Estimado Moncho:El asunto peliagudo de los santos y sus favores personales me trae por la Calle de la Amargura. Hay una calle en Santiago de Compostela que tiene el positivo nombre de Calle de sal si puedes. Un nombre misterioso. Se ha perdido la poesía en el nombre de las rúas. Aun hay alguna que se llama Calle del general Pardiñas. Con una errata se arreglaría todo y lo que hoy es pardiña mañana sería sardiña, mucho más sabrosa a la brasa que cualquier ave anticarlista.
El problema de los santos y sus favores me ha asaltado la cabeza cuando me han contado que un san Antonio que circula ambulante de casa honrada en casa honrada, ha sido vilmente secuestrado, después de robar su hucha y su pequeñaja estatua con lamparilla de aceite, que brilla esperanzada en la oscuridad de la fría noche. Ha sucedido, pues, con nocturnidad y con escalo, perdiéndose su rastro en una revuelta del camino, entre dos estaciones penitenciales. A un san Antonio de la Plaza de San Antonio acudía yo cuando me desaparecía algún objeto imprescindible para mi estabilidad emocional, por ejemplo las llaves de la bodega. Llegaba, depositaba mi ofrenda humilde y salía reforzado en mi carácter, dispuesto a recuperar la memoria. Me dirigía por la calle de Santo Domingo hacia la calle de San Miguel y allí, al amparo de una taza de ribeiro blanco, en la tasca del Pingallo, elevaba al cielo el cáliz de salvación a la espera de un ligero milagro. No pedía más. Cuando volvía a casa encontraba las llaves en el lugar de costumbre, y agradecía el favor concedido ¿Pero a quién voy ahora a molestar con mis preces inquisidoras? Si un sanantonino es capaz de desaparecer y perderse en la profunda noche de la infamia ¿a qué santo he de dirigirme? En la policía municipal dicen que no saben nada. Eso no hacía falta que lo dijesen, es de dominio público. En el obispado se lavan las albas manos, eso también es de dominio público, sino de qué iban a tener esas manos tan blancas por fuera, como fregadas con lejía. Confidencialmente, al calor de un donativo, se me insinuó que rezase a Otro, a un Sustituto, a un Interino…a un farsante, en suma, como si eso fuese teológicamente viable. Yo, únicamente, como ultima Providencia, acudiría al beato de mi terruño, Sebastián de Aparicio, patrono de los transportistas sobre ruedas, si se me extraviasen las llaves del coche. Cuando no hay respuesta convincente se pierden las formas. Es un problema peliagudo, como dije al principio, porque si san Antonio desaparece y se pierde ¿en quién puedo ya confiar para que me se me reintegre la llave inglesa que le presté el otro día a mi vecina, la rubia de bote? Estaré abocado a acabar en la idolatría y tener que visitar al vidente Amadú que lo sabe todo. Espero que, antes del desastre, algún filántropo diseñador de moda pague el rescate de san antoniño, santo que non bebe viño, y todo vuelva a la normalidad, porque no quisiera tener que abandonar, por este motivo, la grey a la que pertenezco desde tan joven. Un motivo que otros calificarían de nimio, pero que a mí me va a abocar a vivir a la calle del Desengaño, Burgas abajo, código postal 32005.
Atentamente,
Lázaro Isadán