Estimado Moncho:
He oído decir al presidente sin auctoritas de la sagrada institución de la Calle del Progreso (de mal nombre Dí-puta-ción), que el desarrollo del termalismo en Lababia pasa por su conjunción astral con las nuevas tecnologías. No me imagino a qué puede estar refiriéndose. Sea tal vez a la aplicación de termómetros digitales, en lugar de analógicos de mercurio, puestos en el culo de las salutíferas aguas para ver cuál es la temperatura y que no se nos escalde el pie izquierdo, ese que se mete en la piscina cada vez que nos queremos dar un chapuzón. Sea tal vez el establecer un programa de Excel para saber cuál es la circunferencia media de las tripas que se ablandan cada día entre vapores de agua. Desde hace cuarenta años llevo oyendo hablar a estos mismos capitostes, o a sus padres y abuelos, de termalismo, como puedo oír a un filósofo hablar de “imperativo categórico”. Aun no sé cuál sea ninguna de las dos cosas. Como soy un tipo poco aprovechable intelectualmente, a mí lo de termalismo en boca de estos sacerdotes orondos me suena a callos con garbanzos. Me explicaré: desde tiempos de los romanos el termalismo, es decir, lo que antes era el agua caliente que surge de las entrañas de la tierra portando una serie de sustancias que alguien ha calificado de saludables, no ha cambiado ni un ápice. Aun diría más, ha retrocedido, y si en época de nuestra llorada Abana Calpurnia se usaban estas aguas para hacer enjuagues, hoy se usan para lo mismo además de para escaldar estómagos de vitela y cerdo que se juntarán en una gran cacerola, recuperando al fin de los tiempos su estado original en la taberna del Valle de Josafat. Alguno de los poetas de la Generación Nós nos contaban que las matronas acudían a las Burgas a lavar los callos que después serían convenientemente manducados por los Porcos de Pé, por los funcionarios, por los menestrales, por los obreros de la fundición Malingre…Los maragatos los preferían a la madrileña y los indígenas con garbanzos y chorizo. Alguna cocinera les añadía comino, por aquello de los gases, que nunca quedan bien en las tertulias. Hoy día los callos que se ablandan son los propios y el famoso termalismo hace flotar las células muertas en la superficie de las aguas, como una telilla de grasa que podía fácilmente convertirse en mantequilla. Más que termalismo habría que hablar de termalísimo. El padre Miño y su cuñada la central hidroeléctrica son enemigos acérrimos de las nuevas tecnologías aplicadas al termalisto. Cuando llueve, las termas se inundan y cuando no llueve, también. Arden los edificios termales, y de los tres elementos del griego solo falta el aire para completar el desastre. Pero ya se están haciendo rogativolavativas en la seo catedral para que sople el siroco. Las paga el alcalde. Las eleva al cielo el obispo metropolitano. Esta ciudad de Lababia ya parece Baden-Baden pero con tres badén: Baden-Baden-Baden. Cuando los especialistas, que el regidor ha enviado por esos mundos de dios a conocer técnicas termales nuevas, vuelvan cargados de soluciones, todo será distinto y el termalismo que todos llevamos dentro habrá llegado en el Ave. Las nuevas tecnologías consistirán en una olla exprés de fabricación alemana con tapa de cristal a través de la cual se verán, flotando, en agua traída a propósito ( el alcalde diría “esproceso”, por lo de judicializar la política) desde el manantial del Tinteiro, por una virgen de 13 años ( esta es la parte más difícil de la receta), la cebolla, el ajo, los garbanzos, la hoja de laurel, una pizca de sal, un poco de pimentón picante, la morcilla, el morro, mucho morro, las manitas de cerdo y los chorizos, y sus respectivos bandullos.
Atentamente,
Lázaro Isadán