Termino de leer El hambre (Marcos Ordóñez, Ed. Anagrama), más de 600 páginas que diseccionan la geografía de ese mal que mata a una persona cada cinco segundos en el mundo; es decir, mientras usted leyó las dos líneas precedentes, habrán muerto dos o tres o cuatro personas. Si es tatexo, doce. Pero Ordóñez no sólo dibuja la geografía del hambre sino sus orígenes, sus consecuencias y, singularmente, los indecentes manejos de grandes compañías, de multinacionales, de grupos políticos, de sesudos científicos y de todo tipo de autoridades para que el hambre se perpetúe, se convierta en algo crónico sólo paliado por la limosna de las ONG que con denodado esfuerzo se enfrentan a una plaga programada de forma inmisericorde desde eso que se llama “altas instancias” o “altas esferas”, y que es el anonimato en el que se escudan los cabrones que se empeñan en que el hambre exista, se extienda y se reproduzca. Como resumir el libro de Marcos Ordóñez, que además es novelista y se maneja a lo largo del texto con un estilo solvente y ameno, no es asunto de este artículo, me limitaré a recomendarlo, advirtiendo al posible lector de que el bajón posterior es inevitable y, con él, el deseo de apuntarse a alguna organización que trabaje a favor de los miles de millones de personas (sic) que pasan hambre (cosa que no haré jamás, lo reconozco) o de comprar un arma en el mercado negro y empezar a disparar contra alguno de los culpables más evidentes (eso lo estoy analizando) aunque a la larga los culpables seamos, en mayor o menor medida, todos o casi todos. Nada pude subrayar del libro; esa costumbre que tengo resultó inútil: tendría que hacerlo desde la primera a la última línea. Si los entresijos del mundo (empresarial y político) son como Ordóñez apunta (y no me cabe la menor duda) estamos educando (o ya educamos, como nos educaron a la mayoría de nosotros) a nuestros descendientes en unos valores que hoy no existen, o, mejor dicho, que carecen de prestigio, de relevancia. Todo aquello en lo que creímos (la decencia, la honradez, el respeto, la sensibilidad, la cultura, la compasión por los desfavorecidos, la tolerancia, la honestidad) y que transmitimos a nuestros hijos, no sólo no les va a servir de nada en este mundo plagado de mastuerzos cabrones, sino que les va a resultar contraproducente; entendámonos: son principios que en el ámbito individual les proporcionarán cierta paz, la sensación de no ser malas personas, pero cuando salgan ahí fuera, cuando se enfrenten a un mundo en el que impera el egoísmo, la criminalidad, la violencia y todos los horrores que pone de manifiesto El hambre, no les van a servir para esquivar el tremendo castañazo que se llevarán inevitablemente, quizá porque son principios que funcionaban en un mundo que tampoco existe. Por supuesto que no me arrepiento de haber recibido de mis padres esos valores ni de moverme entre personas que los comparten, ni me arrepiento de haber tratado de inducirlos en mis hijas; pero cuando uno se asoma a ese exterior hostil donde siempre hay alguien dispuesto a acuchillarte por la espalda por una miseria, uno tiene la tentación de pensar si no sería mejor, desde el punto de vista de una sociedad miserable y enferma, haberles advertido de que sí, uno sigue creyendo en esos valores, que incluso fomentarlos en casa está bien, es lo correcto, lo adecuado, lo noble, pero que en cuanto pongan un pie en la acera, que se olviden de ellos y sean feroces, intransigentes, sin escrúpulos, porque el escenario en el que ingresan es un escenario de víboras y mejor que encerrarse a leer o escuchar música, que vayan a un gimnasio a aprender artes marciales o se enrolen en una banda o se hagan expertos en el uso de armas de fuego. Bueno, y el pádel o el golf para los ratitos de ocio, después de la ducha para borrar las huellas de sangre. Realmente la resaca que deja la lectura del libro de Marcos Ordóñez no está compuesta de felicidad; pero siempre sospeché que tal como él lo describe, así es el mundo, así lo hicimos: una atroz injusticia por mucho que haya gente, numerosísimas personas, implicadas en tratar de transformarlo en algo más llevadero, más amable, que uno está en él para ser feliz y no, entre otras cosas, para pasar hambre. Un ensayo, en definitiva, que te deprime y te irrita a partes iguales, que te empuja a hacerte un agujerito con pólvora en la sien o a rebanar el gaznate de unos cuantos miserables. Y, pese a ambas opciones, el hambre seguiría existiendo porque así lo desean esos locos en cuyas sucias manos mezquinas está el mundo y su impredecible (y me temo: negro) futuro.
4 comentarios en “EL HAMBRE”
Esos principios no solamente proporcionan cierta paz individual, sino que contrarrestan los de los “malos”. De otra manera… Qué sentido tendría ? Ni me conformo ni quiero ser como ellos.
El libro (creo) es de Martín Caparrós, no de Marcos Ordóñez.
No lo he leído, y Chesi no nos expone las razones en que se basan sus tesis sobre las causas del hambre. Tendré que leer el libro para opinar. Aunque, por lo que he podido ver, el libro parace más una descripción del fenómeno que un análisis riguroso de sus causas; una denuncia, antes que una explicación del hambre. Los mejores estudios que conozco, a este respecto, son los del economista hindú Amartya Sen, y sus tesis parecen muy alejadas de las conclusiones – profundamente anticapitalistas, al parecer – del libro de Caparrós.
Efectivamente, el ensayo pertenece a Martín Caparrós (recientemente le dieron no sé qué premio por él). Me disculpo por haber citado a otro autor vinculado asimismo a El País. En ese ensayo de 600 páginas sí que Caparrós analiza los orígenes, la evolución y las causas del hambre (y sus consecuencias). Con datos de primera mano (viajes, reconocimiento de los lugares donde se suceden episodios de hambruna y, asimismo, recorrido por países donde el hambre no parece ser evidente, Estados Unidos, Argentina, España), los estudios de los organismos oficiales, las entrevistas con miembros de distintas ONG, dosieres de los diversos gobiernos y otros aspectos desde los que enfoca ese fenómeno. Que la visión de Ordóñez coincida después con la del lector, es un asunto que ya no me compete. Y, por supuesto, me centré en recomendar su lectura y no en hacer una exégesis del libro que, como certeramente apuntó Puck, pertenece al argentino Martín Caparrós. Acaso sus conclusiones sean apocalípticas (creo que no) pero la lectura sigue siendo recomendable, a mi parecer. Insisto: gracias a Puck por el aviso acerca de mi error.
De nada. maestro. Que conste que si descubrí ese error en el artículo no fue por ciencia infusa, sino porque leyéndolo se despertó mi interés por leer el libro. Me puse a googlear buscándolo con las palabras Ordóñez y hambre, pero no aparecía ni a tiros. Luego escribí, en el cajetín de los de Google, Ordóñez, hambre, Anagrama, y ahi apareció, en efecto, pero a nombre del argentino Caparrós.
Habrá que leerlo para opinar con fundamento. Gracias por el artículo.