Estimado Moncho:
Antaño cada pueblo de mediana estructura ósea tenía obligatoriamente su tonto, su puta y su borracho oficiales. Quien sea de pueblo, incluyendo Lababia, sabe a qué me refiero. Cada pueblo estaba avisado, sabía a qué atenerse y cuando algún forastero osaba poner en duda este principio, criticando los comportamientos morales, todo el mundo salía en rebatiña a defender los tres estamentos patrios. No hay tonto como el nuestro; o nuestra puta es más dispendiosa que la del pueblo vecino. A veces era el borracho el que iniciaba la campaña defensivo/ofensiva, y al final se cantaba “Apaga o candil María chuschús”, en olor de multitud, que nunca es buen olor… Todo un poco inofensivo y cachazudo, de andar por casa, que era, realmente por donde se andaba, cada uno en la suya y dios en la de todos.
Ahora, sin embargo, el numero de tontos ha subido de forma alarmante, como los grados de temperatura en agosto, sin ser culpa del cambio climático sino de la falta de pudor y de las tecnologías de contacto; las putas se confunden entre otros colectivos y los borrachos son el doble, por eso de la visión nocturna y de los porros en el banco del parque.
Como yo vuelvo siempre al lugar del crimen en estos meses estivales, no quería pasar la ocasión de comentarle qué me parece el hecho de que se haya subastado al mejor postor la Alcaldía y la Diputación de este pequeño reducto que otros, cultos y recién duchados, llaman Auria. La campaña electoral del actual alcalde se fundó en el derrocamiento del Delfín, duque de Orleans. Mucha gente se inclinó hacia esas siglas en la esperanza de acabar con el hecho de que una institución pública presuntamente democrática pudiera heredarse como se hereda el orinal de oro con el escudo nobiliario de papá, un objeto lujoso para hacer caca y que la doncella se encargue de vaciarlo. La doncella, indudablemente, viene de Santiago de Compostela.
Con la disculpa de que en un Programazo Electoral de cincuenta puntos a conseguir, como en el Pasapalabra, solo se renuncia a uno, que además es el primero, se ha puesto a muchos votantes de rodillas, y no precisamente para orar, usted ya me entiende. Los otros puntos del programa no sabemos si serán objeto de renuncia o de incumplimiento, algún día se sabrá, pero si un católico ortodoxo, cumplidor del precepto, dice que su premisa es que no cree en Dios, del resto no cabe esperar nada, será la hipocresía absoluta, habrá que ir recoger la filfa con una carretilla.
Como a mí no me da la gana de darle a nadie 100 días de prueba, porque seguramente en virtud de esa compensación kármica tan de moda, me los quitarían a mí, no me parece buen comienzo esta pústula leprosa de la política nacional trasladada a nuestra ciudad.
Parece que en este pueblo se ha vuelto a discutir como en los viejos tiempos a los que me refería al principio. Los tontos, que creen en los Bós e Xenerosos, no cabe duda de quienes son. Como los borrachos dan la matraca por la noche, ya sólo nos falta localizar a las putas y cantar, todos juntos: “Polo parque acuático do río Miño abaixo vai unha boa troita de pé”. Ailalelo.
Atentamente,
Lázaro Isadán