Estimado Moncho:
Dicen que regalar algo a quien tiene más que tú es de tontos, y que solo se debe dar consejos a quienes te los piden y aun así con cierta prevención, pero yo soy un hombre de pocas certezas, voy contra corriente y me ahogo casi siempre antes de llegar a la orilla. Por eso, contraviniendo el sentido común, a través de su amable mediación, querría entregarle gratuitamente un consejo a una institución milenaria y rica, que lleva ella misma mucho tiempo endilgándome a mí sus sermones, sin que yo se los haya solicitado nunca. Hablo de la Iglesia católica. Esto que comunico es extensible al resto de iglesias que en el mundo son, que son muchas. El consejo es el siguiente: tecnologícense a marchas aceleradas, o se les acabará el garbanzo. Si quieren seguir teniendo clientela en un futuro no demasiado lejano, déjense de santos con túnica y aureola dorada por el sol y pongan en los altares a los representantes del nuevo dios, la tecnología punta tacón. Pongan el libro de Jeremías en rap, y confiesen a sus feligreses por teléfono móvil. Los pecados veniales con guasap y los mortales por correo electrónico. Ya han perdido un tiempo precioso no colocando confesionarios digitalizados en las grandes basílicas, como aparcamientos con parquímetros para recogimiento de pecadores. Imagínense en Compostela la tela a mayores que se le podía sacar a los peregrinos, cocodrinos de todas las regiones de este mundo de dios. Se habla francés, on parle francais, pero también polaco, manchú, coreano del este y fidjiano. Insert coin. Y el tiquet te dirá la penitencia y la dirección de un albergue de las adoratrices nocturnas, y de la lavandería de madame Ching. Barato, barato. Pongan la misa de la TVG en streaming. Manden comunión por Amazon, abandonen las ruedas de molino y bauticen con un dron aspersor. Den el viático en una rueda de prensa planetaria y que la bendición urbis et orbe vaya a tu casa por Navidad en forma de holograma. Verán ustedes qué éxito de público necesitado de novedad. Y dejen las sotanas y las babuchas de oro y zafiros para saltos de cama. Les auguro un futuro tan prometedor y magnificente como ese pasado pleno de aciertos.
Espero que mi consejo no caiga en saco roto, por nuestro bien espiritual.
Atentamente,
Lázaro Isadán