Estimado Moncho:
Se murmura en algunos corrillos que quién habla de lo que no sabe es un perfecto imbécil. Yo he aceptado hace bastante tiempo esa condición mía, así que voy a hacer unas estúpidas reflexiones sobre lo que pasa en Cataluña.
Desde tiempos inmemoriales a ningún pueblo se le condena por liberarse de un tirano que lo avasalla. A pesar de eso, sigue habiendo tiranos a espuertas. Los tiranos tienen la mala costumbre de hacerse amigos de los metrallas y no es buena idea enfrentarse a los metrallas a pecho descubierto. De tiranos liberticidas, dictadores, en este país se sabe mucho; de presos políticos, de torturas, de estudiantes arrojados por la ventana, de abogados masacrados, de asesinos mascando la palabra patria y de recolectores de nueces… se sabe mucho, pero se recuerda poco. Si viajar era el remedio contra el paletismo antes de la era del turismo de borrachera y manta, estudiar Historia es el remedio contra la perdida de la memoria. Toda Historia es más o menos falsa y más o menos verdadera, pero hay hechos que no se pueden interpretar, son por sí mismos ininterpretables, son la Ley de la gravedad. Por ejemplo: Dato fue asesinado. Y Ernest Lluch también.
En este país, incluida Cataluña, hay un régimen político llamado democracia. Puede ser más o menos perfecto o, como eso es imposible, es bastante imperfecto y no siempre por culpa de los dirigentes incapaces. Pero no es una tiranía. La democracia, dice Borges, es el abuso de la estadística. En Cataluña este abuso es desmesurado: un cincuenta por cien menosprecia al otro cincuenta, lo ningunea, lo aparta con asco, le echa los perros, como si la finca fuese suya. Algún imbécil canta.
Puede ser que el poder judicial sea venal, corrupto a veces, repleto de jueces de circo mediático, arbitrario, indecente, controlado por el poder político, pero no es el poder judicial de una dictadura. Los ciudadanos de a pie acatan las decisiones y agotan los recursos si sus recursos se lo permiten, que esa es otra, y se va tirando. Si en mi estupidez me dedico a destrozar espejos retrovisores de los coches de mi calle, lo más probable es que sea juzgado y condenado. Si soy el vil dirigente de un partido político y me dedico a romper los espejos retrovisores de los coches aparcados en mi calle, y a rajarles las ruedas, la multa que me pongan no será jamás una multa política, así lo haga yo para protestar por la mala situación de la Justicia en este país. El policía que me detenga nunca será un esbirro al servicio de un tirano.
Cuando Cataluña alcance su independencia pregúntense los que lucharon por ella si van a vivir mejor. Si piensan que van a ser más felices, a disfrutar de más derechos humanos, a participar más directamente de las decisiones que les afecten, les recomiendo que vayan al médico y se lo hagan mirar. Si creen que los dirigentes que han promovido la independencia van a repartir con ellos sus fortunas van aviados. Si creen que les bajarán los impuestos, es para mearse. Si se plantean que sus hijos estarán en Jauja cuando ya no haya enemigos españoles que les quiten lo que tienen, van de culo. Esta revolución catalana, con la vieja aquiescencia de los políticos centralistas interesados, que dejaron hacer en ausente actitud a los crecidos convergentes fugadores del tres por ciento y más, trileros, vendedores de burras viejas, es una revolución amaestrada por los señoritos. Señoritos de izquierda (nada de gauche divine), y señoritos de derecha, burgueses bien asentados que en su vida han dado un palo al agua mientras las masas se parten la cara y ellos amasan su fortuna. Cuando los Mas y Mas fueron objeto de lanzamientos de berza y otras hortalizas por sus colegas de patria, salieron huyendo por los aires como los arcángeles bíblicos. Ahora promueven un nuevo pistolerismo sin pistolas para seguir engordando su becerro Apis de oro. Barcelona a principios del siglo XX fue un rebumbio de pistoleros y parece que no se les ha pasado la manía. Lo peor de esa independencia, panacea de todos los males, será para la mitad de la población que vive en Cataluña y no quiere separarse. Supongo que acabará en campos de concentración de diseño de algún despacho de arquitectos de servicio discrecional. El camino va por ahí o por el exilio en la España cañí. O por ambos.
Por mi parte, si me lo preguntasen, en un referéndum legal o ilegal, estaría de acuerdo con la independencia de Cataluña. Se la merecen. El resto de los españoles también; el Parlamento español no tendría que estar a expensas de lo que deciden representantes que no son del pueblo sino de si mismos, y la aportación de esa nación a nuestro bienestar actual es fácilmente superable. Hemos vivido con menos y la subida de los aranceles a eso que llaman champán nos cubriría los gastos porque la celebración sería apoteósica. Lo de la unidad nacional sacrosanta es una patraña. Los italianos lucharon para su unificación en el siglo XIX y ahora vuelven a querer separarse. Siempre son los ricos los que más se separan y divorcian y muchas veces alegan crueldad mental de la pareja. A mi los catalanes me parecen mas italianos que franceses o ingleses, que es lo que muchos quieren ser.
Estas son pequeñas reflexiones de un memo que no sabe nada de la situación catalana. Que me perdonen los enterados. Que tenga usted otro buen día.
Atentamente,
Lázaro Isadán