Ya nada sabe a nada. Ni siquiera el sabor a pastelillos de gloria, (cómo te reías cuando te lo decía mirando al techo después), de tu piel de higo pajarero que yo pueda recordar. Ni los tomates, ni las avellanas, ni las nueces de California ni las del país qué va. Sonlle boísimas, da casa, me persiguió con su cantinela mientras yo huía al trote como una vaca rianxo arriba camino de donde fuera con tal de quitarme de encima aquel requilorio que me rebotaba en la nuca y me arrepiaba los miolos. Leve unhas poucas, me lanzó como un cantazo sabiendo que no me alcanzaría, desde lejos, por la espalda. Sonlle boísimas.
Me refugié en el primer sitio que pude, un café solo por favor. Sin azúcar. Corto. Muy corto. Apenas dos sorbos. No hacía ni media hora. Joder cómo pasaba el tiempo. No hacía ni media hora me lo habías pedido por favor. Eso sí: primero te habías vestido con una premura inusual pero cuando te abrochaste el sujetador de espaldas a mí, supe que algo iba a suceder. Me levanté enseguida; no quería que lo que fuese a pasar me encontrase desnudo encima de la cama con el pito derrengado sobre la ingle después de tantos besos, algunos con calentura y otros de verdad.
Quero a vida sempre assim, con você perto de min, sonó al rato Corcovado con Jobim y Elis Regina también.
Y recuerdo que pedí una caipiriña después del café mirando la pizarra. Merecía la pena. Aquella señora tan grande de detrás de la barra,
muita calma pra pensar e ter tempo pra sonhar,
creo que me miró con indulgencia, mojitos y capiriñas a tres cincuenta. Cubalibres y gintonics al mismo precio. Me dijiste, no podemos seguir así. Así cómo, protesté por encima como si no lo supiese mientras me metía dentro de los pantalones. Así. Te di la razón. Una razón apresurada; como queriéndola ya a punto de explotarnos a los dos después de tanta forzada demora. Y un beso en la cara que me redimiese sin llegar a hacerlo. Con una palmada en el culo no me atreví. Qué guapa estabas. Y otro beso en la cara para lavar la conciencia, que te vaya bien. Joder cómo me gustaste en ese instante de desamor, el pelo despeinado, la mirada agridulce y esa cara linda, tan linda, esa que tanto me gustaba cuando enfadada me amenazabas con enfadarte, con enfadarte por algo yo qué sé.
E eu que era triste, descrente desse mundo, ao encontrar você eu conhecí o que é felicidade, meu amor.
Ya nada sabe a nada, dije al aire después de unos sorbos. La señora tan grande de detrás de la barra no me hizo ni puto caso. A punto estuve de explicarle que me refería a la caipiriña además, que seguro que era enlatada, de esas ya preparadas que vienen con todos los ingredientes milimetrados menos el camarero y los cubitos, pero me contuve. El hombre de al lado, basculó un sobre de azúcar en el café con leche, sonrió añoso por compromiso como un tic, tiró el envoltorio al suelo y comenzó a darle vueltas a la cucharilla como si quisiera remover desde el fondo un recuerdo ya olvidado por una memoria a punto de renunciar. Ya nada sabe a nada, dijo al aire después de unos sorbos. La señora tan grande de detrás de la barra no le hizo ni puto caso.
Tampoco yo.
Ao encontrar você eu conhecí o que é felicidade meu amor.