El Couto, este campo de fútbol que de pequeño me despertaba tanta ilusiones de porvenir, donde los domingos de invierno iba con mis padres con la manta de turno para calentar las piernas que iban a permanecer quietas durante casi dos horas; el Couto donde el campo embarrado hacía de los jugadores casi gladiadores, más esclavos por sus mínimos salarios que ídolos de ahora, del éxito social y económico sin demasiada solidez intelectual. Fui a ver el partido de fútbol de uno de los equipos de Ourense -no me explico que no se fusionen los dos que hay, por simple aprovechamiento de recursos escasos que haciendo la guerra por su cuenta ninguno florecerá como deseáramos- contra un equipo de primera que inexplicablemente parecía más de tercera que el nuestro, y así perdió, muy merecidamente. Dos cosas me llamaron la atención: la primera, que nos obligaran a dejar los paraguas encima de unas vallas para no meterlos en el estado, por seguridad y es que ahora el paraguas es un arma letal en algún caso, como éste; pero los dejamos colgados de una valla sin numero ni papel alguno por lo que al salir se apelotonaba la gente buscando el suyo o como la lluvia arreciaba también se apelotonaba quien no buscaba sino cogía el que no era suyo; una coña marinera y surrealista. La segunda cosa que me llamó la atención fue el servicio de ambulancia que se pone justo en el interior de la entrada del estadio para salir pitando, o sireneando, en caso de que haya necesidad; necesidad de eso no hubo pero sí de la camilla cuya aparición resultó vergonzosa y ridícula; tardaron en llega al lesionado para el que la solicitaban un montón, y dos personas con una camilla que parecía de niños cuando quisieron subir al jugador a ella, el propio jugador prefirió salir sujetándose en los hombros de sus masajistas; deberían hacérselo mirar los de la Cruz Roja, pues algún día hablaré de mi experiencia en ella como directivo y que no me dio ninguna gana de continuar. Los marcadores no funcionaban y los asientos sucios como si no los limpiaran nunca, pero ganamos, y disfrutamos con una mañana de perros pero bien resguardados. También, y ya para acabar, sugeriría a quien manda en este estadio que sacase esa valla en preferencia que parece hacerte ver el fútbol tras unos barrotes de preso sin ser. Lo mejor vino después, el pulpo que nos comimos mi amigo y yo con doña Conversación.