Estimado Moncho:
Ya me tienen hinchados los melindres tanta petición de perdón, tanta exigencia de responsabilidades de hechos que sucedieron en lejanas épocas. Me llama la atención que quienes a duras penas son capaces de asumir ni una sola de sus estupideces y meteduras de pata sean capaces de pedir perdón en nombre de una nación, en nombre de un Pueblo por algo que ni por asomo tiene que ver con ellos. Y por otra parte se nos exige a otros que asumamos nuestra culpa, nuestra grandísima culpa, nos demos golpes en el pecho y recemos varias veces el señormiojesucristo en prueba de arrepentimiento. Me refiero, por ejemplo, a esa exigencia del actual señor presidente de México, quien basándose en los estudios de su señora historiadora Dora la Exploradora, nos echa la culpa a nosotros, españolitos actuales, de los males de su patria por los desmanes cometidos por los descubridores y conquistadores sobre aquellos desdichados indígenas. Me pongo a ello y solicito también que los italianos nos pidan perdón por sus infamias con los celtíberos, íberos, cántabros, ártabros, y resto de tribus, amén de devolverles el Derecho Romano y la lengua que mal que bien algunos vamos chamullando. Que se queden con ella, ya inventaremos otra. Los sicilianos a su vez deberían exigir, a través de su consulado en Atenas, que los griegos les pidan perdón por haberles esquilmado, y que se lleven todas esas ruinas de templos y estatuas que no valen un patacón, habiendo como hay tanta lámpara de plástico fabricada en Jonkón. Los iraquíes, pidan perdón a los habitantes judíos ateos (que los hay) de Tel Aviv por el Cautiverio de Babilonia. Un inmigrante húngaro que vive en Brooklyn que pida de rodillas perdón por haber masacrado a los nativos americanos y sus búfalos; y por malvado doble, que pida también perdón a un señor de Génova por haber permitido que las hordas que vivían al otro lado del Limes romano hubiesen entrado a saco en Roma, y hubiesen causado tanto desorden, y tanta destrucción de monasterios. Una señora que vive en el número diez de la Calle Recta de Damasco debe pedir perdón por la invasión del 711 d.C. de Andalucía y que le devuelvan uno de los leones de la fuente de la Alhambra y las Obras Completas de Averroes, que aquí nos sobran fuentes con forma de supositorio, y las sombras de grey, se va a enterar. El guardia que controla el tráfico en Lyon me pida perdón por la invasión francesa de 1808 y a cambio le pediré a mi gobierno (y no digo yo que no tenga éxito) que le mande el cuadro de Goya “Los fusilamientos de la Moncloa” que me trae tan malos recuerdos. En fin que nos vamos a poner las botas con tanta contrición y ya no necesitaremos Gran Hermano para llorar arrepentidos y descargar nuestra alma de pesos insoportables.
Es extraña paradoja que el presidente del país mas moderno del mundo, en el que la vida humana vale lo mismo que una mierda de perro, se preocupe de las atrocidades que se cometieron hace quinientos años mientras no hace nada para que a sus compatriotas actuales, manitos honrados y corajudos, o menos honrados y menos corajudos, les den matarile por quítame allá esas pajitas de coca. Es lo que se dice un prototípico caso de político actual, con la viga a la altura de miras y otra vez la dichosa pajita en el ojo ajeno; le preocupa mucho la masacre antigua y no parece querer ver la contemporánea. Yo, si tengo que pedir perdón a alguien, se lo hubiera pedido al señor Rulfo por haberle obligado a escribir la historia de Pedro Páramo en esta jerga de los malditos roedores. Y si puedo pedir algo a cambio, aunque no me hago ilusiones, que se me pida perdón por unas cuantas horteradas millonarias que triunfan en el Avión del Ribeiro. Poquita cosa.
Atentamente,
Lázaro Isadán