Aconsejaba Gabriel García Márquez que no se empezase nunca un artículo con un adverbio, aunque a decir verdad ni él mismo cumplía su consejo. Dado que ya he salvado ese difícil escollo y solo me queda lo llano, “realmente” hoy quería hacer una reflexión sobre el actual asunto del okupa, permítaseme escribirlo así de ahora en adelante hasta que se me hinchen las narices. El actual asunto de los okupas no es tan actual, ya que desde que el hombre es mujer – apláudaseme por favor el giro feminista que a veces toman mis escritos- ha habido elementos de este jaez. Sin ir más lejos cada invierno desde que tengo memoria unos diminutos seres ocupan mi organismo produciéndome fiebre y malestar, aunque a fuerza de antibióticos, mucolíticos y mantas de Zamora acabo por expulsarlos de mi domicilio particular, mi cuerpo serrano. A estas horas andan ustedes un poco mosqueados porque esperaban que fuese de otros ocupas de los que me iba a ocupar. No sean impacientes, allá voy: En esto de la ocupación de la propiedad privada ajena se puede decir que hay dos posturas doctrinales contrapuestas e irreconciliables. Están las derechas de amplio espectro fantasmagórico, que califican a esos individuos de delincuentes, asesinos de viejas, y pervertidos drogadictos rastafaris; y están las izquierdas del clavel en sus partes, como revolucionarios en abril, que califican a los mismos individuos de prohombres defensores de las esencias de la libertad individual y del derecho constitucional a una vivienda digna, aunque ésta sea de otro. ¡Ah pero es que tampoco era de esto de lo que quería hablar!
De lo que quería hablar en voz alta era de ese Okupa que ocupó este país hace la friolera de 80 años y aun sigue ocupando una parcela ajena que, dado que las leyes están hechas para que se las pasen por el forro los de siempre, parece difícil que no la siga ocupando, cuando ni de coña es suya. Aquel General Bajito y sus colegas de parranda asesina ocuparon un país entero, desalojando de su casa a mucha gente, que se tuvo que marchar a toda prisa porque, si no, además de su casa se les ocupaban las asaduras (corazón, riñón, hígados), sin anestesia y por la nuca. Ocupó los cuerpos de otros conciudadanos, dejándoles caritativamente liberada el alma, ad maiorem dei gloriam de los cardenales bajo palio. Los destrozos en la casa ocupada fueron, y son, cuantiosos. El Uno, Grande y Libre, se mete en lo que no le pertenece, con la justificación del Orden, la Justicia, Dios, del Respeto y del derecho a evitar males mayores, que no se sabe cuáles podían ser. Los males menores parece que fueron un millón de muertos. Y todo a cuenta del prójimo, de la propiedad privada del prójimo, derecho inviolable que fue entonces, y lo es hoy, sodomizado a menudo.
El Okupa del Pardo del Valle de los Caídos, además, dejó que sus amigos ocupasen el país, y éstos en premio le regalaron lo que no era suyo. Verbigracia, el pazo de Meirás y una pirámide de faraón con una cruz encima para que se vea desde lejos. No sé de dónde le vienen a algunos esa querencia por las casas grandes, la gran piscina con salmones y yates y los grandes mausoleo/chalets hechos con cemento sangriento. Cuerpos incorruptos después de muertos, corrompidos durante vivos, comidos por los gusanos de la avaricia y el odio, devorados por la fiebre del oro ajeno.
Decía Voltaire que todas las guerras son, a la postre, campañas de saqueo; y el saqueo después del 36, en este terruño, fue concienzudo y metódico, bañado en lágrimas de hisopo. Si se revisan los orígenes de los títulos nobiliarios y de la mayoría de monarquías y arciprestazgos, siempre se encuentra una campaña militar de rapiña que sirvió para robar lo que otros poseían. Hoy en día nos vamos un poco lejos, disfrazados de cascos azules, a robar petróleos y riñones para trasplantar a los ricos californianos. Los reyes, los nobles y los eclesios varios, fueron los primeros comunistas, porque abolieron la propiedad privada… de sus enemigos.
Tengo la idea de que hay que dejar en paz a los muertos, pero que sobre todo hay que dejar en paz a los vivos, y mientras no se recupere lo asaltado, los herederos de la propietaria no estaremos tranquilos. A muchos les habrá parecido bien que con el paso del tiempo, como una enfiteusis infame, se pueda acreditar el título de propiedad de una finca ocupada por delincuentes. No les hubiera parecido así cuando lo ocupado fuese de ellos, faltaría más, la caridad bien entendida empieza por el principio, la cabeza fría en tiempos de paz. El Valle de los Caídos, lo mismo que la Mezquita de Córdoba detenta un título de propiedad que ningún notario decente aceptaría como válido si no llevase el sello esmeraldino de San Pablo. El brillo de los diamantes deslumbra dentro de la caja de caudales.
Se defiende por algunos el derecho a permanecer en lugar ajeno durante ochenta años, como si fuese la tía abuela cleptómana la que se lo dejó en herencia. Y al mismo tiempo se ataca (con razón) a esos otros infames que se meten en una casa que no es la suya, generalmente con premeditación, alevosía y nocturnidad. Como si las dos cosas no fueran la misma, más grave la primera por el tamaño. El tamaño sí que importa.
Si se pide que las mafias que ocupan viviendas ajenas las devuelvan a sus legítimos propietarios se debería pedir también que esa otra Mafia con título nobiliario devuelva la dignidad que quedó enterrada en una cripta, y todas las graciosas concesiones que se le hicieron bajo la presión de la adulación y el descarado servilismo, incluidas las estatuas del Maestro Mateo que, de ser de alguien, deberían pertenecer a los herederos de Gelmírez ( tenía una criada muy guapa, de Sigüeiro). Al César lo que es del césar, a Dios lo que es de dios, a José lo que es del pepe, al Pueblo lo que es del pueblo, y al Mono, leña.