DOMINGO
Cada vez con más frecuencia dudo de la inteligencia de aquellos que tienen la encomienda de gobernarnos. No dudo ya, como me podía ocurrir en los comienzos de este escepticismo radical del que he enfermado, que a veces su razón falle por culpa de las condiciones atmosféricas o por la velocidad de traslación de la Tierra o por la ingesta excesiva de recortes de maíz transgénico o de antibióticos contra la gonorrea. No, ahora dudo de que su inteligencia, sus conexiones neuronales, su coherencia racional, estén situadas en la parte común y ordinaria de la inteligencia humana y no en la parte de la lombriz de tierra que está más alejada de la boca. Solo considerando esa falla se puede entender que un ministro del gobierno de esta España de los cojones pueda decir que es mejor que los jueces no juzguen los posibles delitos de terrorismo, traición, malversación, etc., porque sería una pérdida de tiempo y dinero del contribuyente, ya que los posibles condenados por sentencia firme serían indultados irremisiblemente por parte de ese mismo gobierno del que él ha llegado (dios sabrá cómo) a ser ministro. De esa manera el tiempo de los jueces (ya se sabe que para los hombres simples el tiempo es dinero) no se perdería en fuegos de artificio inútiles y se pasaría directamente del delito a la santidad. Si este ministro hubiese pensado en algo antes de hablar, hubiese pensado que si él no hubiese sido nombrado ministro, con la pérdida de tiempo y de dinero que eso ha supuesto para los españoles, ya no sería necesario que dejase de serlo. El ministro inauguraba un túnel pensando que ese túnel no tenía otra salida; la luz al final del túnel inaugurado por este ministro de transportes sólo existe a la entrada. En la salida, en dónde él estaba inaugurando algo, la oscuridad intelectual era absoluta. Este embrollo mental pornográfico con entradas y salidas, viene de lejos y ha venido en burro, método de transporte de la antigüedad, mucho más seguro porque no arde, que este ministro han vuelto a poner de moda ahora. En 2023 alguien dependiente del Ministerio de Transportes compró unos trenes que no cabían en los túneles. Indudablemente, para inaugurar los nuevos trenes y decir las majaderías correspondientes habría que ensanchar los túneles o encoger los artefactos a mamporrazos, aunque lo más fácil sería que los trenes desapareciesen por combustión interna, algo a lo que, según ha dicho el ministro, debemos ir acostumbrándonos. No sé cuál fue la solución que escogieron.
Ahora, al mismo ministro al que machaconamente me he estado refiriendo, le ha dado por criticar a su propia patria chica –en la que incluso (también existen las injusticias poéticas) llegó a ser alcalde de Valladolid– porque el envejecimiento de la población allí es apabullante. Con sus mismos argumentos de tebeo se podría colegir que para solucionar el problema del envejecimiento de la población de Castilla-León lo mejor sería matar a la gente cuando aun fuese joven, porque a los problemas hay que hacerles frente mucho antes de que surjan. Como decían antes los corresponsales en el extranjero: seguiremos informando.
MIÉRCOLES
He vuelto a ver “Los pájaros”, de Hitchcock, ya no sé en qué numeral voy. Con los años me van gustando cada vez más las películas en las que ya no nada queda al azar de la improvisación, es decir, me gustan más aquellas que ya he visto. También he perdido la presunción crítica y jamás busco la alegoría, lo mío tiene mucho que ver con la trama simple, con el inicio, el nudo y el desenlace. Dicen que ahora se hacen películas llenas de poesía, de buceos en las profundidades del superego y en el subconsciente tribal, o películas de superhéroes y muchedumbres en movimiento. Paparruchas. En cambio, “Los pájaros” de Hitchcock, es una película ornitológica, no sé quién le puede ver metáforas, complejos de Edipo, amenazas oníricas, maldad de lo cotidiano, sexo masoquista sin compasión con muñecas hinchables, amenazas de la Guerra Fría, dictaduras de las mayorías graznadoras, indefensión de la especie humana ante las fuerzas de la naturaleza. Los pájaros son pájaros, cría cuervos y te sacarán los ojos, pájaros de mal agüero. Inicio, nudo y desenlace, con la jaula de los inocentes periquitos en el asiento de atrás, no hay final abierto ni otras zarandajas. Esta película no ganaría ningún Goya porque no profundiza nada sexualmente en la madre del director, es una pena.
JUEVES
Desde aquel eslogan tan chulo de “papá, ven en tren” hasta que un aizcolari de puticlub sea nombrado consejero delegado de Renfe Mercancías han pasado varias estaciones desiertas en las que se han robado hasta los relojes que marcan el tiempo y el badajo de la campana con la que el jefe de estación daba la salida al expreso de Barcelona. Los trenes de mercancías pasan frente a mi ventana cargados con troncos de eucalipto camino de las papeleras de Ence y de las fabricas de palillos. Los mejores palillos son los de eucalipto, que dejan un aliento fresco entre las comisuras de los dientes. Que un aizcolari sea nombrado consejero delegado de Renfe Mercancías es de lo más lógico, porque todos queremos jugar con trenes y más si podemos cortar con un hacha la carga de troncos. Lo que es más difícil de entender es que un portero de puticlub llegue a ser la mano derecha del ministro de transportes, quizá portero onanista. Sería mucho más lógico que un portero aizcolari de puticlub sea nombrado portero aizcolari de ministerio, pero para eso hay que aprobar unas oposiciones a funcionario del Estado, excepto para ser portero de la Diputación de Orense que se es por méritos genéticos. Claro que para ser aizcolari es necesario también demostrar unas facultades intelectuales excelsas. Vete tú a saber qué habilidades habrá desarrollado ese hombre en la portería del lupanar para entrar como hombre de confianza en el ministerio. Ya lo dice el refrán, donde hay confianza da asco. Y da dinero.
VIERNES
Yo siempre vuelvo al viejo chiste del gitano que llevaba el cerdo robado al hombro. “Anda bicho”, le dijo al ungulado al ser sorprendido por la pareja de la guardia civil, “sal de ahí”. Era un chiste de los viejos tiempos, aquellos en que también algún gitano robaba un cerdo, no como ahora que todos los cerdos los roban los payos machistas, gracias a dios. En cuanto a los otros personajes, la guardia civil sigue siendo la Guardia Civil, una institución binaria con un sombrero terciario. El cerdo viene a ser la erótica del poder, con esos andares de pasarela parisina que da gusto verlos, y el gitano la maquinaria paya de los grandes partidos políticos que disimulan cuando ven al cerdo subido a sus barbas, haciéndonos creer, a través de los medios de comunicación a su servicio, que se trata de la imperceptible mosca que descansa un momento sobre sus espaldas. A mí cuando se me suba un cerdo a las espaldas lo que sentiré en el momento en que vuelva a bajar no será estupefacción, como sintió el diputado exministro, sino alivio. Un bicho de más de cien kilos pesa demasiado para mis frágiles huesos. Además tiene unas costumbres higiénicas poco recomendables, te deja perdido el traje y, si te descuidas, te come una oreja o la guata de la chaqueta. Lo que no se le puede negar a los cerdos es esa facilidad para hacer amigos entre los de su clase política, emparentar entre ellos con endogamia zoopráctica y prestarse el pesebre unos a otros más allá de la cena de Nochebuena.