DOMINGO
Han venido todos desde los cuatro puntos cardenales y episcopales de esta Galicia de los Desesperos y desde el arzobispado de Madrid. La campaña electoral parece que produce extrañas mariposas en el estómago y a estos feriantes se les abre el apetito de papeletas y han venido todos a la gran cuchipanda de la Feira do Cocido de Lalín. No podían fallar: allí se juntan todos en torno al cadáver del animal totémico de nuestra nación, el cerdo. Animal de derechos, de izquierdos y de rastreros; y en torno a los grelos, a las patatas, los garbanzos y los humos de las cacerolas que flotan ya sobre el valle del Deza, en una niebla que a los Irmanciños que no andamos en coche oficial, con las ventanillas tintadas subidas, nos cura la enfermedad espiritual gallega de la melancolía, la morriña y el hambre de siglos. Han venido todos, incluso los sabios que no comen carne, esos santos fanáticos que van detrás de los otros sabios, intentando recoger las hierbas de namorar y embaucar alelados, las mismas que se les caen de los bolsillos a los caciques de toda la vida cuando se colocan las capas de las antiguas cofradías de comer gratis todo el año.
LUNES
El lugar de mi casa con mejor conexión a internet es el cuarto de abluciones, léase cuarto de baño, léase váter a tontas y a locas. Allí me llevo yo mi tableta cuando voy a cumplir a rajatabla con mis principios morales y aprovecho para leer un periódico digital de cuyo nombre corto y largo no quiero acordarme y que se cruza al tuntún a lo largo y a lo ancho. Como a esa hora aun no he entrado en el mundo real y estoy muchas veces en el umbral de la puerta de marfil de los sueños de la noche, sufro una especie de sonambulismo previo a la ducha fría de la realidad y del agua corriente. Comienzo a leer los artículos de opinión y hay muchas veces que de tan inanes, evidentes, reiterativos, sosos y mustios, me vuelvo inconscientemente al Reino de los Sueños, monarquía en la que mando yo y mi digestión de ayer. Este diario digital que tomo por la mañana me recuerda a Cunqueiro cuando contaba que su personaje querido, Leiras de Parada leía a sus capones los artículos de cierto plumífero para adormecerlos completamente y que engordasen en las capoeiras. Tal es así que cuando recupero un poco el sentido, y antes de tirar de la cadena, tengo que, con los ojos aun amosquitados por el bostezo constante, mirarme a ver si me falta algo imprescindible. Qué susto.
MARTES
En mi infructuoso afán por progresar en la vida presente estoy intentando olvidarme de todas aquellas cosas que constituían lo que en la enciclopedia Álvarez se llamaba una cultura general. Muchos que pudieran no leerme hoy en día, –por desgracia para ellos los que no me leen son multitud–, podrían pensar que una cultura general es una cultura que se encuentra en un estrato situado entre la cultura teniente coronel y la cultura general de división. No. No, no y, rotundamente, no. La cultura general es aquel bagaje que nuestros padres quisieron añadirnos y echarnos a la espalda a fin de que tuviésemos algo de conversación cuando nos presentaban a una marquesa de Guermantes en un tanatorio, si es que no podíamos tener la boca cerrada. Yo estoy intentando dejarla abandonada por ahí, a la cultura, no a la marquesa, al lado de un basurero, a ver si asciendo algo en la vida y me contratan para candidato elegible al cien por cien a las elecciones, para ser presidente del gobierno o para ser ministro plenipotenciario de transportes o para perorar como diputado en las cortes de esta España de la leche. Es difícil. Por ejemplo, me doy golpes con la cabeza contra un yunque para olvidarme de que metano es un grupo musical de los ochenta que no se podía levantar y que metanol es un pastilla que te receta el médico para un día de resaca. Me lo dijo el galeno: no hay mejor cuña que la de la propia madera: a un alcohol, alcohol y medio. Lo veo y no lo creo, el presidente del gobierno reprochando al jefe de la oposición que este no tenga ni idea de química orgánica, se ve a la legua que no hay química inorgánica entre ellos.
MIÉRCOLES
En mi pueblo hay un dicho que, mal traducido al castellano, viene a decir: ”malos tiempos cuando la zorra anda a grillos”, “mal anda a cousa cando a raposa anda ós grilos”. La raposa, la zorra, es una animal al que la necesidad ha hecho omnívora, como el oso pero sin llegar a plantígrado, es decir, que no come plantas…todavía, más que para purgarse, como todos los cánidos. El hambre es mala consejera y la pobre zorra, que lo que quería era ser carnívora a tiempo completo, se ve impelida en tiempos de sequía y de mixomatosis a cazar grillos en los prados, en lugar de dedicarse a cazar conejos a la espera. Conejos y zorras son enemigos irreconciliables y los esquivos roedores escasean últimamente en las dietas zorrunas. La zorra es un animal con muy mala fama debida en gran parte a su comportamiento con la gallina, que también tienen fama de zorra pero con mucho más motivo, y a las fábulas de Esopo: unas veces le roba el queso a la urraca a base de elogios y adulaciones tan exageradas que el queso se le cae del pico al adulado; y otras veces ella se ahoga en un charco porque ve reflejada en el agua la imagen de la luna llena y cree que es un queso de Arzúa. Las zorras tienen un comportamiento sexual propio de su carácter cánido, como el de las perras, pero eso no debería ser motivo de crítica ni de elogio. Ellas son así, y tampoco hay que darle demasiada importancia. La monogamia y la fidelidad son características de varias especies de zorras, no sé a que se debe su mala fama. Las zorras suelen oler mal pero eso, a ellas, parece no importarles.
VIERNES
A los agricultores, antes llamados campesinos, no se les ha tenido demasiado en cuenta a la hora de hacer una fiesta. Nunca supieron la fuerza que tenían y su individualismo innato, ese que les hace creer que solo lo suyo es importante, nunca les permitió asociarse en sindicatos o agrupaciones laborales. El agricultor anda a lo suyo, trabaja en lo suyo, se divierte en lo suyo; se casa, tiene hijos para los que desea otro futuro que no es el suyo y muere en lo suyo. Nunca ha tenido una conciencia de proletario, sus desvelos son compartidos como mucho por los suyos de casa, y cuando socializa, si lo hace, coincide con funcionarios, rentistas, pensionistas, comerciantes y algunos de los otros agricultores, con los que raramente habla de sus problemas porque los problemas del campo son los problemas de su propio campo.
Cuando se cabrean, lo que ocurre de tarde en tarde, los efectos suelen ser devastadores, arrasan con todo lo que encuentran, así sean castillos o conventos, casas de empeño o pazos solariegos. Al final acaban siempre, en sus revueltas, traicionados por los mismos: los ricos que los manejan, los sindicatos gobernados por señoritos de guante blanco y por algunos de ellos mismos que traicionan a sus compañeros por un quítame allá ese marco de la leira. Y vuelta a empezar. La diferencia entre estas protestas y las antiguas está en la diferencia de tamaño de las herramientas: de las hoces sin martillos y las azadas se ha pasado a los tractores gracias a las subvenciones europeas a la industria del tractor. Los tractores son ahora una máquinas monstruosas que tan solo se paran con la fuerza de un tanque de combate. En las protestas campesinas de los noventa los agricultores aun se acercaban a pie hasta las ciudades circulando por los arcenes, en una ingenua marcha con la que el resto de la población se solidarizaba porque se les veía desamparados. Todos somos muy solidarios hasta que nos rascan el bolsillo. Ahora llegan en tractores que llevan delante pinchos para los rollos de paja y detrás unas cisternas grandes como piscinas que pueden ir cargadas de purín, esa arma química que aun no han registrado en Hacienda Ecológica. Veremos en que queda la cosa. De momento los señoritos ya han puesto sus blancas manos en el asunto, así que los veo perdidos y traicionados. Los pequeños y medianos agricultores se pierden entre los papeles y les va a caer encima una paca de papeles y de promesas mientras los que engordan con las plusvalías del precio de los productos del campo juran que van a ser buenos pero no van a ceder un céntimo de sus ganancias. Y además las vacas son rumiantes.