- El descalabro ha sido de tal magnitud que todo el país está aun con el temor y el temblor de lo horrible. La convulsión ha sido peor que la de los atentados terroristas islamistas o que la sevicia permanente del chantaje de ETA, porque de los atentados se podía culpar a alguien y de este desastre no podemos culpar ni a Dios, Dios anda jugando al golf con Trump. No podemos pedir que no llueva nunca más, que los ríos se sequen de repente, que las montañas sean aplanadas, que el agua no caiga del cielo. Pero lo que podemos pedir es que los que cobran por ello,-y mucho-, se ocupen de aquello por lo que cobran, -y mucho-, es decir, de gestionar lo público para que no haya este desmadre trágico y funeral. Bien se han dado prisa por colocar radares que cacen a los que se pasan con el acelerador; bien han perdido en tiempo para que los tapones de las botellas nos rebanen la nariz al beber a morro; bien han llenado las ciudades de mierda lumínica para celebrar la llegada de los reyes magos y de sus viudas; bien se han puesto a hacer leyes para subir impuestos, (¿con qué fin sino el de hacer más gordo el caldo gordo para poder robar más?); bien se han ocupado de multiplicar el número de asesores en todas las administraciones para colocar a los inútiles de sus amigos, parientes y conocidos, tan inútiles como ellos mismos, para que los informen exhaustivamente sobre la validez incorpórea del conjunto vacío. Mientras tanto las carreteras se bachean con tiritas, los puertos se amplían para mejorar los negocios de los colegas, se expropian montes inocentes para colocar aerogeneradores de dinero verde para unos y de miseria y fealdad para otros; se expropian cuencas de ríos para dar de comer al cocodrilo bancario; los aeropuertos se construyen para masturbar a algún cacique local pero allí no habrá aviones que aterricen, y solo se les ocurre hacer campos de concentración con ellos. Son tan ineptos que no sabrían atarse ellos solos los zapatos y pretendemos que tengan en mente las obras públicas necesarias para que estas tempestades no se lleven pueblos enteros camino del cementerio. A España han llegado ríos de billetes que han ido a parar a los bolsillos de estos pájaros locos de derechas y de izquierdas, perdidos en mamarrachadas de género, de ideología falsaria, de fanfarrias huecas, de cuestiones paletas de Apatrias paletas. Hay más chiringuitos por ministerio y consejerías y ayuntamientos que estrellas en el cielo. Se preocupan más del lince ibérico que de los vecinos de mi calle. Se han creído, todos, que los cargos públicos están ahí para darles gustito a ellos y a las esposas e hijos. Andan a todas horas orgasmando con sus nóminas y aviones falcon y cuando acaban de esquilmar al Estado por un lado cogen la rotonda giratoria y se van a esquilmarlo por el otro. ¿Alguien puede creer que Untal rajoy, Pepitiño blanco o Parásito lópez puedan ocuparse de algo más que de ellos mismos y sus monsergas pecuniarias? En sus casas ya los conocen y los adoran porque vienen con la andorga repleta de sus saqueos. Se andan instalando por todas las instituciones públicas mastodónticas con sus primos los separatistas, racistas, asesinos y xenófobos. En RTVE han dado el último campanazo. Una inútil de SUMAR ha dicho que estas excelsas personas, que son los diputados, “no están ahí para achicar agua”. Lo único que achican muchos de ellos es el gintonic y las rayas de coca en los bares chic de los aledaños de la Cámara. Es que no sabrían achicar agua, a duras penas saben para qué sirve el agua si no es para rebajar el güisquito de la tarde. Han abandonado la labor de Estado, andan viajando a lejanías para servir a otros señores y tienen por los españoles el más infame de los desprecios. Deberían irse a su casa, a su chaletón, a su casoplón, a su guarida, a su cortello, todos, el país funcionaría exactamente igual o mejor. Otros pájaros peores es imposible encontrarlos pero no caerá esa breva.
A esta Nación, a este país, lo construye la gente corriente y lo destruyen los políticos, los cucos que ponen su huevo enorme en el nido de los pájaros diminutos, esos que acabarán por afanarse día y noche para dar de comer a ese monstruo voraz al que han adoptado como hijo suyo y al que miran con extrañeza, instalado entre los otros polluelos, que pían de hambre. Los cucos son ellos, la Kasta, la Nomenklatura, el Politburó; las diminutas, afanosas y asombradas aves que les damos de comer somos nosotros. Para acabar con la comparación avícola decir que el pajarraco, que ya no cabe en el nido, acabará por arrojar al vacío a sus hermanastros legítimos. La última prueba de esta impostura ha sido esta tragedia mediterránea que no acabará tan pronto como ellos quisieran. Ha dicho el Impresentable que “si quieren ayuda que la pidan” sin caer en la cuenta, porque su inteligencia se lo niega, que la ayuda ya era propiedad de quién la pide, los que la necesitan ya la han comprado antes con el dinero de sus impuestos y trabajos; y no sabe, porque su inteligencia se lo niega, que el sueldo y la comida que se lleva a su bocaza todos los días también se la han pagado aquellos a los que le escatima su ayuda.
- “Tú, ¡oh rey!, mirabas y estabas viendo una estatua, muy grande y de brillo extraordinario. Estaba de pie ante ti y su aspecto era terrible. La cabeza era de oro puro, el pecho y los brazos, de plata; el vientre y las caderas de bronce; las piernas, de hierro, y los pies parte de hierro y parte de barro. Tú observabas, cuando una piedra (no lanzada por mano) hirió a la estatua en los pies y la destrozó. El hierro, el barro, el bronce, la plata y el oro se desmenuzaron y fueron como tamo de las eras en verano; se los llevó el viento y no quedó traza de ellos, mientras la piedra se transformó en montaña que llenó toda la tierra. Hasta aquí el sueño…”. El profeta Daniel, interpretó este sueño de Nabucodonosor de una manera harto dificultosa y yo creo que equivocada, válgame dios, porque en aquellos tiempos los hombres no tenían internet para sufrir con las medias verdades y los dromedarios aun no producían metano en Australia. Eran viejos tiempos, mucho menos crueles que los actuales, con los mismos esclavos, eso sí, y los mismos poderosos que hoy, y con los mismos cautivos de Babilonia. Yo, el sueño de Nabucodonosor lo interpreto literalmente, porque literalmente también interpreto mis sueños y cuando, en una noche húmeda, se me aparece una rubia platino circulando en deshabillé y perdida de amor por mis huesos, me pongo a buscarla entre la gente de la vigilia porque los sueños hay que respetarlos y perseguirlos como me dicen siempre los optimistas de YouTube y el malogrado Lutero King. Por eso sé bien quién es El Nabucodonosor en el estado actual de las cosas, sé muy bien a qué oro y a qué hierro y a qué bronce se refiere el sueño y también sé desde hace una semana sobre qué barro se asienta el sueño del tirano. Daniel, pobrecillo sabio, no podía dejarse llevar por las críticas ramplonas, porque aquel rey tenía unos prontos que dejaban temblando el Misterio (que aun no había sido profetizado a gusto) pero yo tengo poco miedo de la censura que intentan aposentar desde el palacio real de Sadam, Avenida Puerta de Hierro, Moncloa, y me pongo a cantar el fin de los malditos, me pongo a cantar al viento que se llevará al desierto a toda la corte falsaria y decadente que nos gobierna. Las profecías se cumplen o no, y las profecías dentro de los sueños hay que empujarlas un poco con escobas, palas y hombros de las gentes del común para que, siendo tan antiguas, puedan llegar a cumplirse en el presente.