Estimado Moncho:
He oído decir que muchos animales se orientan por los campos magnéticos de la tierra. Las ballenas, las palomas, los ánsares…. Es una sofisticación que a los humanos se nos ha ido perdiendo a medida que nos vamos orientando con otros aditamentos, como son los GPS y el COU. A lo mejor es que esa facultad no la hemos tenido nunca, ni aun cuando hacíamos fuego con un palito. Ahora, con todas nuestras contaminaciones, con los mares de mierda de plástico, con las pruebas nucleares ocultas, con las ondas de los teléfonos móviles mandando estupideces a volar, con los ordenadores personales e intransferibles, que son tan fácilmente violados, conectados día y noche para no perdernos las últimas noticias de Camberra, con las televisiones encendidas desde la misa de las once hasta el documental del guepardo polar de las veinticuatro, parece que también los animales empiezan a desorientarse y, sin referencias magnéticas y climáticas seguras, andan desnortados. Los gansos aterrizan en Madrid y Barcelona; las focas tuestan sus panzas en la playa de Marbella; los pingüinos se toman una pinta en un pub de Londres, los leones se zampan un cristiano en el Vaticano, algún burro se ha visto en un estadio de futbol, un conejo busca abrigo en una tienda de París, una vaca utiliza el urinario público del parque de San Lázaro, muchos perros creen que son gallos y ladran al amanecer. Un cataclismo ecológico, añadido al resto de desastres y catástrofes naturales.
Yo, a falta de campo magnético he intentado orientarme con otros métodos menos sofisticados, aunque muchas veces he tenido poco éxito. Por ejemplo un indicador infalible que me ha servido a menudo ha sido el del aroma a cocido. Me ha llevado invariablemente a mi destino incierto. Cuando me pierda en el bosque de la bruja malvada y del lobo feroz, víctima de una enfermedad joven para personas viejas, sabré volver a casa guiándome por la fragancia del pimentón de la Vera en una tapa de pulpo, o recogiendo huesos en el sendero que me ha de llevar directamente a una parrillada de carretera, en donde seré entregado a los preocupados familiares que habían denunciado mi desaparición, esperanzados ellos en que fuese definitiva. Que va, mi olfato no me ha engañado nunca, y tengo a gala encontrar las mejores tascas en los lugares más recónditos. Una nariz de podenco, eso es lo que tengo. O tenía. Ahora con los años voy perdiendo facultades y me pongo a dar vueltas como una peonza con bucle cuando intento encontrar el sentido, la dirección, la orientación, de lo que sucede a mí alrededor. Por ejemplo, en cuestiones de política no doy una, todo me acaba oliendo a cuerno quemado o a azufre, y me tapo la nariz. Si intento echar mano de otros sentidos la cosa no mejora mucho. Contemplo, aumentado y corregido por la miopía, un espectáculo de títeres, y entonces me parece que estoy en el circo y espero con ilusión a que saquen al tigre. Es un mitin. Veo un teatro, con cómicos y dramáticos con traje de Armani; si hubiese una maleta sería “La muerte de un viajante”. Es un debate. O me parece entrar en una sala de cine y después del Nodo y del Distel siempre aparecen los hermanos Marx: es el día después de las elecciones, en el que alguno cambia de principios para no tener que cambiar de finales. Estoy completamente desorientado, tengo mucho miedo a no encontrar el colegio electoral que me corresponde. Pregunto entonces a la gente de la calle y su respuesta es siempre la misma: ” al fondo a la derecha”. Estoy perdido esta vez.
Atentamente,
Lázaro Isadán