Siempre me he preguntado cómo un ciudadano simple y llano alcanza las cumbres de la política; cuál es su Cursus Honorum para llegar a las más altas magistraturas y ser nombrado, por ejemplo, Tribuno de la Plebe en un parlamento cualquiera de los dos mil parlamentos que hay en este país. Cuando escucho a alguno de estos individuos decir alguna cosa retorno a mi interrogación primitiva, mientras se me hiela la sangre de las venas. Se me dirá que es a través de la escalada de cargos, desde las covachuelas de los partidos políticos, cómo se logran los cargos públicos. No me lo creo. Nadie en su sano juicio encaramaría a un imbécil a un escaño, aunque, la verdad, para pensar con el culo habrá que practicar mucho. Tiene que haber otra respuesta. Una vacuna puesta en el momento oportuno, tal vez; o una sobredosis de vitaminas; un jamón o dos mil jamones, como antaño en la época del hambre, que lleguen a las manos indicadas; un concurso de Operación Triunfo de servilismo, o un Máster de traición y peloteo ¿ Son escogidos desde niños, o es en la adolescencia cuando reciben la llamada de dios, la vocación del servicio público? Vivo en la ignorancia y nadie parece querer sacarme de esta noche oscura del alma. Hay políticos que en la vida han dado un palo al agua; otros no saben las tres reglas, ya no digo las cuatro; no han leído nunca un folio completo, excepto el de la nómina, y otros tienen unos pensamientos tan profundos que dejan el dedo puesto en el interruptor del voto electrónico, mientras se les va el santo al cielo. ¿Cómo, habiendo cinco dedos en cada mano, solo se puede votar una vez? En los prolegómenos de los plenos les explican el voto: un dedo arriba, Si. Dos dedos, quiere decir No ¿Y tres dedos? pregunta alguno. Abstención. Se confunden a veces. Algunos tienen chofer, y se acostumbran a practicar con ellos la descortesía más abyecta, la que les enseñan sus superiores. Creen que las comisiones que se establecen en el Parlamento, son como las propinas aparte. Y nadie los puede sacar de su error. En su pueblo están orgullosos de ellos
Estas dudas cartesianas me invaden cuando leo, o escucho, determinadas opiniones de alguno. La última es que la culpa de los bombardeos de los pueblos de Castellón, por la Legión Cóndor nazi, la tuvo la República. Estupefacto, inmediatamente me asaltó la duda de si se refería a la II República española, o a la República de Platón, pero entonces pensé que no, que seguramente era lo primero, porque para ese individuo el único Platón que existe es un plato grande bien repleto de cigalas cocidas, y ese santo no tiene culpa de nada.
