DOMINGO
Algunos altos burócratas de vocación (otra cosa son los tragaldabas), de Bruselas, de Madrid, de Santiago, de…, suelen ser gentes a las que comer les parece un acto necesario pero fastidioso, ese momento que queda entre la redacción farragosa para una solicitud de instalación de un ascensor en un edificio donde viven cuatro personas incapacitadas físicas, o la traducción al arameo de un informe para una explotación de pollos al aire libre en un parque natural repleto de zorras de angora, y el momento de irse a dormir y ponerse a soñar con una nueva directriz sobre el empoderamiento feminista para la lucha contra la invasión de la velutina de Shanghai. Cuando descubren una falla sinclinal en forma de carencia del preceptivo informe por triplicado de la Confederación Hidrográfica del Rigueiriño Do Poulo, que se seca en agosto, con los sellos de tinta de los cuatro empleados funcionarios y de los trescientos directivos de libre designación, humedecen el cuño con su aliento a fermento láctico y, con un golpe de estado en miniatura, depositan el temido DENEGADO sobre la carátula de la solicitud, resonando como un mazazo en ocultas covachuelas contables y sonables y en el corazón de aquellos que pusieron sus esperanzas en los engranajes del Estado burócrata con hiperplasia de estupidez. Como les parece que la comida se cría en los supermercados a los que jamás acuden, no piensan nunca que los alimentos que los mortales aun tenemos que comer antes de la revolución pastillera, se producen a través de un proceso que suele comenzar con el abonado de unas tierras sobre las que crecerán bichos, que en otros lugares denominan vegetales. El maíz y el trigo para ellos solamente existen en los mercados bursátiles de especulación de futuros de las Citys y las lechugas son unas materias que llegan de noche a la parte de abajo de la nevera, envueltas en unos plásticos ecológicos, de las manos de sus empleadas del hogar, y acaban viviendo al lado de un bote de aceitunas de bote. Ahora se están preguntando quiénes pueden ser esos sujetos airados, tocados con viseras sudadas pasadas de moda, que conducen unos tractores que deben ser incomodísimos para viajar a la playa.
MARTES
“Todas las noches del año nos sentábamos los cuatro en el pequeño reservado de la posada George en Debenham: el empresario de pompas fúnebres, el dueño, Fettes y yo…”. Así comienza el cuento de Stevenson “Los ladrones de cadáveres”. Cada vez que empiezo la lectura de esta narración siento el mismo escalofrío placentero de cuando empiezo “El corazón de la tinieblas” de Conrad. Sé muy bien lo que me espera y ya casi ni necesito un empujón. En Valencia unos empleados de funeraria, se supone que mal pagados, han puesto precio a los despojos humanos, cadáveres sin matria potestad, que caían en sus ávidas manos, y a los que había que dar paso del estado sólido/líquido al gaseoso a través de un proceso químico de combustión; han vendido esos pobres no seres inanimados a la Universidad, para prácticas sádico forenses. Del alma no he tenido noticia. Ni del alma de los difuntos ni del alma de los mercaderes, los ladrones de cadáveres. En el cuento de Stevenson se pasa de desenterrar fallecidos recientes a asesinar vivos contemporáneos, para hacerse con restos mortales apropiados, destinados a la ciencia de un médico que, sorprendentemente, se llama K. Mientras sea a la Ciencia y no conquisten la sección de charcutería del super todo irá más o menos mal. Si podemos comer tortilla de patatas envasada podemos comer de todo. Los pueblos civilizados suelen tener un respeto litúrgico y sagrado con los que una vez compartieron con ellos alegrías y penas y que han abandonado el mundo mortal. Algunos Pueblos más civilizados incluso se comían a sus difuntos. Esperemos que no progresemos tan deprisa, lo digo por los veganos a los que tanto cariño profeso.
Los desangelados cuerpos (cuando pensamos en cadáveres todos nos parecen masculinos, qué indefensas y solas se ven las muertas, Juan Ramón), pertenecían a personas a las que nadie fue a velar, y a rezar. “Extranjero que ofreces tu último regalo a la tierra extraña, mereces que alguien pronuncie con devoción una oración sobre el blanco de tus huesos”.
MIÉRCOLES
En un restaurante japonés de Granada no te dan mesa hasta dentro de 15 meses. Si tienes el apetito de comer un poco soliviantado, la espera te va a resultar insoportable. Si tienes el otro apetito trastornado pide cita en una casa de citas. Yo ya no hago cola ni para ir al cine para ver un estreno de un abusón sexual convertido a director supramega. La última cola que he hecho ha sido para ponerme la vacuna de la gripe. Fue fenomenal: ligué con una sexagenaria, quedamos en vernos el año que viene en el mismo sitio. A ver si hay suerte. Volviendo al restaurante japonés hay que ser muy lerdo del culo para pedir mesa para dentro de año y medio. Cuando comas lo que te den serás más viejo que hoy, vete tú a saber de qué humor estarás, el éxtasis no está asegurado y, al día siguiente, o antes, vas a pasar por el mismo retiradero por el que pasamos todos los hombres simples. Que tengan cuidado con el pez globo que, aunque esté bien cortado para no envenenar a nadie, produce gases. Yo, hoy, para comer, tengo macarrones con carne y una salsa de tomate que he hecho este verano. Mañana, dios dirá, pero no pido cita, me da mal fario.
JUEVES
Me imagino a Franco tomándose a chirigota el Contubernio de Múnich y llamando después, al Pardo, a los participantes, para un chocolate con picatostes y preguntándole a algunos de ellos que cómo pensaban que se debía de gobernar esta España de todos los carajos. “Su opinión me interesa mucho”, les habría dicho el dictador bonachón y paternal mientras acariciaba la cabeza del teñido chucho Lulú de doña Carmen. En lugar de eso el Culón se puso hecho un basilisco y mandó al exilio a unos cuantos, y a los que ya estaban exiliados les avisó que no asomasen por aquí porque se las iba a hacer pasar canutas. Me imagino todo esto cuando escucho que en la actualidad rabiosa hay exiliados en Waterloo de los que depende el Gobierno de esta España de los güevos. No sé si no seremos los españoles los que andamos un poco exilados por el interior y hartos por el exterior. Cuando el Gobierno actual pronuncia sus consignas imposibles con absoluta des-facha-tez no es que nos quiera dejar patidifusos de estupe-facción, es que quiere abandonar su propia tez facha o, lo que es lo mismo, quitar lo facha a su cara dura, con el mismo procedimiento de desnazificación de muchos ciudadanos alemanes contaminados de fascismo tras la segunda guerra mundial. Yo aplaudo esta iniciativa gubernamental a ver si nos desfachatezan a todos de una vez, dejamos de ser unos fachas y podemos salir de la fachosfera a respirar el aire puro de la progresía.
VIERNES
En el Ateneo de Sevilla en el que la sabiduría se hace arte, en esos momentos cruciales que cruzan las calles antes de dar el pistoletazo de salida a las procesiones hoplitas de Semana Santa, un comité de expertos y un poeta importado desde una revista del corazón y del salón en un ángulo oscuro, discutían una cuestión fundamental para que las cofradías pudiesen salir a la calle Ciempiés sin un peso en el alma, sin una torcedura de tobillo, con los capirotes dignamente colocados sobre los colocados cerebros con manzanilla, como dedos que señalan al cielo al que más temprano que tarde todos los devotos de la macarena tenemos que ascender en forma de humo negro: “pongamos por caso”– dijo el ponente gallináceo de huevos de colon–, “que en el cartel de marras, el Lobo de Caperucita no es un lobo como dios manda, que es una Loba, que la abuela es madre soltera chocho loco y que Caperucita es una Lolita que está para mojar panem et circenses. ¿Cómo vamos a tolerar todas esas disrrupciones narrativas fácticas y esos errores históricos? Procedamos a la votación ”.
SÁBADO
La ausencia de la asignatura de filosofía en las aulas, el descrédito de las matemáticas como racional explicación de los hechos físicos y la desmejora, hasta la agonía mortal, de la capacidad de comprender un texto o un simple razonamiento, hace que nuestros políticos actuales, jóvenes y madurados casi podridos, con ambiciones desmedidas y escrúpulos desterrados, que son ya carne de cañón de las últimas leyes de educación que otros como ellos mismos promulgaron, sean capaces de hacernos llegar a nuestros delicados oídos estupideces tan burdas como la que el Presidente Vicente del Gobierno ha soltado por su boquita de fresadora: “el Independentismo Catalán no es pederasta y así lo van a concluir los tribunales, lo digo y lo repito, el Independentismo Catalán no es pederasta”. Bueno, me digo y me repito a mí mismo: y si resulta que hay un pederasta entre todos esos independentistas, ¿dejaría el Independentismo Catalán de no ser Pederasta? ¡Qué duda metódica única!