Nos hemos acostumbrado a festejar Navidad, en donde en estas fechas todo es paz, armonía y amor; poco importa que el resto del año nos comportemos de otra manera, e incluso a los que abrazamos efusivamente ni los queramos ver o les clavemos el cuchillo por la espalda. Desde la Ilustración, y mucho más cuando se introdujo de lleno en estas festividades el marketing comercial, el significado de lo que celebramos ha cambiado para convertirse en una serie de fiestas. Son pocos los que recuerdan lo que se celebra, aunque veamos belenes y árboles de Navidad. Hasta la política se ha introducido e ilumina las ciudades y celebra actos, en especial para los más pequeños. Es una nueva forma de celebrar lo que a lo largo de 2.000 años se hizo de diferentes formas, la mayoría teniendo en cuenta que lo principal era saber que había nacido un Niño que con su modo de vivir y su discurso transformó el mundo, y aun hoy lo sigue haciendo con pensamientos como que sin misericordia es difícil sobrevivir, puesto que todos sin lugar a dudas necesitamos perdón.
Nació en un lugar en el que los conflictos son milenarios, y hoy siguen, quizás para que tengamos muy presente los miles de niños que por nacer en determinados lugares de la tierra les obligan a combatir en las guerras internas y externas robándoles la infancia que tanto cuidamos en Occidente con toda la razón. Como ellos también deseó nacer en la pobreza. El mensaje perdura, a pesar de los miles de seguidores que traicionaron y traicionan con sus actos y palabras lo que El vino a decir para que el mundo conociera y se transformarse en un lugar en el que todos debemos ser hermanos iguales sin ninguna distinción, muy anterior a lo que se canta en “La Internacional”: “El hombre, del hombre es hermano; derechos iguales tendrán”. Esos actos desviados de su mensaje han generado mucho odio y rencor, que como seguidor de Jesús de Nazaret comprendo por el daño que hicieron y siguen haciendo a esos miles de personas y por supuesto a sus descendientes. Lo que no es justificable que sirva para perseguir, como al principio, todo lo relacionado con la Iglesia que recogió sus mensajes, hasta el punto de negar su origen atribuyéndolo incluso al emperador romano Constantino, o a la época de Pablo, perseguidor de cristianos y converso después.