En comparación con algunos que circulan por ahí cara al sol de Madrid, Judas, Ganelón y el Conde Don Julián eran unos benditos. O eso es lo que pensará ese hombre Cansado que ha sido derrotado por su propia bisoñez, “abandonado como los muelles en el alba”, que diría Neruda. Como los partidos políticos son como el corro de la patata, todos los que bailan esa sardana generosa se agarran unos a otros de las manos y, en la hipervelocidad de la centrifugación, intentan mantenerse de pie y sobre todo sentados en el escaño, que ya está caliente como cojón de gato. “Al corro de la patata comeremos ensalada, como comen los señores, naranjitas y limones, achipén achipén, sentadito me quedé”. Mientras el hombre cansado y su mayordomo salen disparados hacia el hiperespacio exterior helado, los satélites se quedan silbando la canción de “La muerte tenía un precio”, la de “El bueno el feo y el malo” y la de “Por un puñado de dólares ”. Silbando mirando al horizonte para disimular que al que denuncia la corrupción se le lapida mientras al corrupto se le condecora, se le anima y se le regala un marquesado en Galapagar. “La Familia y uno más” es otra película que desempolvan, a propósito de su filantrópico comportamiento, de la sección E-C de la videoteca nacional, “Ética, Chanchullos y Comisiones”.
En el trasatlántico del Partido, enorme buque de recreo a la deriva, alguien tira de noche por la borda a la tripulación, capitán y contramaestre, mientras la orquesta Mondragón toca un foxtrot y los grandes roedores bailan amarrados esquivando a los camareros que pasan con bandejas de langosta de La Guardia, provincia de Pontevedra. En las bodegas del crucero, afectado de herrumbre, las ratas se ponen las botas con la abundancia de alimentos y deciden en asamblea que, en caso de naufragio, se quedarán a bordo porque están demasiado gordas para nadar en las aguas frías de la realidad. Cómo la mayoría no sabe hacer otra cosa que llenarse de Fariña hasta las trancas no encuentran apropiado seguir al capitán, que en estos momentos ya habrá sido devorado por los tiburones. Abandonar el barco en la balsa del jefe no es buena política centrista y ellas son centristas hasta cuando duermen en una cama redonda de cuatro por cinco trigonómetros. Lo de menos es el rumbo, aunque desearían arribar a una playa de aguas esmeraldinas con cocoteros y plantaciones de Jabugo, para empezar a adelgazar con la dieta del jamón. El piloto suplente, que a estas horas viaja en una lancha de salvamento fletada por Protección Civil del Arciprestazgo de Santiago, está pensando ya en cómo va a hacer frente a esta plaga de mures que agotan los víveres sin más contraprestación que vivir al sol que más calienta en la cubierta superior, allí donde está la piscina, tumbados a la bartola en la hamaca, sorbiendo cócteles de champán y disfrutando de lo bien que se está después de haber sobrevivido a otro naufragio; pensando, el Piloto, en la tropa que le espera, que es capaz de entregarse al enemigo con armas y bagajes con tal de salvar el culo. Cuando estos turistas de cola de lujo atraquen en buen puerto se confesarán con el obispo de la ciudad portuaria, dejarán su conciencia limpia como una patena y pagarán una misa de difuntos en la catedral para poder aplaudir al cadáver insepulto sin que nadie tenga nada que reprochar de su comportamiento infame. En unos meses todo se habrá olvidado y a vivir, que son dos días y muchas bocas que alimentar.