Estimado Moncho:
Siempre fue precepto de los revolucionarios cortar el cordón, el hilo, el cordel, la sábana manchada anudada, con el mundo antiguo, antepasado, caduco y podrido. A veces cuesta millones de litros de sangre, pero más se ha perdido en menstruaciones infructuosas. Robespierre era un gran muchacho. Nada más caduco, antiguo y carca que una Gramática, un gramático en su más tierna juventud, incluso la gramática parda; o un idioma: no hace falta más que mirar el latín hecho unos zorros, y unas zorras. Si eso es una vaca aquello es un Baco. Cuando me atreva a afiliarme a algún partido político me decidiré sin género de dudosa intransigencia por alguno que haya echado por la ventana al pasado, y a la pasada. Qué pasada, tía… En poco tiempo, estos partidos de mi orgasmo -¿me atreveré a decir orgasma?- han conseguido lo que no habían conseguida la mayor parte de los luchadores, diría luchaderos, luchadoras, feministas: convertir en estúpida un argumenta a base de retorcer la idea, como un trapo de cocina, de que lo importante son los signos y no los significados. Hay una discriminación tan evidente en este mundo que lo que se ve es que nada nado por delante y nada por detrás de los asaltos a Palacios de Invierno, repletos de fuegos acogedores y sueldos abundantes. Empecemos por lo más débil, por el idioma. Lo demás se os dará por añadidura. ¿O acaso no son felices las aves del cielo con sus gorjeos ininteligibles? Como se trata de romper con corsés y estereotipos, para luchar contra el machismo no hay que pararse en minucias gramaticales, se debe abordar por estribor, la zona débil de nuestro enemigo, con el sable cosaco entre los dientes, el galeón de los prejuicios. Yo propongo, humilde aportación no idiomática, que a los hombres machos de sexo caligráfico, se les exija usar falda los lunes, miércoles y viernes, como poco, y que los aseos públicos sean todos y todas de públicas señoras y señoritas. Dejemos de lado a escoceses y hotentotes. En mi delirio por ganarme méritos y aplausas de innovadores contra la desigualdad, y para que me amadrinen ante la troica de maridos y esposas, primas y primos dirigentes (a ver si con eso saco un obispado vitalicio de Cuenca), voy a solicitar oficialmente ante la embajada de Estados Unidos de Norteamérica, esa enemiga que quitó Cuba y las Filipinas de las manos llenas de pulgas de los políticos de aquellas épocas (si hubiese paridad y equidad otra gallina nos hubiese cantado), que a partir de la presente y sin carácter retroactiva pasen a llamarse ustedos y ustedas, queridos yanquiesgojónome, la República de las Estadas Unidas de Norteamérica Vespuccio sin prepuccio. Ellos, que van por la senda democrática con tan poca tradición que hasta copian usos y costumbres de la vieja Brasil, me dirán que sí, que bien, que tomamos nota, queda archivado la sugerencia y que nuestra Virgen de los pantanos de la Florida nos acompañe y guie en tamaña decisión.
Una vez me haya asegurado de que mi entrañable intento haya quedado obsoleta por falta de empatía revolucionaria, pasaré a la acción para conseguir de golpe y porrazo una discriminación positiva, la única discriminación aceptada por la ONU y las leyes igualitarias de este nuestro país de rancia tradición democrática. Puesto que hablar no es necesario, y podemos permanecer unidas en un solo cuerpo y un solo espíritu (demos gracias a Diosa Madre), y podemos comunicarnos por señas, me dirigiré al hospital de 24 horas más cercano para, de forma totalmente oficial, llevando unas tijeras de podar a modo de diccionaria bífida, que me conviertan en mujer. Pero, profesor Bacterio, por favor, con Anestesio epidural.
Atentamente,
Lázaro Isadán