenética vida actual, si usted me permite la metáfora. Menos mal que hay castañas y vino nuevo.
Atentamente,
Lázaro Isadán