A Leticia, Manolo y Moncho de Tanco.
Sin nostalgia: para que quede claro desde el principio. Cada vez que leo en un periódico local las entrevistas con algún artista de mediados de siglo pasado, todos, indefectiblemente, hablan de las tertulias que mantenían en aquella época: en una ciudad como Ourense, se encontraban en lugares hoy legendarios, como el Tucho, Pingallo, El Cortijo, La Ibense, el hotel Parque, el Miño, la librería Tanco. Había otras tertulias que tenían lugar en sitios como el Liceo. Los pintores, los escultores, los ensayistas, los novelistas, hablan siempre de los bares como sitios de fraternidad en los que se intercambiaban ideas, se relataban anécdotas, discutían de arte y de política, se criticaba (quienes no se adherían a él abiertamente) el asfixiante régimen franquista y la intolerante manifestación de una iglesia sometida, salvo casos excepcionales, al régimen. Buciños, Baltar, Acisclo Manzano, Alexandro, Quessada, Virxilio, Ferro Couselo, Xocas, Vidal Souto, Vicente Risco, Conde-Corbal, todos ellos hablan o hablaron de la riqueza que suponía acudir a un lugar de cobijo en el que aparecían Trabazo y Carlos Casares, López Cid y Valenzuela, Tovar, Antón Risco y Otero Pedrayo y Florentino Cuevillas y otros tantos: y hablaban. Enclaves, los de aquella época, eminentemente masculinos. Allí se producía el intercambio cultural: entre el etnógrafo y el médico, el pintor y el escultor, el escritor y el vividor, el profesor y el ensayista. Con frecuencia, algunos de ellos se reunían y emprendían viajes impensables por la geografía gallega, de los cuales quedaron muestras excepcionales. Claro que había tertulias en Viena y en París y en Madrid y en todas las grandes ciudades pero, sospecho, carecían de ese amigable entendimiento entre quienes, además del amor por el oficio, latía una amistad más o menos profunda como en Ourense u otras ciudades pequeñas. Esa vida, la vida de esas tertulias, habitualmente aparecía en artículos periodísticos y asimismo reflejada en las novelas. Aforismos como “la Atenas de Galicia” me resultan insoportables pero es bien cierto que en una época determinada, coincidieron en Ourense una serie de personajes que sin formar una generación, que es palabra muy empleada por profesores y antólogos, confluyeron para fundar algo, una especie de simiente que sobrevive aunque la vida nos haya ya escatimado las palabras y la presencia de muchos de ellos porque el tiempo no pasa en vano. Si uno lee una entrevista hoy con alguno de esos personajes, todos, sin distinción, se refieren con cierta melancolía a aquellos tiempos en los que, entre café y café o ribeiro y ribeiro, se controvertía, se discutía, se soñaba, en definitiva, se vivía. Hoy eso no existe y no sé si es una pérdida sustancial: todo se acaba. También se perdieron las sesiones de cine y las pajilleras y los barrios chinos y ciertos ritos de la religión católica y el no poder escuchar música en semana santa, las puestas de largo y las reinas de las fiestas y los limpiabotas y los aguadores y eso no nos hace mejores ni peores: sólo diferentes. Por perderse, hasta se perdió el acento en la palabra “sólo” que acabo de acentuar: hoy se debe escribir solo, sin tilde, como guion, que tampoco la lleva. Ya no se debe escribir ex presidiario sino expresidiario. (Hasta el corrector de Word se quedó tan antiguo que si uno escribe expresidiario lo detecta como un error: acaso lo sea: las normas ortográficas de la academia pueden ser prescindibles). Todo cambia. A las antiguas tertulias han venido a sustituirlas los blogs, twitter, facebook y otras herramientas informáticas que ponen en conexión no solo (venga, sin acento) a las personas que habitan un mismo ámbito sino también a otras que están en ciudades diferentes, en países lejanos. Y eso se refleja, en lo que a mí concierne como lector, en la narrativa que ya se alimentó en su día con el cine, posteriormente con las series de televisión y actualmente de todo ello además de los blogs. ¿Eso nos empobrece? Pienso que no. Es el mundo que va cambiando: quizá en algunos aspectos empeore pero en otros es infinitamente mejor que el que tuvimos hace cuarenta o treinta años. Pero uno echará de menos esa hora, ese par de horas, en las que se reunía en un bar con amigos, artistas o no, y se contaban asuntos que no tenían por qué ser trascendentes: bastaba con que fuesen amistosos para sobrellevar una soledad que en ocasiones se hace demasiado dura. De momento, nos queda alguna que otra peluquería, algún que otro café para sobrellevarlo. Ah, y las salas de espera de los centros médicos