Hoy, inevitablemente, la tertulia matinal tuvo un protagonista: Mario Vargas Llosa. Ha muerto el célebre escritor, y lo suyo sería hablar fundamentalmente de su obra, pero se coló el interés particular en algo más personal de su vida, o de su final rodeado de su familia, incluida su ex mujer y madre de sus hijos. La verdad es que también se puede hacer ficción de la vida de un contador fecundo de historias de ficción como fue el peruano. Cincuenta novelas y ensayos, ellas de gran tamaño en general, ellos más cortos pero intensos, en cualquier caso digno de leer. En la tertulia también tocó comentar el sonido agresivo de los estorninos que se podía escuchar ayer por la tarde, pues aprovechamos la sabiduría al respecto del Dr. Vicente, quien comenta que este cantar se produce especialmente para comunicar su ubicación y si hay peligro en la zona, y quizás así perciban estos pájaros el ayer muy transitado camino de las orillas del río Miño en Ourense. Las tertulias, benditas sean, pues podemos seguir articulando palabras que recoge alguien enfrente, y viceversa, en este momento de pantallas que todo lo absorbe. No soy tan optimista como Pablo D’Ors cuando imagina que habrá una reconquista espiritual al respecto, donde volvamos a escuchar nuestra propia voz interior y no la del móvil o tablet. Dentro de un siglo, tal vez, lo veremos, porque de seguir así, también la amortalidad, que dice Harari, nos llegará pronto. De momento, ya en la tarde, hoy pensamos el señor Rivela y yo que podemos atracar el colegio de los Escolapios en Monforte para llevarnos debajo del brazo los dos Greco que, dicen, se guarda entre sus paredes; la idea surgió porque actualmente tenemos un enviado especial en el Centro Hospitalario, que nos puede dar detalles para llegar una tarde José y yo a dar ese golpe, que nos solucionaría la vida para los próximos 40 ó 50 años. ¡Ah, no se lo cuenten a nadie, por favor!, no nos vayan a estropear la misión.
Nota.- La foto de Vargas Llosa no es nuestra, sino de EFE, que circula en las redes. Preciosa.