A mí, qué quieren que les diga, el asunto ese del baile de una señorita tanganeada, desvestida para boda con gorila de clase media, por delante y por detrás de la Presidenta Ayuso, me trajo un recuerdo muy lejano, allá por mi infancia feliz en los confines de la tierra: en una ocasión pasó por el pueblo uno de esos circos familiares en los que hasta los animales de distintas especies estaban emparentados entre sí, lo que hoy se puede encuadrar en la familiaridad de género. El payaso listo estaba casado con la trapecista, el domador con la choferesa de la camioneta, el payaso tonto era soltero, el mago contable con la gitana Esmeralda, había muchos niños que salían de cajas mágicas y nadie se preocupaba de su escolarización, ya digo que era en una época muy, muy lejana, mucho menos rigurosa que la actual en cuestiones de educación y apareamiento. En aquella única representación en la localidad de mi infancia, una representación en miniatura del gran Circo Universal de Oklahoma, a falta de gran lona circense, que en la actualidad cualquier alcalde demócrata o republicano hubiese plantado a cargo del erario municipal, todo el espectáculo, monos mandriles con el culo fucsia, magos de caja de naipes de cartón, malabaristas de bolera yanqui, payasos pintados de albayalde, marionetas hiperrealistas… se hizo en el único local social de los viejos tiempos, es decir, en un bar. Una vez se remató la arriesgada función principal ( arriesgada porque se trabajó sin red, sobre la dura piedra) se puso en marcha una tómbola, que podíamos denominar solidaria, a favor de los titiriteros ambulantes, gran familia de personajes extravagantes y ahorrativos pero un poco decadentes de ingresos, no vayamos a decir cuasi famélicos como los de Picasso, no había un gordo. La solidaridad era un sentimiento que siempre llegaba al corazón pueblerino a través de la digestión pesada de los soñadores o de la abundancia de vino de los avaros. Se sorteó una botella de coñac Carlos l, el vencedor de Mühlberg ,-la recuerdo solitaria y tenebrosa encima del mostrador azul de la tasca teatro, como si Tiziano se hiciese holandés-, y la encargada de repartir las rifas entre los parroquianos fue la pluriempleada contorsionista, ayudante de mago, presentadora de la función y esposa del payaso Arlequín, amante del ventrílocuo, que, embutida en un ceñido escaso bañador blanco de lentejuelas fue repartiendo caricias y papeletas entre el público masculino sentado en las aguerridas sillas de formica desplegadas alrededor de la pista central, escenario improvisado de baldosas de turrón de cacahuete con una estufa de carbón, la única espectadora que seguía sus propios cálidos pensamientos en una soledad apartada de toda veleidad, ajena a todo aquel espectáculo extraño a las partidas cotidianas de naipes Heraclio Fournier, escuchando el barullo erótico con una calmada hosquedad. Era muy invierno. Quedamos a salvo de nalgadas y tetadas los niños insolventes, mientras la señora fue repartiendo, entre el resto del atento y amable público asistente, participaciones de la gran lotería y aproximaciones de culo y otras partes anatómicamente desconocidas por nosotros hasta aquel día. Para nada se parecía a nuestras madres ni a las novias de algunos. Los grados del mercurio subían en la fiebre del sábado noche y algunas mentes calenturientas se caldeaban más que el tubo de la estufa. Las pocas mujeres que permanecían sentadas en su insecto/butaca tomaban aspecto amenazador, como de tormenta que se gesta en las montañas de la Luna. Pero, caso omiso a las salvedades, aquella mujer semivestida de princesa califal tuvo un éxito arrollador, y algún vejete con boina y unos vasos de vino, subidos ambos a la cabeza, compró rifas por valor del cincuenta por ciento de González Byass en Bolsa. De ordinario era un ser comedido y se podía decir que un avariento cabrón, pero basta un poco de circunloquio mamario a su alrededor para que el arrebato haga meter las manos en el bolsillo a falta de otros agujeros. Lo que es la hipnosis colectiva. Yo quedé pasmado por aquellos movimientos sinuosos, cimbreantes, excitantes. La venta al detalle de papelitos numerados, en lugar de producirme el hipo me lo quitó. Como se puede ver aun no me había recuperado del todo de aquel aquelarre hasta hoy, porque lo he revivido en el espectáculo de otra señorita bailando y gritando (eso, memos, no es cantar), culo en ristre, delante y detrás de Ayuso, se ve que aun tengo gasolina para otros cien kilómetros más. Pero ahora viene la parte enrevesada de mi recuerdo, un embrollamiento mental instantáneo que me hizo ver como la Señora Ayuso con una mano compraba rifas para el sorteo de la botella de Carlos l y con la otra metía un billetazo de quinientos euros en la mascarilla de la bailarina, allá donde se le abismaban las nalgas. Malditas alucinaciones del YouTube.