En mi pueblo los sabios de poyo y cachaba, de voz y mirada temblonas templadas al sol, cuando a veces ven pasar a alguien que, inducido por las hormonas o por la propia herencia de los genes de la tontuna hace aspavientos de cabrita o ruido de cacerola tumultuaria, dicen “ese é tonto once meses e o de agosto”. En agosto el sol calienta mucho durante el día. Por la noche, generalmente, se oculta a nuestra vista. Siempre me han llamado la atención esas gentes que, olvidadas del peso en su nariz, llevan puestas las gafas de sol a altas horas de la madrugada. La contaminación lumínica, que nos impide ver las estrellas a algunos, les impide ver la cara oculta de la luna y la cara visible de sus semejantes y andan a palpadas buscando el gintonic. Para mucha gente el mes de agosto y los otros once son años de oscurantismo y tinieblas, negritudes que se amorran al cerebro y ya no hay manera de limpiarlas con un paño suave y limpiacristales de pH neutro. En una cabriola difícil de entender para alguien cegato como yo, algunos se suben las gafas de sol a la cabeza tal vez porque la luz de la sabiduría dilata excesivamente las pupilas de su cerebro, quién sabe. Es el tercer ojo budista que debería llevar monóculo ahumado en lugar de antiparras. A mí me es imposible hablar con alguien que no se apea de las gafas de sol y oculta su mirada a mi mirada, lo mismo que no puedo hablar con alguien que me escupe sus palabras, siendo así que me voy con la música a otra parte porque no entiendo sus razones y no sé con quién estoy hablando, en qué otro interlocutor ha posado sus, por desconocidos, hermosos ojos, y quién puede ser el objeto de su amor circunstancial o de su odio cerval, “…ojos dulces, serenos, ya que así me miráis, miradme al menos”. Once meses y el de agosto, la luz sin filtro del sol molesta y quema nuestros delicados ojos: gafas por prescripción facultativa, necesarias gafas de sol hasta en el interior de las casas, de las oficinas, de los bares. Gafas de sol a la sombra. Sol con sombra, la máxima aspiración de los epicúreos. Sol y sombra, combinado alcohólico amado del proleta sin boina. Gafas aún más sofisticadas: gafas de espejo, de guardia carcelario en Alabama, sobre las que vemos pasar reflejadas las insignificantes vidas de los que miramos a lo lejos, gentes sin importancia; gafas sobre las que vemos pasar toda nuestra vida en un instante fugaz, como dicen que ocurre cuando nos llega la muerte.
Sol y sombra: la mayor especialización la alcanza el hombre con gorra de visera y gafas de sol en el interior de las cuevas: protección total, el Hombre Invisible se venda el cuerpo con los farrapos de una momia y para culminar la indumentaria se coloca unas gafas de sol que no nos dejen mirar el profundo y tenebroso abismo de la Nada que tiene en su interior. Momias en la noche con la gorra puesta al revés. Once meses y el de agosto.