Después de unos cuantos golpecitos en los nudillos con la puerta, Luis Fernando preguntó con voz de pito si se podía. Desde el otro lado, otra voz seca le ordenó que pasase. A Luis Fernando le temblaban las piernas, los entresijos e incluso el crisantemo. Preguntó asomando la cabeza si daba usted su permiso obteniendo la callada por respuesta. Preguntó otra vez si podía sentarse y la voz del otro lado de la mesa despectivamente le indicó con la mano despectiva y sin levantar la vista, también (incluso tan bien) despectiva, que tomase asiento. Se aposentó con delicadeza procurando adoptar una postura adecuada en un momento tan despectivo. Recordó los consejos paternos: que no debía cabalgar una pierna sobre otra ni apoyar los codos sobre la mesa. Tampoco estarricarse en la silla, ni sonreír demasiado pero de ninguna manera adoptar semblante de funeral. Nada de carraspear y mucho menos curiosear con la vista lo que estaba alrededor o encima. Directo al grano. Mirada firme, semblante sereno. Así que permaneció lo más neutro y anodino que pudo, apretó las nalgas y se encomendó con fervor interior a Santa Rita de Casia Patrona de los imposibles. Y es que el momento era crudo. Intentaba renovar el contrato que tres meses atrás lo había llevado hasta aquel puesto de trabajo en la Administración. No era nada del otro jueves pero el salario indecente que le pagaban a final de mes le permitía seguir viviendo de la ayuda complementaria de sus padres sin necesidad de pasar mecheros por los bares con una tarjeta pidiendo la voluntad. Ya le había dicho su padre que de lobo un pelo y que el caso era estar dentro y que una vez dentro, ya se vería. A Luis Fernando, aquellos razonamientos nunca lo habían convencido y el simple hecho de trabajar en el Ayuntamiento no lo convertía en funcionario como pretendía su padre. Su madre tampoco se quedaba corta y ante la frase de mira fillo ti deixa que xa, se quedaba sin argumentos que argumentar ni respuestas que responder así que optaba por callarse sin querer, que sin querer se mata a un hombre y queriendo a una mujer como dijo no sé quien, incluso que la mató porque era suya o ya, rozando el refinamiento, que o era de él o de ninguno. De todo esto Luis Fernando había sacado la conclusión de que su relación con la Administración era como de uno de esos amores que matan interpretado en un tablao con rasgueo de guitarra, la voz quebrada a golpe de pelotazos de manzanilla de Sanlúcar y un palmero con cara de estreñido arrancándose por soleares. La voz del otro lado de la mesa preguntó sin dignarse a mirarlo, qué quería. Luis Fernando, que había sido un pusilánime toda su vida, apenas sí consiguió articular un verá usted, mire que le digo una cosa. El otro le dijo que también le decía otra cosa y era que abreviase que no tenía toda la mañana. Luis Fernando le dijo a boca jarro que el once de noviembre se le terminaba el contrato y que si podía albergar alguna esperanza de celebrar el magosto con castañas, chorizos y vino nuevo. El de la voz del otro lado levantó la cabeza y le preguntó también a bocajarro que si estaba tomándole el pelo. Luis Fernando le respondió por dios que de ninguna manera y también por dios que cómo podía pensar eso. El de la voz le dijo que a ver, que se lo explicase él. Y Luis Fernando le explicó como pudo que lo suyo no era vicio sino necesidad, que llevaba más de veinte años en el paro sin ninguna prestación y que aquellos tres meses de contrato le habían supuesto un ayuda moral y económica con la que había conseguido estabilizar la autoestima y porque además, tenía cuarenta y siete años y le daba vergüenza vivir con sus padres y tener que aceptar todavía la paga de los domingos. Remató diciendo que era tal su desesperación que estaba considerando seriamente convertirse en rastafari. La voz del otro lado le dijo que él no podía hacer nada y que fuese a hablar con la jefa de personal, que buenos días y que cerrase la puerta al salir. La jefa de personal le dijo que no sabía cuánto lo sentía mi rey pero que no dependía de ella sino de intervención que era quien autorizaba y fiscalizaba los fondos. El interventor le dijo que el asunto dependía del imbécil del tesorero que era el de los fondos pero que se lo veía muy crudo porque el tesorero aparte de imbécil e incompetente, estaba liado en segundas nupcias con la mujer del de la voz del otro lado y que eso lo convertía no solo en más imbécil sino en descerebrado porque había que tener mucho pecho para liarse con aquel adefesio. Le confesó casi al oído que una vez había tenido la mala fortuna de toparse con ella subiéndose la faja en el cuarto de las escobas y que aquello lo había marcado para el resto y que de vez en cuando todavía se despertaba sobresaltado a pesar del prozac y de los trankimacines. El tesorero le confirmó que efectivamente era un imbécil y que la culpa no la tenía más que él por haberse liado con la petarda de la mujer del que ponía la voz desde el otro lado. Que se había dejado engañar, que ella le había prometido el paraíso y que se riese porque lo de las huríes a su lado iba a ser como el que tenía tos y se rascaba una oreja. Que aquello ya no tenía remedio y que además todo dependía del de la voz del otro lado y que lo comprendiese porque a ver con qué cara iba él a pedirle nada sabiéndolo como lo sabía. Luis Fernando asintió diciendo que lo comprendía, que menudo marrón, que lo compadecía y que al menos él, podía vivir de pie sin tener que trabajar de rodillas.
Luis Fernando
Comparte esta noticia:
Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Email
Imprimir
Carlos Garcia-Manzano
Carlos Garcia-Manzano
Él es Carlos García-Manzano amigo no sólo de elcercano, donde cada semana participa activa y entusiastamente en nuestro programa de radio, con su sección"Todo Letras" acercándonos a este mundo de relatos inéditos, creados por él mismo, y cada cual más original. Hoy comparte sus historias no sólo por las ondas radiofónicas sino también por estos espacios virtuales.
Más artículos de este autor