He visto en El País de hace unos días una vieja fotografía de ese príncipe saudí que, al parecer, en estos momentos lleva las riendas de su nación, vestido como Otelo, paseando por Londres. Lo de llevar las riendas a mí me hace pensar en que detrás o delante de la rienda habrá un caballo, o una mula, tal vez un burrillo blas. No creo que el pueblo saudí sea ninguna de estas tres cosas. De ser algo sería un caballo, claro, ya se sabe del amor que algunos árabes profesan a esos nobles brutos. Me he fijado en la foto por lo contradictorio entre la campechanía del hombre, con amplia y franca sonrisa, y el asunto que se trataba en la noticia, que era el posible asesinato y descuartizamiento de un periodista disidente en un consulado de su país en Turquía, presuntamente por iniciativa del gobierno o de sus mandatarios.
De estos malos pensamientos pasé a otros, y eso que no era la mala hora de los frailes, la hora de la siesta. Uno de ellos fue el de la indumentaria del sujeto en cuestión, en una calle de un país tan occidental y carente de simún como el Reino Unido de su Majestad la Reina de los Sombreros. En Londres creo que se ven las más extrañas vestimentas, incluso entre los nativos. Hoy ni Enrique VIII llamaría la atención paseándose en pololos. Bombín y paraguas acompañan a rastas y chilabas, a botas camperas y calcetines de perlé, junto a arponeros polinesios tatuados y a piratas malayos con chaqué, sin que ningún bobby se atreva a poner fin a tales desmanes. Los modelos más discretos ya solo se ven en los desfiles de modelos, así que imagínense; y cualquier día de Londres serviría para concursar en el desfile de carnaval del Concello de Ourense. Y ganar, con permiso del Casiano y del alcalde. Debajo de la túnica se intuía un traje bien cortado, seguramente pagado a tocateja en el mejor sastre de la City con una botellita de petrodolar, ya nos la bebemos aquí, macho. Oriente y Occidente se dan la mano en la industria textil, pero occidente parece quedar oculto, tapado, cubierto, por el exotismo oriental, mucho más elegante y divertido. Creo que fue Breton el que dijo que ya estaba bien de ser griego y que lo elegante es ser persa: el Oriente, siempre el Oriente. Quizá en cuestión de tortura y cinismo aun les queda mucho que enseñarnos. O quizá no, y ya somos alumnos aventajados y sabemos más que el profesor. Oriente ejerció su atracción mágica con Alejandro Magno que se largó para allá, y ahora, aunque sea el Oriente Medio, vuelve a ejercerla sobre este Alejandro de poliespán que es Trump, que perdona los delitos de los califas de las Mil y Una Noches como si fueran travesuras de chicuelos, mientras tenga gasolina para el zippo.
Otro mal pensamiento me vino a la cabeza. ¿Qué pasaría si en Londres viviera ese millón largo de disidentes sauditas que se dice que tuvieron que salir de su país para que no se los comieran los buitres? Tal vez la sonrisa de ese hombre sufriera un proceso de verticalidad, porque por la calle te puedes encontrar con muchos de ellos y así no hay escolta que aguante.
Hasta hace bien poco a los tiranos no se les recibía bien en los países democráticos y liberales, se les pasaba siempre por la puerta de atrás, a excepción de Suiza, adonde siempre llegaban de noche con sus maletines y una linterna. Pero hoy parece que, igual que a ese pariente rico al que se le ríen los eructos y los chistes obscenos en la cena de Año Nuevo, a los dictadores se les dedican los mas sumisos y rastrojeros besamanos, porque ellos son los dueños de los jardines donde se celebra la Fiesta y por la puerta de servicio quienes entramos somos nosotros con la bandeja de canapés. Ya han llegado esos imbéciles con los dátiles y el vodka, Excelencia. Deme algo cambiado para el de los fuegos artificiales.