He decidido enmendarle la plana a Augusto Monterroso. Sé muy bien que quiso decir otra cosa que la que dijo. Así que voy a hacer una expurgación, un complemento, una continuación y un preludio, un parangón posible sin posible parangón… Aunque lo mío sea la simplicidad, por un momento, porque lo considero necesario, como un acto de justicia, voy a plagiar y estirar el cuento corto más famoso del mundo. Lo voy a acabar de una vez, lo voy a redondear, a dejar sentado, del susto, definitivamente. A dormirlo, como se duerme una peonza encima de la palma de la mano. Vosotros creéis que yo no soy nadie para acometer tan ciclópea tarea. Un desconocido en el mundo de las letras, un advenedizo sin pasado, sin futuro, y lo que es peor, sin presente. Os estremece la risa. Tenéis convulsiones de envidia. Y os conmueve la compasión para conmigo. Me creéis incapaz, tal como va esto, de alcanzar, así sea por un momento, tal cima literaria. Augusto Monterroso, ese monstruo de las letras, no va a dejarse doblegar por un mequetrefe, por un Pierre Menard de lo intrascendente. ¡Bah, que absoluto fracaso! Ese microcuento es intangible. Va más allá de la realidad. Todos nos hemos sentido tocados por el ala de su levedad inmortal. Como a la rosa de JRJ más vale no tocarlo. Eso es lo que vosotros pensáis. Allá va:
Cuando el dinosaurio despertó, el cura todavía estaba allí; y el coronel; y la furcia; y el senador; y el turista; y el concejal; y el tendero; y el pistolero; y el burócrata; y el macarra; y la beata; y el chivato; y el hincha; y el pelotas; y el diputado gallego; y el nacionalista xenófobo; y el activista de todo; y el pelmazo afiliado; y el cocinero deconstructivo; y el vago; y el Presidente de la Diputación; y el chismoso; y la alcahueta; y el portavoz de los futbolistas; y el funcionario apático; y el banquero; y el chino de la esquina; y el portero de la discoteca; y el camarero agresivo; y las jóvenes generaciones; y el alcalde franquista; y el tertuliano; y el machista feminista; y la feminista machista; y el cacique; y las Viejas Generaciones; y el tránsfuga; y el liberado sindical; y la cursi; y el redicho; y la cotilla; y el recaudador de impuestos; y el piloto suicida; y el grosero; y el anciano prepotente; y el cobrador del frac; y el proxeneta; y la folclórica; y el torero; y la cena de Nochebuena; y el motero rapero; y el matasanos; y la vieja gloria; y el cuñado; y la cuñada; y el narco; y el niño mimado; y el grandísimo H. de P. que deja mear a su perro en mi portal.
Soberbio, ¿eh?. Lo sabía. No me esperaba menos de vuestra condescendencia envidiosa. En una próxima entrega os puedo incluir a vosotros, al lado del dinosaurio. Así que ojito.