Hoy quería hablarle de esa tendencia imparable de las autoridades a molestarnos en cualquier lugar con asuntos absolutamente innecesarios. Usted sabe que yo soy un pasmón, peatón sin opinión, como Celso Emilio. Pero a veces me veo obligado, forzado como un galeote, a tomar las riendas de un automóvil. Pues bien, la última vez me vi agasajado por un control de la Benemérita Guardia Civil, que me dio el alto con una educación jesuítica, cuando estaba desesperado por llegar pronto a mi casa de Lababia, en donde me pongo a salvo de agresiones y fríos del alma.¿ Qué habré hecho?- me dije. -¿A quien habré asesinado? ¿tal vez atraqué un banco, o pisé una raya continua recién pintada?. Tengo la teoría de que las rayas de la carretera las pintan para podernos multar, porque ya me dirá usted a qué viene pintar la raya en alguna carretera tan estrecha como el camino a la santidad. -¿Habré alunizado mi coche contra la luna de valencia, o habré sobrepasado las revoluciones de este cansado rocín que tengo por coche?. Nada de eso. Se trataba de un control rutinario en el que se me sometió a todo tipo de revisión, excepto la del tracto digestivo inferior, y en el que después de verificar que efectivamente yo era el que conducía el auto y no otro fantasma cualquiera, los hombres de verde pasaron a inspeccionar el maletero, por si llevaba un cadáver, y a mirar el dibujo de las ruedas, por si ya no tenían suficiente agarre a los asfaltados baches. Se agacharon impúdicamente, y en el último momento de la faena, después de los capotazos de rigor, le juro por mis vecinos, le dieron un par de pataditas de alivio a una de las ruedas.¿ Que es lo que pasa con las ruedas?- pregunté ya un poco molesto.
– Tenemos que verificar su estado, por su bien y por el bien de los otros conductores.
-Ya -dije- pero es que periódicamente se me exige que vaya a pasar una revisión en la que, después de vapulearme el bolsillo con un impuesto revolucionario que directamente va a dar a la cuenta corriente de una empresa privada, mi coche es también vapuleado en unas máquinas infernales y, a cambio de mi pegatina de cincuenta euros me dan una mucho mas pequeñita, que certifica que la vida es bella por un año. Y no solo eso, si no que, por mi propia cuenta, cuando los neumáticos están deteriorados acudo a un taller para que me los cambien, pagando religiosamente, por supuesto, no me vayan a interrogar al respecto.
No nos pusimos de acuerdo en el trato. Aquellos amables agentes de la ley no quedaron convencidos de mis argumentos, no quisieron polemizar y me dejaron seguir mi camino. E inmediatamente detuvieron a otro coche conducido por una señora que tenía todo el aspecto de haber robado unas berzas en la finca de un ministro. Seguramente cotejarían las huellas de los neumáticos con las que, vía telefax, les habían sido enviadas desde el ministerio del interior: asunto de Seguridad Nacional.
Cuando, muy retrasado por los vaivenes de la fortuna, llegué a mi casa, estaba convencido de que los jefes de la Guardia Civil creen que detrás de todo ciudadano motorizado hay un perfecto imbécil al que proteger de sí mismo, incluso contra su voluntad, dejando de lado otras faenas tal vez mas improductivas. Me miré en un espejo y no estoy ya tan seguro de que no tengan razón: Parezco un suicida paranoico- anarcoide con tendencias homicidas, como todo el mundo.
Suyo afectísimo,
Lázaro Isadán