Estimado Moncho:
Quería hoy traerle a la memoria aquel cuento de Borges ( sacándolo de la “Historia Universal de la Infamia” en el que vive) que narra las andanzas del atroz redentor Lazarus Morell, personaje dedicado al lucrativo negocio de liberar esclavos de una plantación para venderlos en otra y así ad infinitum ( o hasta la muerte, que será lo mismo). Borges echaba pestes contra las alegorías y creía también, siguiendo a su amado Kipling, que el escritor puede conocer de la fantasía que narra pero le está vedado saber de su significado. Como a mí eso me da igual (casi como cualquier cosa que pueda ya suceder en este mundo) encuentro que el maravilloso cuento de Borges hace referencia, como una alegoría profética o, tal vez, como una profecía alegórica, a los políticos de la larguísima Transición española (dura ya más de 40 años); y que la propia historia narrada sea la historia de la vida de estos convulsos tiempos contemporáneos, en el maravilloso país nuestro de cada día.
Como si de unos Lazarus Morell de calamina se tratase, multiplicados a sí mismos por partenogénesis sin dolor, y menos imaginativos pero más infames que su modelo, estos individuos, subidos a la máquina infernal de sus partidos, han estado liberando falsamente a sus esclavos –nosotros- para vendernos una y otra vez a los mejores postores en la siguiente plantación de algodón. El fruto del trabajo de estos desgraciados habitantes del país es devorado como plaga de langosta por los dueños de las plantaciones, que una vez serán las grandes empresas de la energía, grandes bancos o pequeños, multinacionales del crimen farmacéutico y químico, fondos de inversión petroleados, traficantes de droga, constructoras de desiertos… y otras veces advenedizos recién llegados a esta feria de trileros, usuarios de tarjetas black, enchufados al negocio inmobiliario, fácil y seguro para quien tenga contactos. Todo ello con la colaboración de los capataces judiciales, diestros manejadores del rebenque con los indefensos.
Con mansión blanca y neoclásica en el campo custodiada por los perros loberos que muerden las piernas o se zampan al esclavo, cada vez nos subastan en una finca sureña distinta, aunque a veces han tenido que arriesgarse, repitiéndose, porque hay que recoger el algodón y no hay suficiente mano de obra gratuita a la que echar mano. Los esclavos observan con preocupación el paso de los años sin alcanzar la liberación total, pero en aras de que algún día aquélla pueda llegar, y ser dueños por fin de su destino, se dejan hacer con ausente actitud, como novias del Aute. Los trucos que utilizan los Redentores a veces son tan burdos que uno pudiera pensar que el Negro no se dejará engañar de nuevo o, como decía la canción, que el negro esté rabioso. Por ejemplo: un capitoste sindicalista encabeza una manifestación contra la Reforma Laboral y después aparece convertido en un ministro de Trabajo como quien no quiere la cosa. Abracadabra; O un ministro que para que la Justicia estuviese menos atascada y más saneada (o lo que es lo mismo mas limpia y menos estreñida), tuvo la dicha de poder subir las costas judiciales a fin de que los pobres solo puedan acudir a “la Cieguita” en el momento supremo del Juicio Final. ¡Loados sean el Profeta y Monseñor Escrivá, que protegen a los humildes!
No es posible, se dicen los observadores imparciales de todos estos procesos (por ejemplo dios “el Miope”), que esos pobres negros no se den cuenta de que están siendo estafados; no parece racional tanta ingenuidad, tanto candor, tanta…estupidez. Pues bien, es posible: En las siguientes elecciones/subastas de esclavos, éstos vuelven a dejarse vender con la idéntica y renovada esperanza infantil en que sea la última vez. Y así seguimos in saecula saeculorum amén. Otros cuarenta años nos van a contemplar desde este montón de basura.
Todo esto puede parecer una exageración, “la cosa no es para tanto”, “mal que bien, se va tirando”, “podíamos estar peor”, “es el precio que hay que pagar por la paz social”, “es el signo de los tiempos”, “la Democracia devora a sus hijos”… y no sé cuantas ideas carcomidas más.
Le ruego que lea el cuento con calma, como se merece, y dígame después, con el corazón sangrante y espinoso en la mano, si no ve reflejado en él algo de todo este barullo. Y las únicas partes de esta alegoría que no encajan a simple vista, al dedillo, “La Catástrofe” y “La Interrupción”, no es que no se estén produciendo sino que ya se han producido en tiempos pasados pero no lejanos: un Atroz Redentor al que se le permitió morir en la cama. El hospital no estaba en Natchez, estaba en La Paz.
Yo, que no hago Historia más que en un infinitesimal grado de gastador de zapatos, paseante desocupado por las rúas de Lababia, solo encuentro alegoría donde no la debería haber. Que San Jorge Luis me perdone y me coja confesado.
Atentamente,
Lázaro Isadán