Rara avis
En el tren, sentado justo en el fondo del vagón, al cabo de un par de horas levanto la vista para una ojeada general a los viajeros. No iba lleno, pero el único libro entre manos de alguien era el mío. El resto se entretenía con el móvil, donde ya no sé si alguno leía algo más allá de esa información típico vertiginosa que el algoritmo perfecciona cada día más y mejor para marearnos el