Estimado Moncho:
Estuvimos contemplando desde la orilla del camino cómo los que mandan y legislan desmantelaban la sanidad publica, y no hicimos nada. En aras de unos recortes draconianos dejaban de invertir en material, en personas, en calidad de asistencia. Las listas de espera se manipulaban, posponiendo citas médicas para que las estadísticas estuviesen guapas y maquilladas para la prensa de los domingos. Gente viva se fue al garete en espera de que la muerte los pusiese sanos definitivamente. Los médicos de cabecera tenían – y tienen- que ver a los pacientes con un cronómetro en la camilla para no pasarse de palabreros. Recuerdo a un mal médico que hubo en mi pueblo que diagnosticaba y recetaba desde lo alto del caballo, casi al galope, pero era la excepción de otros tiempos. Se dan consignas desde las altas instancias del Palacio Imperial para que se eviten pruebas que requieran carísimos instrumentos, si no son estrictamente necesarias, es decir, cuando el paciente impaciente lleva el ojo en la palma de la mano; y nosotros no hicimos nada. Los sanitarios de la Sanidad Pública, hartos, salían a protestar, enfundados en sus batas verdes y blancas como banderas, pero eran tachados de subversivos e insolidarios. Escaseaba el personal, se hacían muchas guardias mal pagadas; y nosotros, los sanos de corazón, no hicimos nada.
En Verín se cerró la maternidad de su hospital, que es público para las duras y privado para las maduras, y hubo protestas populares, y el asunto quedó tambaleándose. Las parturientas de la comarca se sujetaron la barriga para no partirse de risa y poder aguantar otros nueve meses. La esposa del Emperador de la China fue a dar a luz a un hospital privado en donde estaría más cómoda. Claro.
Mientras tanto el dinero que se le negaba a lo público se traspasaba a lo privado, que se fue poniendo orondo con las migajas y las hogazas que caían de la mesa. Los amigos de mis amigos son mis amigos.
Muchas residencias privadas de ancianos se hicieron con aportaciones de dinero del erario público, construidas sobre muchos terrenos de lo común, pero su gestión se le entregaba a fundaciones, más eficientes manejando el ascua de la sardina, y bendecidas por el santoral católico, desde San Benigno a San Rosendo. Además del terreno y los denarios de plata había otras concesiones graciosas, de humor negro. Por ejemplo, un ayuntamiento que conozco bien, tuvo que endeudarse para poder pagar su aportación a la obra. A cambio, la afortunada Fundación permitió, en un principio, que el alcalde fuese recomendando a empleadas cuidadoras, con lo que otra rama de clientelismo político retoñaba del viejo tronco de la corrupción y el caciquismo decimonónico: en un pueblo, un ama de casa con un sueldo fijo, es una rara avis. Después, los sueldos y las horas y los trabajos bajaban un poco la euforia, pero más vale pájaro en mano en época de crisis. Votar agradecimiento es ya rutina, pero fiscalizar el peto de las ánimas es difícil.
En la chatarrería de las calles aledañas a la catedral de Santiago de Compostela, allá por la Azabachería, no hay suficientes medallas para que se cuelguen de la solapa el Emperador Burócrata y sus Mandarines. Si no hubiese sido por ellos esta pandemia nos hubiese mandado a todos a la tumba. Ellos nos han salvado. Todo esto me recuerda a un chiste que leí en una vieja revista infantil, hace ya medio siglo: una pareja de la Guardia Civil (dos hombres) se encontró con un gitano que llevaba un cerdo al hombro.- ¿De quien es ese cerdo? – le preguntó uno de los agentes de la ley. -¿Que cerdo?, contesto el hombre. – Ese. Entonces el gitano girando un poco la cabeza, absolutamente sorprendido, sacudió al animal de su lado diciendo:¡ coño, bicho, anda, anda, apártate de ahí!
Lo políticamente correcto e incorrecto no estaba de moda en aquellos años y se hacían chistes con gitano, y cubatas con Fanta, pero esta historieta siempre me viene a la cabeza cuando oigo hablar a estos Viejos Hombres Honrados que nos gobiernan: Ellos nunca han hecho nada malo, y el cerdo siempre ha sido un animal volador que se posa en cualquier parte sin previo aviso. Basta con sacudirlo un poco, como a la caspa, para que desaparezca hasta de la memoria colectiva; y así hasta las próximas elecciones. Y nosotros no haremos nada, como siempre.
Atentamente,
Lázaro Isadán