Es muy enternecedora esta nueva epidemia de preocupación por el bienestar animal. También es lógica, ya que la caridad bien entendida empieza por uno mismo y de hecho muy pocas diferencias genéticas nos separan de nuestro amigos los animales, incluidas, entre estos amigos íntimos, la drosóphila melanogaster que, como todo el mundo sabe, es la mosca del vinagre. También le da por el tinto, a la muy perra. Compartimos con ella el 90 de los genes aunque de momento nadie se preocupa por su bienestar en esas bodegas maravillosas, oscuras, frescas, organolépticas, con cierto tufo afrutado y un deje a cuero en el retropaladar, pero todo se andará, que cada vez somos más compasivos los humanos, parece mentira, y ya se han puesto en marcha los del Ejército de Salvación y la Liga Antialcohólica.
De momento solo nos preocupamos por los animales de tamaño mediano y grande, por algo hay que empezar. Gatos y dinosaurios. Y solo nos preocupamos por los animales que nos vamos a comer y por aquellos a los que llevamos a nuestras casas para que nos hagan compañía y así tener alguien a quien achuchar y mandar callar: deje usted de ladrar güei! Con suegras y cuñados eso resulta más difícil, así que estos animalitos nos resultan muy útiles para rebajar nuestras tensiones internas y nuestras ganas de asesinar a alguien. Las pulgas también son de Dios. El bienestar de las mascotas suele comenzar por su castración. Es indudable que si pudiesen hablar, como la cuñada progre, nos dirían lo agradecidos que están. El camino hacia el progreso animal ha comenzado y no tiene vuelta atrás. He oído decir que hay asociaciones que promueven el derecho al voto de los chimpancés. Aplaudo esta idea, -iniciativa parlamentaria popular de las quinientas mil firmas, no me atrevo a llamarle ocurrencia-, y además los resultados electorales no diferirían mucho de los actuales. Si acaso el espectro parlamentario se vería un poco trastornado en los primeros momentos pero una vez que se controlase el asunto de aplaudir al líder sin enseñar los dientes, las mayorías volverían a ser las mismas. A los grandes simios se les ha reconocido la posesión de alma, ya lo insinuaba Darwin. Cómo no, padre. Estoy seguro de que van todos al cielo porque son unos santos, y si se pelean entre ellos nunca le roban la cartera al vencido. Se me ocurre a mayores, porque estoy pasando por una etapa optimista de mi vida, que esta virtuosa preocupación por el bienestar animal previo a su sacrificio no deja de parecerse a esas filantrópicas iniciativas de evitarle sufrimiento a aquellos humanos a los que se ha condenado a muerte en sentencia judicial inapelable. La silla eléctrica fue un gran avance humanitario. La inyección letal, otro. Y no me negarán que el tiro en la nuca es de un humanitarismo con un corazón tan grande que no le cabe en el pecho. Otra cosa sería que los que aplican la pena de muerte se comiesen al condenado después de la ejecución. Entonces tendríamos que empezar a hablar de ética con la mosca del vinagre.