Estimado Moncho:
Cuando empiezo a oír un rap, ese rap-hip-hop serio, reivindicativo, subversivo y platónico (hay un rap único e ideal, y todos los demás son sus sombras), antes de salir a escape por gatera más cercana, dejando siempre unos pelos prendidos, me viene a la cabeza aquel cuento que no sé si era de las Mil y una noches o de un tratado de filosofía zen -ni quiero saberlo, ni miro en la güiskipedia- que contaba la historia del mendigo que caía desmayado de hambre en el barrio de los perfumeros, ¿de Damasco, de Bagdad, de Córdoba? La buena gente del barrio intentaba resucitar al pobre coitado con esencias de los mejores perfumes de sus tiendas, que le iban acercando a la nariz, con mucho amor pero infructuosamente. El hombre seguía sumido en las tinieblas del desvanecimiento, hasta que acordó a pasar por allí otro mendigo de alimentación más equilibrada que, agarrando un buen trozo de mierda de caballo, la misma que se utiliza para abonar esplendentes espárragos, se la aproximó a la escuálida nariz produciendo un efecto resucitatorio inmediato.
No quiero que se desmayen los raperos, ni los que escuchan rap ni los que lo cantan, ya digo que me molestan poco dadas mis prisas evanescentes, pero si tal ocurriese que a nadie se le ocurra, para recuperarlos, acercarles al oído algo que remotamente se parezca a la música, y ya no digamos a la música clásica. Su descenso al reino de Plutón sería tan vertiginoso que acabaría por ser irreversible el desmayo y ni siquiera el hospital de Verín ( con tan buenas relaciones con Caronte) podría hacer nada por su retorno al mundo de los vivos. No, más bien, con una radiocasette de tamaño astral pónganle una batucada de una manifestación feminista, una grabación de la berrea de Gredos o la pieza popular, ya inmortal, “La trompeta, la escalera y la cabra”, pero sin trompeta y sin escalera. Verán como el Diablo tiene que soltar de sus fauces el alma de ese pobre muchacho que solo sabe contar hasta cuatro con los dedos.
He oído decir que alguno de estos artistas de vanguardia, de guardia, de juzgado de guardia, han sido puestos a disposición judicial por haber hecho apología de terrorismo, y por blasfemia. Eso no es posible, la libertad de expresión en este país siempre ha protegido a los sordos, y la pobrecita indigente Iglesia, esa santa, ejemplo de virtud, hace siglos que no corta ni pincha más que en sus austeros refectorios (¿ya no hay curas gordos, ni locos, ni pederastas?). Deberían buscarse otras disculpas para llevarlos ante el juez, pobres chicos. Por ejemplo atentado contra los calcetines, pornografía canina o contrabando de oro.
También he oído decir que muchos ayuntamientos de España y del Extranjero Interior promueven a través de sus concejalías de cultura conciertos de esta especie, fuera de la época de carnaval. Lo creo, porque muchos concejales de cultura, muy preocupados por la difusión de los “Valores de la gomina en el siglo XX”, no alcanzan a leer más allá de la nómina mensual en su versión para niños, mil con mil, tres mil; y no saben lo que firman. Avanti popolo.
En fin, que cada uno escuche lo que pueda o quiera pero, por favor, en su propia casa, si puede ser. Que hagan como aquel presidente del gobierno que, habiendo recibido la visita del Espíritu Santo Bush, y poseyendo el don de lenguas, hablaba inglés con los pies, catalán con el culo, cantaba RAPP con ayuda del Caraoqué de Raphael, y glosaba las obras completas de la famosa filósofa Sor Citroën, pero sólo en la intimidad ( él en liguero). No quería molestar a los vecinos, el angelito contemporáneo de Don Felipe González II del Escorial.
Me hubiera gustado que esta carta le llegase a usted envuelta en un ritmo sintáctico y fonético primario, casi como el del tam tam africano que se me pegó a las orejas viendo las películas del Tarzán Johnny Weissmüller, pero sé que no lo he logrado. No soy un poeta. Sigo repitiendo la misma cansina cadencia que utilizo siempre en mis misivas dirigidas a usted. Ha sido una lástima porque de aquel modo hubiera podido hacerle sentir en sus carnes ese tormento al que me iba refiriendo desde el principio, y no es que yo le desee a usted ningún mal, sino todo lo contrario, porque de las amarguras también se aprende.
Le mando unos sellos para que no tenga que acudir a la estafeta y me pueda contestar sin gastos añadidos. Estas nieves de hogaño en Lababia lo cubren todo y hay que abrigarse mucho para salir de casa.
Que tenga usted otro buen día,
Atentamente,
Lázaro Isadán