Estimado Moncho:
He leído en su revista un comentario a la foto de unos libros en el retrete y me he acordado de la vieja cuestión de si es apropiado leer en el wáter, y en cualquier caso qué se debe leer en el váter, si hay una literatura de WC. Dejando de lado lo esencial del asunto, que es que en el váter cada uno puede hacer lo que quiera, lo que yo creo más sustancial es, no lo que se debe leer, sino lo que no se debe leer. Recuerdo que Camilo José Cela decía tener una lista de libros para leer en el retrete, lista que yo no he encontrado nunca, pero cuando se lo oía decir su tono no parecía muy halagüeño para los títulos que le pasaban por la cabeza. Tal vez unía la calidad de esa literatura con el acto físico de la evacuación y su producto. Camilo José Cela tiene unos cuentos para después del baño, pero no es lo mismo. Recién duchaditos y, con el pelo mojado, tomarte un café bien cargado, puede incitarnos a cualquier locura literaria. Todos hemos dicho alguna vez, cuando atacamos un nuevo libro – el verbo no es gratuito- esto es una mierda. Pero a los lectores de retrete no se nos ocurre llevar el adefesio al cuarto de atrás. Lo apartamos al cuarto oscuro de la desmemoria. Engullir y expulsar porquería parece que entran en viva contradicción.
La lectura puede convertirse en un vicio, recuérdese que hay una literatura para la mano izquierda, y hay gente que a falta de algo mejor, en su retiro evacuatorio ha leído hasta la etiqueta del champú. Tampoco es eso. En mi experiencia personal he de decir que ya he pasado por muchas fases, desde la revista ilustrada para ambas manos hasta un libro electrónico con artículos frívolos o serios, pero divertidos. Lo último “Lecturas con daiquiri” de Manuel Vicent, aunque en mi defensa he de alegar que el daiquiri me lo tomaba después. Nunca, empero, se me ocurrió llevarme la “Divina Comedia”, por ejemplo. Ni los “Hermanos Karamazov”. En mi subconsciente se me aparece el fantasma de la impotencia cuando intento unir dos actividades tan dispares, tan contrarias a mi entender, entre la limpieza de mis vísceras y la intensidad de esas lecturas. Si hay algún valiente, inconsciente, infeliz, aguerrido lector, que haya tenido la osadía de establecer dicha combinación, estoy seguro de que habrá caído en el más profundo de los estreñimientos y de las depresiones, su cuerpo y su espíritu se habrán visto contaminados y la piel se le habrá puesto fatal.
Henry Miller tiene un opúsculo titulado “Leer en el retrete”. El escritor no trata muy bien a los que tal hacen. Está totalmente en contra y su tono llega a ser beligerante con ellos. Sin embargo en su cuarto de baño, con taza incluida, tenía una serie de cuadros, fotografías y objetos colgados, que me atrevo a calificar de literarios. El librito de Henry Miller es entretenido. Divaga y retuerce sus argumentos en un remolino que recuerda al que se produce una vez se tira de la cadena. Miramos dentro por si ha quedado algo, y no, no ha quedado nada, todo se ha ido, rio del Tiempo abajo, dando vueltas en sentido contrario a la agujas del reloj.
De la foto y el comentario al que hacía referencia deduzco que pertenece usted a la tribu de los que leemos en el váter, por un momento ajenos a los acontecimientos consuetudinarios de Juan de Mairena, ya que el libro que aparece en primer plano es “De vivos, vellos e mortos”. Según tengo entendido el autor, D.Santiago Lamas, es muy buen amigo suyo. Y no le creo a usted capaz de romper una amistad tan profunda con la insinuación de que dicha obra solo merezca un ambiente en principio tan poco propicio para el cultivo intelectual.
Yo, a los libros que me llevo a mi habitación de ejercicios espirituales ya solo le pido una cosa: que pesen poco, que sean livianos. Es decir, que no sean pesados. Un facistol en un reducido cuarto de baño para sostener, por ejemplo, la Enciclopedia Británica, tan borgiana, no queda bien como elemento decorativo, y estorba mucho. Hágame caso, se lo digo por experiencia.
Suyo afectísimo,
Lázaro Isadán