Estimado Moncho:
No sé si usted también habrá observado un fenómeno que sucede, desde hace algún tiempo, en los medios, que no enteros, de comunicación. Se trata de ese afán por querer dar la noticia con un grado de absoluta distancia objetiva, de ser los más ecuánimes del redil, mientras en el estudio de al lado soportamos, entre tertulianos y opinadores de oficio, una total falta de rigor, de lógica, de respeto al interlocutor, y de intento de ver algo mas allá de las propias anteojeras. Por un lado en las noticias, a secas, se utiliza el lenguaje de manera que jamás se pueda entender un doble sentido, un deje mordaz, una frase políticamente incorrecta, no vaya a ser que alguien se sienta profundamente herido en su alma de vidrio, y nos ponga a caldo en las redes sociales para centollos y centollas tordas. Ya lo dice el refrán gallego: todo o que cae na Rede é Peixe. Si dicen ciudadanos deben decir ciudadanas; decir inmigrante subsahariano, violencia de género (¿y el número y el grado?) Si se refieren a un reo sin juicio hablan de presunto, así lo hayan pescado con las manos en la masa. Y a mí se me va la cabeza al dueño del jamón. Las apostillas son tan socorridas que hay palabras que ya no pueden andar solas por el mundo. Menos mal que aquello de Honorable al lado del nombre del presidente de la Generalitat se acabó con Pujol, pero se mantienen otras que nos quieren dejar claro el distanciamiento profesional del periodista. Mientras tanto, unos señores y señoras se despachan con unas opiniones que hubieran suscrito perfectamente los carreteros que fustigaban acémilas en la era anterior al motor de combustión interna. Insultos, lenguaje de prostíbulo, amenazas veladas, o de navajeros chechenos, historias propias de Corín Tellado sin sujetador a la vista, gritos indescifrables, carcajadas de ultratumba. Todo un dechado de buenas formas y educación, refinada con mantequilla de Marlon Brando, que hace que me vuelva deprisa a la soledad del libro impreso, o interrumpa la emisión con la carta de ajuste. Despedida y Cierre.
El otro día escuché a un noticiador de radio decir lo siguiente: son las seis y treinta y seis, las cinco y treinta y cinco en Canarias. Deben ser los alisios, pensé, que amortiguan la velocidad del paso del tiempo. O las monsergas de lo correcto las que nos traen hasta aquí. Pero seguro que nadie se sintió molesto en las Islas Afortunadas. Cualquier día darán las horas de Cuzco, Bogotá, Caracas, Ceuta, Melilla, Kabul ( en donde siguen soldados españoles a la espera), y Mogadiscio, con tanta oenegé.
Como sé que usted es periodista de profesión y de vocación, le ruego encarecidamente que intente no sucumbir bajo las garras de tanto rigor mortis. Si tiene la tentación de decir que Lázaro Isadán es una buena persona, dígalo sin complejos, aunque ninguna de las palabras vaya en masculino y yo sigo siendo un hombre y no una mujer. Y tampoco se me vaya a una tertulia en el zoológico, con los monos y las cacatuas, porque tienen piojos.
P. D. Me han dicho unas malas lenguas que pasaron por Lababia que lo confundieron a usted con un cura: prueba de que el hábito sí hace al monje, ándese con ojo.
Afectuosamente,