En aquel Nuevo Estado Pluripasional, denominado en los cuentos infantiles de la Nueva Ley de Educación y en los cuentos de terror neoliberales “España es la Caña”, se adoptó un buen día, a través del Código Penal, la pena de muerte con carácter preventivo. Cómo se llegó a esta sofisticada forma de la Justicia, en la que quedó descartada, de manera tajante, cualquier tortura previa como paso a seguir antes de la decisión final, (único motivo de discordia en la redacción de la ley entre los partidos políticos de ámbito nacionalista y localista), es algo que requeriría una explicación prolija y descarnada pero ni el tiempo ni las ganas me permiten extenderme tanto, así que voy a resumir: Empezaré diciendo que el proceso comenzó como un dilema moral, un problema de índole filosófica que los medios de comunicación de masas ( con la masa se hace la empanada de congrio ) decidieron poner, día sí y día también, en las primeras páginas fantasmales de sus ediciones digitales y papeleras y en los artículos de opinión no sesgados, en una época en la que coincidió con que apenas había epidemias, incendios, inundaciones, nevadas invernales, financiaciones ilegales de partidos, amores putativos, lobos que devoran ovejas…que llevarse a la boca. Voy a retrotraerme otro lapso más atrás, ustedes sabrán perdonar la falta de rigor, la falta de coherencia del que suscribe: el principio de todo fue el abatimiento, por parte de un francotirador, de un atracador de banco con rehén. El secuestrador recibió un balazo que le atravesó un ojo y el cerebro, saliendo la bala, mucho más lenta, por la parte posterior de la cabeza. El presunto ( y que a mí esta palabra siempre me recuerda al jamón y de ahí al cerdo ya queda poco) delincuente cayó fulminado y el francotirador fue condecorado de urgencia por el ministro del interior que dio la orden de disparar, un famoso yutuber que había acompañado al presidente del gobierno en su singladura política y promocional desde que era un simple pagafantas en el bar de la asociación vecinal de su barrio, plataforma que lo catapultó, en el tercer congreso federal, cuando, tras varias votaciones infructuosas para dirimir cuál de los dos candidatos, -digamos serios, digamos oficiales-, sería elevado a la alta cumbre de la Secretaría General, los afiliados más veteranos y los llamados barones más cachondos, un poco borrachos y bastante hartos de cigalas, decidieron, para abreviar el proceso y poder seguir la juerga con los de su sindicato de clase A, apoyar a aquel tercero en discordia, un ser inasequible al desaliento, que al principio no tenía ninguna posibilidad y era más una broma pesada que una promesa cumplida, y salir por fin así del atolladero. Nunca tuvieron que arrepentirse más que por el hecho de que el Partido se disolvió como un azucarillo a resultas de las decisiones que tomó aquel Ser que parecía apocado y servil y que resultó un perfecto endiosado tiranuelo quintacolumnista apocado y servil. Bien, como iba diciendo, el yutuber felicitó con medallero al francotirador hasta que se descubrió que la persona abatida no era el secuestrador sino un personaje que departía amablemente con un amigo a las puertas de un banco. ¿Qué había ocurrido?: El operativo policial se había equivocado de entidad bancaria y mientras un presunto inocente moría bajo fuego amigo el auténtico atracador, en la otra manzana, se alejaba del lugar del crimen con el producto de su botín en una bolsa de rafia de un supermercado conocido, cuyo nombre me voy a callar porque no quiero hacer publicidad engañosa gratuita. Como decía antes, -no se me hayan olvidado y pierdan el hilo-, los medios de comunicación de masas (de empanada de xoubas), a falta de otros acontecimientos a los que extraer el jugo suficiente para una semana de polémica, pusieron el grito en el cielo y colocaron este luctuoso y desgraciado error en las primeras, segundas y terceras páginas de sus monumentos a la libertad de expresión corporativa. Sesudos filósofos de Lógica Miscelánica, tertuliadores de flequillo, corbata y nómina oficial, feministas con dos tambores y un chiflo, toreros bomberos cornudos, obispos abuelas, transeúntes apresurados por las ráfagas de viento seco del desierto, niños en el recreo, parlamentarios en el Bar del Congreso… fueron llamados una y otra vez a dar su opinión sobre el hecho acaecido, exclusivo de este país, sin parangón posible en cualquier otro de características ergométricas similares al nuestro. Y la conclusión fue que se había tratado de un caso de necesidad extrema y que, dado que el secuestrador no había cumplido su amenaza de matar al rehén puesto que se le había dejado la vía libre a su fechoría por el error policial, había que recuperar la figura punitiva de la Pena de Muerte Preventiva en todos los casos en los que el algoritmo estuviese seguro de que alguien podía acuchillar a su esposa, disparar sobre la estanquera, empujar a su primo a la piscina, marcharse sin pagar del pub, o dejar que su perro ladrase durante toda la noche: se les podía aplicar la pena capital preventiva sin juicio previo ni abogado que le ladre. El resumen sería el siguiente: si ese ciudadano fue asépticamente ejecutado antes de que cometiese alguna de esas tropelías es que algo había hecho, no les quepa ninguna duda, señorías. Defendió el proyecto de ley en el Parlamento el ministro del interior, que subió como la espuma en el numero de seguidores de Yotuve. Andan ahora a vueltas, gobierno y oposición, para la creación de un nuevo departamento, adscrito al ministerio de seguridad social, que se haga cargo del asunto, digamos, ejecutivo. Cada quién quiere enchufar a sus cuñados y de momento ni siquiera se han puesto de acuerdo para el cargo de Viceverdugo Segundo.