Estimado Moncho:
Lo mismo que Julio Camba que, cuando volvió al cabo de algunos años de ausencia, había encontrado a los colegas madrileños hablando de lo mismo y enarbolando la misma tostada para el café, así usted, si se marchase unos años al extranjero, dios no lo quiera, al volver, nos encontraría a los mismos, discutiendo las mismas cuestiones y con la misma magdalena de Proust en la mano en ademán de mojar el mismo café con leche que teníamos el día de su marcha. En lugar de las pantorrillas de las tiples y vicetiples de las que se podía estar discutiendo en los años de Camba, volvería a escuchar los comentarios sobre las pantorrillas de los futbolistas, de las pantorrillas de las novias de los futbolistas, de las bodas de los toreros bomberos futbolistas y de las figuras retóricas que caracterizan a la poesía del fútbol en España; poesía que en los años 20 y 40 era exclusivamente épica pero que en nuestro tiempo ha pasado a ser también lírica en las narraciones insufribles de la radio y la televisión y de los programas deportivo-expectorantes de los chicos de la radio vespertina y noctámbula. Los tertuliadores, que acuden a estos programas futboleros con su maleta de cartón piedra repleta de plomizas opiniones, hablan de los muchachos del balón y de sus hazañas como si de los Argonautas se tratara y alguno hay que ha comparado al Messi con el Amadís de Gaula, personaje que dice haber conocido en sus tiempos mozos, y que yo creo que confunde con Amancio Amaro Varela. La mitología y la física cuántica han traspasado barreras y han sacado entrada en los estadios y campan a sus anchas por los céspedes verdilocuentes. Yo quiero contribuir a consolidar este cemento armado hablándole hoy del presidente de la Real Federación Española de fútbol, institución que deambula por ahí para solaz y aprovechamiento de unos cuantos cucos pero que, al parecer, es un organismo semipúblico, semiprivado, semifísico, semijurídico, semidifuso y semicorcheo; que de alguna manera tiene relación con la Administración del Estado, o en parte, o en aquello que le sirve para sacar más aceite del billete de euro, en forma de subvenciones, qué palabra tan agradable. Así, cuando usted vuelva, dios quiera que no se vaya, no se encontrará raro escuchando de nuevo la verborrea consuetudinaria cuando se pare ante el escaparate del último comercio heroico abierto de esta ciudad de Lababia; o cuando coja el autobús para visitar a sus antiguos amigos, que se habrán escapado de una ciudad sitiada y tomada por las fuerzas de la involución, la parálisis y el sueño eterno.
A lo que iba, ese señor presidente de la RFEF, que es calvo por decisión propia, es decir por ética, que no por estética, se ha sacado del gorro, por la gorra, una final de la supercopa de fútbol de España en Arabia Saudita, a disputar entre cuatro equipos de no se sabe qué país, dado que los compositores y los músicos eran casi todos, o todos inclusive, mercenarios de geografías distópicas (¡que alguien me diga qué significa esa palabra!). Algún godo se colaba como interior izquierda. Hasta el balón era extranjero, de La China, y los árbitros, todos, del Tribunal Supremo, un lujo. Cuando se oyeron voces airadas, por supuesto delante del escaparate de marras, criticando ese anacoluto, nuestro amigo, en posición egipcíaca, es decir con una mano delante y otra detrás, confesó que lo había hecho para que las pobres féminas sauditas pudiesen observar, por el escaso rabillo del ojo, los deambulares eróticos de las pantorrillas de gentes de otras latitudes más democráticas. No lo dijo así, claro. Dijo que contribuiría a la liberación de la mujer saudí. El alborozo entre las mujeres saudíes fue morrocotudo, por fin alguien las había liberado y, a partir de ese momento, célibes ya de los fieros dogmas coranitas, podrían ser lo que nunca habían sido, hembras, mujeres, féminas con dos ojos en la cara y el velo púbico al viento como Isadora Duncan. Al vencedor de dragones se le pudo ver en el palco, rodeado de adustas caras masculinas petroleadas y turbadas, disfrutando de un cucurucho de dátiles mientras pensaba en la gloria que alcanza siempre el que, a través de su hercúleo trabajo, libera a los hombres cautivos de la superstición y el atraso. O a las mujeres cautivas del harén.
Atentamente,
Lázaro Isadán