LUNES
El Patriarca, el de “El otoño del patriarca”, le vendió el mar a los ingleses; perdió de vista , desde la ventana del palacio presidencial, el acorazado que lo vigilaba, e hizo caja, más o menos como los patriarcas de aquí les vendieron las telefónicas y las energéticas a unos cuantos que comían con ellos; y también hicieron caja. Lástima que la caja, después, se fuese vaciando con préstamos a otros necesitados de traje Tucci. Pero no era de eso a lo que yo iba lanzado, sino al mar de los ingleses: a lo mejor habría que pensar en venderle nuestro mar gallego a los ingleses a ver si los barcos pasan más lejos de la costa y dejan de verter porquería. Por lo menos se nos acabarían las contaminaciones, se podría hacer una promoción de adosados frente a Fisterra con vistas al cementerio de Cesar Portela y viceversa, y los voluntarios, que se pasan la vida entre el chapapote y el plástico para hacer capachos, dejan de trabajar tanto, que ya están un poco hartos. Es milagroso que aun queden peces, y marisco en el mar gallego, y algas, pulpo y madrileños en las playas y chiringuitos. Este tramo de mar es más peligroso que una rotonda de seis carriles frente a un anuncio de Victoria Secret. Y los políticos a lo suyo, a echarse la culpa de la galerna unos a otros. Lo extraño es que la contaminación del chapapote fuese culpa del gobierno central y ahora la de los plásticos es de la Xunta. Los de un chollo y los del otro chollo no sirven más que para capar grillos. Todo parece una mala paradoja chestertoniana. A ver si es que el mar ya estaba vendido y aun no se lo habían llevado a casa los de la City londinense porque no encontraban grúa y ahora tenemos que plasmar en las pancartas de las manifestaciones el estribillo de “El cuervo” de Poe posado sobre el busto de Palas Atenea: “¡nevermore!”…, “nevermore”…
MARTES
Es raro ese hecho de que te obliguen a marcharte de un lugar y después te quieran multar si no vuelves. Si la ocurrencia hubiese procedido de Bokassa, aquel dictador africano que se comía a sus súbditos, la cosa no llamaría demasiado la atención porque el hombre tenía miedo de quedarse sin carne fresca en el frigorífico si todos sus ciudadanos se iban del país. Lo extraño es que si alguien te obliga a marcharte de Cataluña porque el ambiente se ha hecho irrespirable, porque miras el dedo de Colón que te señala el camino del destierro y porque no acabas de cuajar en el barrio, las autoridades, que te han despedido tan contentas en la estación de tren, quieren sacar una ley estatal para obligarte a volver, con amenaza de multa si no te arrepientes, maldito maqueto. Si Bokassa le pusiese una multa a un repatriado antes de comérselo en una cuchipanda tribal yo lo entendería mejor que la propuesta del partido de Puigdemon.
MIÉRCOLES
Ando eu un poco nostálgico de mis viejos tiempos, es culpa del tiempo, del descenso de los biorritmos, de la testosterona y de la temperatura. Nostalgia, melancolía, esplín. Ahora que lo han cerrado por defenestración (es noticia vieja), me he acordado del Derby, café literario en la plaza de Galicia. Allí iba don Ramón del Valle Inclán a mesarse las barbas cuando se pasaba por Compostela; allí Dieste, Vidal Bolaño y otros gastosos de sombrero y buena pluma. Yo no iba. Hasta que fui. Si me hicieran jurar en arameo diría que el Derby tenía una puerta giratoria como la de un hotel de una película de Greta Garbo. Lo que sí tenía el Derby eran unos camareros pulcros, educados y limpios. Alguno con hijo catedrático, orgullo de padre, esposa e hijos. Aquel día del que me he acordado, mis amigos y yo no estábamos mucho para tertulias literarias ni otras mandangas en las que solo habla el chivo y los demás escuchan dándole vueltas al platillo del café. Más bien estábamos para seguir bebiendo, y fue mala idea entrar sin premeditación. Emilio vomitó en la moqueta, un poco por debajo de la mesa de mármol, hacia la ventana veneciana. Nos echaron, no sin antes habernos cobrado la consumición, faltaría más, no dijeron nada de la tintorería. Yo siempre hablaré bien del Derby, pero hay que decir que ya había perdido mucho en mi época de estudiante, cuando quitaron la parada del Castromil de la plaza de Galicia y se llevaron la estación de autobuses a las quintas quimbambas. No había manera de escribir una novela en una de aquellas mesitas para enterradores porque faltaban personajes de relleno que antes se veían bajar de las carripanas con fardos, maletas, cestas con gallina y paquetes engrasados. Don Gonzalo Torrente Ballester, cuando estaba un poco atascado, abandonaba “La Romana” y se iba al Derby a ver pasar gozos y sombras. Para desagravio de mi amigo Emilio tengo que decir que aun hoy sigue siendo un fino espeleólogo literario y sigue viendo en la oscuridad: en una de aquellas incursiones etílicas de madrugada vomitó en el vestíbulo de la librería Follas Novas, frente al escaparate de las “novedades del mes”.
JUEVES
Con estos plenos del Congreso de los Diputados, que más que plenos están más vacíos que alguna nécora que yo me sé, estoy haciendo un curso intensivo de subasta en lonja de pescado, una rula de padre y muy señor mío. Para empezar, el asunto no huele bien, ya se sabe que el pescado y el marisco una vez que dejan su hábitat más natural empiezan una labor de autodefensa que pasa por agarrarse a las narices de sus depredadores habituales, nosotros y los japoneses. No es suficiente estrategia para ser salvados, el apetito humano es mucho y muy cruel. El Parlamento en esta última sesión, la de los decretos del autobús omnívoro,- estos animaliños comen de todo-, en la que unos intentan colar mercancía poco fresca y otros están ojo avizor para sacar gangas y tajadas y los de más allá solo van a ver qué se cuece, la subasta acabó como el rosario de la aurora, un poco más temprano. El género bueno, las cigalas, los percebes de pulgar, el besugo y las luras para bocadillos, se vendió a la velocidad de la luz inversa, es decir tardaron bastante en ser compradas las cajas cubiertas de hielo, pero al final los subastadores catalanes pujaron a la baja total y el lote completo se fue para los platos de las casas burguesas de los señoritos racistas de Barcelona, Tarragona, Lérida y Gerona. Con todo el pescado bueno vendido quedaron aun así unas cajas de jurelillo que parece que no estaba fresco y se lo tiene que comer la ponente Yolanda. Supongo que lo congelará pronto porque en esas condiciones, si espera un poco más, no puede ni endilgárselo a un restaurante michelín de fisión nuclear al que le mola cocinar para sus clientes el gato por liebre faisandé.
SABADO
Tengo intención de hablar con el juez que anda a vueltas con el asunto del Rubiales y aconsejarle nueva jurisprudencia: condenar a que la Real Federación Española de Fútbol organice la liga femenina en Arabia Saudita. Se iba a acabar la broma del petrofútbol. Los árabes dejarían de ir a los estadios porque con hiyab no se da sacado un córner y la Triplirrecopa de España masculina volvería a España a dar por saco, que es dónde debe estar.